Tenía sólo doce años cuando realicé esta consulta a mi profesora de segundo de primaria durante una excursión al Museo Arqueológico de mi ciudad. Me llamó la atención ver aquellos esqueletos, sobre todo los que estaban incluidos en una vasija de barro con bordes romos.
Hoy es 30 de Marzo de 2016 cuando una alarma interna se accionó violando todos los vericuetos de mi cerebro. Me levanto con los ojos vidriosos y de forma obtusa me visto en la oscuridad de la habitación. Serían aproximadamente las 00:45 de la madrugada, una hora después de acostarme y seis horas antes que sonara la estoica melodía del despertador.
Al salir a la calle un enorme hedor a podredumbre, suciedad, orín y sudor se mezclaba en un denso ambiente a humedad agria, densa y difícil de respirar. Tuve que frotarme los ojos para comprender que aún no estaba en mi sala de autopsias con mis cadaveres diarios, mi bata blanca ajada y mi juego de bisturíes sobre un cadalso inmaculado.
-Saben aquello que iban dos cuñados caminando junto a una Alameda tras hincarse media olla de garbanzos estofados, cuando el más joven de ellos afirma “me están entrando unas ganas de cagar. ¿Tú llevas el papel? A lo que el más adulto se detiene un instante, le mira fijamente a los ojos y dice “ no!!!... yo me lo se de memoria”-
Mientras caminaba me vino a la memoria el recuerdo sutil y visible que opera aún de forma codiciosa cuya imagen de una mujer todavía en mi lecho, dormida boca abajo con su cuerpo semi desnudo cubierto solamente con una melena que ocupaba parte de su espalda como si de un cuadro se tratase y las pantorrillas cubiertas por un haz de sabanas torpemente amontonadas testigo de flujos y olores de un día apasionado. Me entretuve un poco en reconstruir las marcas que su piel había dibujado en su trasero ... ahora que lo recuerdo....precioso! Por la ventana asomaba la imagen de nuestro apacible mar Mediterráneo acariciando con sus tímidas olas la orilla de nuestra hermosa bahía.
Sin darme cuenta mi desasosiego particular me hizo parar involuntariamente pues ya me encontraba en la parada de taxi. Mire hacia mis piernas con la intención de agradecer tal gesta cuando el resplandor del blanco de mis huesos entre jirones de carne inerte y coágulos de sangre, reclamo de una carne ya muerta que se pudre de forma jovial y vuelvo a notar el mismo hedor de unos minutos atrás.
-Un señor con capa negra y sombrero alado entra en una tienda de animales y le pregunta al caballero de detrás del mostrador:
“¿Me puede usted vender 500 palomas?.
¿Mensajeras?
No! No le ensagero para nada”.
El escaso margen difuso que deja un desamor, junto con un grupo de moscas revoloteando en torno a mi cabeza, entorpece mis pesquisas y a medio camino entre la protesta y la disculpa amistosa confirma, más bien no apruebo el crédito de respeto que por interés propio había acumulado. La advertencia de algo vivido agazapado por el recuerdo, observando las heridas de un inolvidable pasado, decido plantear mi jugada con un enroque a la Reina. Marcaba el reloj las 14:50 cuando la partida termino. Jaque al Rey viejo. Intento insinuar surcos de lagrimas oscuras, más bien sucias para no desvelar un meticuloso plan que había confeccionado semanas atrás con el más mínimo de los detalles. No había dejado nada al azar como en aquellas gloriosos enlaces matrimoniales en época de esplendor.
Giro la cabeza cuando observó la fugaz y conocida figura negra de aquel caballero de capa y sombrero alado. Con una carpeta en la mano y un boli “bic” en la otra, mantiene una conversación con un señor bajito vestido con un traje outlet gris oscuro a rayas y corbata verde isabelina estampada con tonos más oscuros de lo más hortero.
-Querido amigo, tengo en mi poder 1000 palomas-
¿Mensajeras?
