Cinco de la tarde.
Como muchas de las últimas tardes durante varios años atrás, muchos, mi querida
abuela saca su silla de enea al espacio reservado junto a su centenaria puerta.
A sus sesenta y muchos ha aprendido a descansar recostada en
su sillón del pequeño pero acogedor salón. Nueva costumbre de su rutinaria
existencia, inducida en parte por un programa de televisión donde ha escuchado
que los japoneses, muy listos ellos, ha instaurado nuestra tradicional y
saludable hora de la siesta.
- La longevidad lleva implícito una formación
continua para quien sabe aprovecharse de ello y la paciencia es una virtud que
se aprende a desarrollar durante los años.-
Feliz por comprobar
que el tedio presentado en la calle a esas horas puede provocar que su frágil
cabeza se incline hacia un lado y sus ojos entren en reposo cuyo resultado será
la imposibilidad de ser testigo de lo que acontece.- “nunca se sabe dónde está
la noticia”
Triste, por el
desolador panorama que el país está atravesando cuyos efectos secundarios
recaen sobre la mayor parte de los ciudadanos, a veces frustrada, por haber
asistido tan solo tres semanas al colegio, hace mucho de ello, se sumerge en su
propia impotencia y desearía gritar con todas sus mermadas fuerzas. Grito que
debería emitirse por medio de un micrófono de las dimensiones del objetivo de
un observatorio astronómico.
-Señores… el poder es nuestro ya que recae
sobre el pueblo.-
Con el recuerdo de
haber leído algo parecido en alguna parte de nuestra Carta Magna, -¿cómo se
interpreta dicha cita?-…-¿qué cualquiera puede acceder al poder?
… ¡Así nos va!
Unos días atrás
intentaba explicar durante la espera en la cola de la pescadería de Mariquilla,
que nosotros, inconscientes de ello,
cubrimos los asientos del Hemiciclo con una serie de emblemas representados por
quien sabe quién. Algunas personas que esperaban con ella, las más avispadas,
se atrevieron a decir que sabrían enumerar por lo menos al cabeza de lista.
¡Mujer!, ¿cómo no ir a votar?
Algunos corrillos
formados a medida que se avanza en la espera, se podía escuchar los reproches
por semejante barbaridad -“vamos!... y
perderme al vecindario con sus galas domingueras, incluso los que no van a
misa, ahora que tengo un nuevo vestido y cita con la peluquera”. “¿Se atreverá
Marina a ir de la mano de ese joven, veinte años menor?” ¡Si su Manolo
levantara la cabeza!”
Ya casi vencida por
la soledad de la calle los recuerdos se agolpan en su cabeza y se deja llevar vencida al cansancio:
-Las cinco, ahora de la mañana,
Evaristo inicia su rutina agachándose imprudentemente en contra de su artrosis
para abrir la persiana de su tasca. Agarra los tiradores con sus fuertes manos,
surcadas por el paso del tiempo y la negativa de enfrentarse a la modernidad
que proporciona un lavavajillas.
Los dos primeros clientes,
madrugadores, impertérritos, lo observan impasibles pero impacientes por que la
cafetera marca Joigga adquiera la presión adecuada para el primer café de la
mañana. Evaristo recorre el habitual trayecto que separa la puerta de la barra
como si tras la imagen de Nuestra Señora del Remedio se tratase.
Sus clientes demandan impacientes sus
respectivas dosis de brandy gaditano. Supongo que para que no se le olvide,
aunque lleve treinta años haciendo lo mismo.
Este recuerdo altera el ritmo cardiaco de la frágil mujer,
pues al principio lo que eran alfileres ahora parecen flechas, lo que se le
clava en el corazón.
A medida que avanza la amanecida,
la tasca se convierte en una especie de virreinato donde cualquiera del pueblo
puede ir a retirar su patente de corso.
Lugar mítico para apagar penas,
sus osados clientes, ahora muchos, se desinhiben a la hora de exponer sus pensamientos:
“El país se hunde, nuestra forma de vida desaparece, ¿a dónde nos han llevado
nuestros fieles politicuchos?... los únicos que se salvan de la barbarie. Para
no ahogarme en mis bravuconerías, tomaré
otra copa antes de salir renovado de la tasca, pues he dicho lo que pienso”
…Casi todos me han sonreído…¡Feliz!
Los escenarios de las guerras han ido cambiando a lo largo
de la historia y si algo he aprendido es que las batallas no se ganan ni en la
cola de la pescadería ni en la barra de un bar. ¿Se podría ganar en un colegio
electoral? No era mi intención utilizar una pregunta retórica, pero como muy
bien habéis adivinado, la respuesta es la respuesta.
-¡Calla mujer! Cada día estas peor! Cómo
dejar de ir a votar. Aunque ahora que lo pienso… ¿votar?, ¿a quién?-
Cuando parecía
despertar, todavía recordaba como su vecina en su estrecha cocina le
contaba mientras cocía los chuchos para
sus rizos en el mismo cazo que utiliza para hervir la leche, el descredito que
se han ganado a pulso los personajillos de la alta suciedad española.
Es improbable, mas
aún imposible encontrarse unas urnas vacías al final del día por mucho que
pongamos en jaque al sistema político, -le decía. ¿No sería mejor proponer una
reforma donde los políticos accedieran a su candidatura para ser elegidos
mediante oposiciones, así sabríamos su nivel de preparación?. Con ello eliminaríamos
el Senado, aumentando las arcas del
Estado sin tener que oprimir a enfermos, estudiantes, pensionistas,
dependientes, parados, etc.
El saludo de Juana,
su vecina, le hace volver torpemente a la realidad. Juana es una mujer diez
años menor que mi abuela, pero en los ochenta hay matices que son
imperceptibles década más o menos y no hay tarde que falte a su cita su vecina,
ahora mi abuela.
-“Mala cara haces hoy”-
-“Y para no tenerla, hija” Nos siguen
manejando como títeres, lo sabemos y nadie hace nada para resolverlo”
-“ Si que los hay. Lo que no hay es quien
los sigua pues nos hemos acomodado en el ausentismo imperceptivo donde nadie lucha por nadie y
nuestros héroes se han apagado desilusionados. No por culpa de ellos”-
Hoy lo tenemos todo lo que antaño no
podíamos tener, aún sin inquisidor, no
dejamos de vivir bajo el yugo en una Edad Media enmascarada sin presentar
batalla alguna, dejándonos llevar por nuestros particulares Nobles,
delincuentes de elaboración casera, sentados en un Hemiciclo para emular
aquella tabla redonda impregnada de honor y lealtad. Con Valores.
-“Entonces, ¿qué propones?, ¿Un cambio?... Si, peo no de grupo, ¿será de
sistema, no?”
-Pues a mí qué me dices, ¡que se la arreglen los demás!
Espíritu ahogado por imposición