viernes, 7 de octubre de 2016

Con forma fática

El alba se encontró conmigo. Un contraluz dorado teñía de oro el relieve de las montañas del Collado García. Un estremecimiento de pavor recorrió mis entrañas dejándome sentado en el extremo de un angosto redil, atragantado por una sensación de indignidad personal. Ocultar ciertas sensaciones es como intentar simular un olvido.
   Nada sucede al azar durante el transcurso de una batalla sobre un tablero de ajedrez. Tampoco es que se trate de códigos de rutina y no es que desee empezar esta historia muy pusilánime, menos aún como fanfarrón, pero si desearía ser cauto ante una evidente forma fática de las leyes banales del hombre.
   Tan solo unas pocas horas antes,cuando avanzaba una apacible tarde estival,harto de sentirme una persona infeliz,sometido a mi propia estupidez e indolencia como un héroe postrado ante cualquier villano, me levante de mi letargo y con un gesto taimado superpuse miles de realidades, complejos y contradicciones pasadas. Era el momento de picar espuela y gastar suela de zapato, más o menos lo que viene siendo “salir echando leches”. Pero no iría solo.
  Tenía el corazón obcecado en desobedecer a la razón y a falta de fé solo necesité un puñal clavado en mi propio egoísmo para salir acompañado en aquel largo camino de quinientos metros que separaban la casa del cementerio. La tarde dejaba paso a una tenue oscuridad que iba invadiendo el cuerpo desde los pies hacia el torso como cuando arrastras la colcha arrugada en el fondo de la cama para cubrir el cuerpo  helado de las noches de invierno, tan echado de menos en verano.
   No hablemos del tiempo. Dejemos eso para la cola del supermercado o el uso compartido de un ascensor con desconocidos.
   Hoy podría cerrar los ojos un segundo y recordar las curvas de aquella mujer mejor que mis propios pensamientos. Cogidos de la mano inauguremos el paseo. Es cierto que dimos un rodeo pues el trayecto nos pareció corto y era mucho lo que había que tratar. Decidimos campo a través cruzar por detrás de la casa por un estrecho sendero que un poco más tarde nos llevó a un camino con vestigios de haber sido más transitado. Tomamos la dirección de la izquierda en un cruce, sorprendidos por una espesura de encinas y chaparros poco habituales en estos tiempos y tan comunes siglos atrás. Recuerdo haber contado la historia de que en tiempos de los romanos aquel lugar de nuestra Almería, hoy  desértica, fue  frondoso de vegetación y cuya cita de el geógrafo griego Estrabon decía “ Desde la Baetica a Tacarronensis una ardilla puede cruzar la península de rama en rama sin tocar el suelo”. Fue entonces cuando me  entraron ganas de grabar en un tronco un mensaje de esos que perduran toda la vida.
    Bajando colina abajo se hizo más duro el caminar. Hubo que soportar reproches, desenlaces desagradables, recuerdos negativos, más una concatenación de reacciones impasibles y mal gestionadas. A medida que las piernas descargaban presión ayudadas por la orografía del camino, la cabeza comenzaba a organizar la defensa ante semejante bombardeo de preceptos que el oído iba atendiendo solo a ratos, pues la contienda dio paso a un momento hostil en contradicción a mi anhelo de querer vivir en tranquilidad. ¡Qué mal rato, la verdad sea dicha!
   Como si de una maratón se tratase llegamos ante la medrosa silueta que aquel lúgubre edificio ofrecía y donde los lugareños dan sepultura a sus convecinos. Los muros de no mucha altura están cubiertos de una argamasa aplicada a pellizcos  disimulada por el reluciente resplandor de varias manos de cal recién aplicadas. Las aristas de la grava incrustada presentan los cantos redondeados como consecuencia del paso de los años. Mis gestos se amaneraron a medida que nos acercábamos a la verja. Pude notar como a pesar de la calor y la caminata a mi  acompañante se le heló la piel y se le agitó la respiración. Respiración que no tardé en sentir en mi rostro pues la sensación de pánico le invadió y se aferró a mí como si ambas pieles se quisieran fundir en una.
  Aún me pregunto cómo se puede viajar del enfado perfectamente instaurado  a la libido amenazadora de una erección en toda regla...Creo que aprendí a leer las señales que mi cuerpo envía. Si...,va a ser eso, pues sin saber aún como sucedió juntamos ambas bocas en un apasionado beso como si no hubiera un mañana.  No tardaría mucho  en llegar al orgasmo a la vez que se agarraba con fuerza a los barrotes de la verja.
-Creo que estaría a bien engrasar los goznes de la verja para que no chirríe-
 Miré hacia el interior  y pude notar  decenas de ojos que  juzgan virtudes de las gentes como un tribunal a falta de fe se tratase.  Pero al igual que no se puede quitar una arruga a una tela apretándola con fuerza, terminamos nuestra partida con un enroque a la reina.
   El sol ya estaba a cierta altura sobre la cumbre de las montañas, majestuoso, provocador,solemnemente observador y un poco retrógrado. Creo que está enamorado de la luna, ella lo sabe y le asusta, por lo que desaparece al alba. Tan solo permanecen visibles lo que tarde en tomarse un café.

-¿Solo o con azúcar?-