-No te ensagero nada-
Tenaz como un ejército de húsares, afino el matiz para tener la misma sensación que una ciudad fortificada, cercana e inalcanzable como aquella mujer tumbada en mi lecho unas horas antes, ahora desvaneciendose en el horizonte. Estólido, miro al cielo y veo pasar más o menos 1500 palomas batiendo sus alas al viento y no te ensagero nada.
Algo falla en el sistema de refrigeración. El calor se hace patente. Me sobra ropa. La bata lleva impregnado trozos de carne en descomposición con restos ocres de un pectoral intonso. Del pecho gorgotea una densa pus acelerada por hiperventilación. Los pulmones toman un color oscuro y oxidado en continua contienda con un trozo de tráquea que martillea el lóbulo superior ferozmente. Un charco de fluidos viscosos humedecen mis mocasines. El nivel va en aumento. Me muevo, - ¡soltar amarras!- -recoger la mayor!—¡soltar juanetes y trinquillas!...Comienza mi singular singladura. En un intento de salir de allí me viene a la cabeza aquella mujer que entra a la consulta del médico con mucha prisa – señora, necesito una muestra de sangre, otra de heces y otra de esperma de su marido- - Doctor, aquí le dejo mis bragas y ya se apaña usted que llegó tarde al trabajo-
Atónito, el médico llama a su enfermera para emitir la petición de las pruebas. Le hace entrega de aquella ropa interior, minúscula y rebosante de valiosa información. Le llama algo la atención. -Espere un memento señorita – informe al laboratorio que quiero los resultados más rápido que el vuelo de 2000 palomas- -¿Mensajeras, Doctor?- - No le ensagero nada-
En la cafetería de al lado aquel hombrecillo regordete, bajito y chabacano deja su chaqueta gris a rayas sobre el respaldo de un maltrecho taburete delante de la barra. – ¿Qué le pongo al señor?- -Al Señor le pone usted dos velas, a mí un café con la leche en el infierno, por favor!. Tras la barra pegado, no sé cómo, en una enorme cristalera, un reloj marcaba la hora. Hora que no viene a cuento por mucho que su jovial agujilla del segundero se moviera más rápido que el esclavo que huye del látigo de su amo. Entré o ya estaba sentado, no recuerdo bien. En definitiva lo que allí sucedió no tiene precedente alguno. Las paredes comenzaron arder por combustión espontánea, los remolinos de llamas rojas y amarillas ascendían hacia el techo, los fluorescentes acaecían en secuencia de pequeñas detonaciones como si tuvieran una espoleta bien sincronizada. Puertas y ventanas comenzaron a abrirse y cerrarse en continua discordia, todas estallaron simultáneamente. Inmóvil aún en mi lugar de la mesa donde se enfriaba un amargo café, la miré a los ojos y repasando los tiempos verbales cité:” -Te amo, te amé y te amaré-“ Las llamas no tardaron en envolverme y a medida que iban devorándome primero la piel, luego la carne y cuando el hueso se transformaba en polvo, a través del fuego pude verla por un instante más bella que nunca.
Salí del bar cabizbajo y a pocos metros me encontré de nuevo con aquel señor de capa y sombrero alado negro que sin darme tiempo a reaccionar me preguntó cómo me iba el día. Sin poder mirarle a la cara me llegó el recuerdo de una historia en la que un León había delimitado su territorio de la jungla con una valla y un cartel donde decía ¡Cuidado con el León! Una nota aclaraba: si entras sin permiso te comerá o te follará.. Seguí mi camino con la mirada fijada en la acera y al llegar a su altura, en un intento de articular palabra balbuceé –“a mí me comió-“
Hoy, siendo el responsable de mi propio asedio, suturo el pecho y el abdomen de un occiso de los seis que aún impertérritos permanecen sobre el frío de su respectiva mesa de aluminio cubiertos con una impecable sábana blanca recién planchada y olor a lavanda. Decido tomar un descanso. Salgo a la calle. Necesito un cigarrillo. Tomó asiento en uno de los bancos de la rambla junto a un señor que momentos después paradójicamente estaba alimentando a 2500 palomas.
-¿Mensajeras?-
-¡¡¡ Venga ya ¡!!