-¡Ven!- sonó la voz al otro lado de la línea telefónica. Cinco tonos había dado su teléfono móvil antes de recibir la orden, cuya llamada esperaba de forma ansiada y meticulosamente programada. Aún así no descolgó al instante, sino que lo dejó crepitar encima de la mesita junto a las copas vacías de la cena. Hoy tocaba bocadillo de mantequilla, queso y orégano, todo fundido al grill.
-Voy-
contestó él sin alterarse ni un ápice volviendo a dejar el teléfono encima de la mesa. No miró de quien se trataba pues ocho horas antes ya lo sabía.
-¡Puedes venir!- se escuchó ahora en el mismo dispositivo que dos minutos antes emitía el imperativo monosílabo. Se trataba de la misma orden, algo más concisa pero con un tono más conciliador. Curiosamente aquella transmisión provenía
de la misma persona que respondió
minutos atrás. El ardid estaba
concluido.
-¿Qué
sentido podría tener toda aquella
parafernalia de llamadas en ambos sentidos?- Como si de un misterioso juego se
tratase. Habían pasado veinte
minutos cuando se encontraron bajo la luz tenue de los soportales de una plaza
cercana al domicilio de ambos. Enfundados con sus ropas de trabajo no mediaron
palabras y el que conducía
puso en marcha su vehículo
para salir del aparcamiento rumbo a su destino. Lo desconocido.
Para
ser más tarde de la media
noche, de sus rostros emanaba una luz anormal, engalanada por el brillo de sus
ojos, cuyas miradas no llegaron a cruzarse, pero de haberlo hecho hubieran
omitido el saludo cordial que se procesaron.
Entre
ambos había una diferencia de
edad que por respeto a ella habría
he de omitir, pero aquello hacía
que el silencio fuera prudencial, pues aún, ninguno de los dos sabía cómo
iba a transcurrir la noche. Noche de luna llena, hermosa ella coronando
majestuosamente un inusual cielo estrellado de verano, testigo de tantas
historias, reluciente como nunca, silenciosa y mística.
Algo más tarde -
ya se encontraban a las afueras de la ciudad cuando de repente el vehículo giró
a la derecha para dejar la carretera principal y adentrarse en un camino
secundario, poco iluminado, para detenerse en la parte trasera de una zona
industrial desértica a aquellas
horas, justo en el mismo lugar donde meses atrás se volvieron a ver, pero esta vez todo era diferente. No
se habían visto en el último mes y eso les preocupaba. No sabían si responderían
como el mismo equipo que formaban, pero eran conscientes que el motivo que les
había llevado hasta allí merecía
la pena para jugarse la vida.
Indecisos
por elegir el mejor estacionamiento para no ser vistos, pasaron unos instantes
inmersos en un tedio poco habitual entre ambos. Fue el sonido producido por la
fresca brisa a su paso entre las esqueléticas ramas de unos arbustos mustios a esta época del año
lo qué provocó la vuelta a la realidad. Tras revisar sus armas, se miraron
a los ojos sosteniendo la mira impertérrita
y salieron del coche.
El
se apresuró para abrirle la
puerta, pero todo intento fue innecesario pues ella ya se encontraba fuera y
con sólo una mirada
inspecciono el lugar. –“Todo
en orden”-, aunque los latidos
de su corazón iban en aumento y
ese fenómeno era el indicador
de que algo iba a ocurrir.
Por
un breve instante su mente viajó
al pasado justo a aquel día
en el que su padre le decía
que si alguna vez tenía
una difícil decisión que tomar, qué
en la vida tendría
numerosas, cerrara los ojos y escuchara a su corazón. Tenía
sólo doce años entonces. Esta noche se dispuso no sólo a escuchar a su corazón, sino a ignorarlo por completo y se dejaría llevar por su instinto, así que sin pensarlo todo terminó allí.
Una noche de luna llena.
Hoy,
aquella noche quedó
atrás y mientras escribo
estas líneas aún me viene el recuerdo del aroma de sus besos.