Apoyado en la balaustrada del balcón de la séptima planta de los apartamentos Playazul, Javier Jimenez daba la última calada al cigarrillo que fumaba. Sujetado con el dedo índice y pulgar ofreció la suficiente presión para lanzarlo lo mas lejos posible dibujando en el aire una parábola incandescente con lo que quedaba de basa encendida, apunto de quemar el filtro. El humo exhalado resecó aún mas la garganta de Javier provocando un breve gargajeo que no tardó en culminar con un denso esputo verdoso y viscoso ayudando a su vez a eliminar los restos de boceras con las que se había levantado. Masticó el resto de saliva que se resistió a salir y la ingirió. Ya saldrá en otro momento, es cuestión de tiempo. Reclinó la cabeza hacia atrás levantando la barbilla e inspiró un buchito de aire fresco matinal disfrutándolo cada segundo.
Segundos después de manera magistral deslizó su mano por el interior de su bóxer acomodándose los testículos y como no podría ser de otra manera, aprovechó para secarse con las manos el sudor de las ingles. Con un acto reflejo dominado por su inconsciente, se llevó la mano a la nariz. Durante un efímero instante, su cerebro activó el talento de su refinado olfato para detectar los diferentes aromas avinagrados muy familiares y lentos de volatizar. Marcados matices a sudor y coliflor hervida, suave aroma secundario a azufre y presencia de flujo de mujer, evidencia de una noche de lujuria pasada. Toda esta mezcla de sentidos despertó en Javier un hambre feroz. Miró a ambos lados en busca de algo que llevarse a la boca y sin éxito decidió entrar en la casa en busca de los restos de pizza de hace dos días, creo.
Ahora con todo conocimiento se volvió a llevar la mano a la nariz con el morbo que provoca el olerse a uno mismo rememorando el placer de un momento de esplendor. Abrió la puerta corredera de cristal para cruzar la habitación en dirección al salón. En la cama una mujer desnuda de curvas inconexas dormía profundamente como evidenciaban la banda sonora de sus ronquidos. Esquivando restos de ropa esparcida por el suelo como sombras inertes, salió de la habitación sin percatarse del cuerpo que dejaba atrás placenteramente sumergido en algún sueño de princesas y castillos encantados. Dulces y bellos animalitos incluidos.
Como consecuencia de los escasos doce metros recorridos, el bóxer se le metió entre los glúteos incomodando el arte de caminar descalzo por la tarima de nogal. Se paró para liberarlos de esa presión con el resultado de llevarse consigo algunos vellos de raíz vecinos del esfínter. Frente a él, una caja de una reputada pizzería dominada la posición mas elevada de una mesita auxiliar albergando en su interior los restos de una carbonara con extra de queso. Apartó las servilletas arrugadas de lo alto de un trozo mordido a medio consumir y se lo llevó a la boca brindándole un final mas solemne. Una sorda ventosidad se dejó caer piernas abajo dejando a su camino una agradable oleada de calor tibio que se disipó al bordear las rodillas con el anonimato que desprende la flatulencia exenta de hedor.
En frente se erguía un enorme frigorífico americano de color gris con dos puertas. Abrió la puerta de la izquierda porque era mas estrecha ya que pensó que le resultaría de menor esfuerzo. Al comprobar que se trataba del congelador cambió el semblante a serio de su rostro y se resignó a abrir la puerta de mayor tamaño en busca de algo fresco que beber. El interior serviría de presa mortal de cualquier roedor ya que moriría por desnutrición. Dejándola abierta dio media vuelta y se marchó. Dirigió su mirada hacia donde seguían los restos de pizza pero esta vez no le llamaba la atención la pizza, sino un par de vasos junto al sofá que por casualidad se encontraban en la misma linea de visión. Uno vacío y el otro se alardeaba por contener algo de White Label mas el agua aportada por el hielo que contuvo en el momento de ser servido. Lo agarró sin llegar a pararse del todo y de vuelta a la terraza se encendió un cigarrillo que sacó de una cajetilla con la tapa entreabierta.
Cruzó nuevamente el dormitorio ajeno al cuerpo femenino que yacía dormido entre el muñón de sabanas arrugadas y salió a la terraza con el cigarrillo ya encendido. -Tos-. Apoyó los codos en la balaustrada dejando caer el peso del cuerpo sujetando con ambas manos el vaso de whisky con el cigarro entre el índice y el medio. Así se quedó mirando al horizonte con un sol ya de justicia elevándose lentamente gracias a la estela de nuestro planeta. Se llevó el cigarro a la boca y después dió un sorbo del vaso dejándolo con sumo cuidado sobre la estructura de mármol. Una leve punzada en el glúteo casi imperceptible, pero punzada al fin y al cabo, le incitó como acto reflejo a rascarse la zona para mitigar la sensación producida. Aprovechando que estaba hurgando por la zona se llevó la mano al rombo de Michaelis para quitarse esas bolitas que se enredan con el vello y aunque son imperceptibles hay que entender que a una persona con trastorno obsesivo compulsivo le es molesto tenerlas, así que sin más dilación, las invitó a marchar dejando como testigo una contienda inútil cuya batalla se debatía por la presencia de fragancias que querían dominar su extremidad, sin trascendencia. Fragancia a humano se atrevió a afirmar para sí.
“Mientras describo algo tan natural como llevarse las manos a nuestros genitales de forma discretamente esporádica y seguidamente llevárnosla a la nariz, pienso que es un acto que nos une a la mayoría de los hombres, y que por supuesto, nos da vergüenza admitir. Sin convertirse en hábito, podemos estar tranquilos de no desarrollar ningún trastorno patológico. Pensar que nuestras manos suelen estar mas cerca de nosotros que cualquier producto de higiene y no es un acto de holgazanería en sí, sino de debilidad.”
- “¿Y que me dices del placer que proporciona la rinotilexis?”-
Javier perdió su empleo el día anterior a la noche de “Reyes”. Se encontraba en el Centro Comercial ultimando la compra de sus regalos cuando recibió la noticia por teléfono. Al otro lado de la linea telefónica su jefe tuvo la gentil amabilidad de comunicárselo personalmente. El muy hideputa tenía clase para desenvolverse en estos asuntos.
-Querido Javier, ¿cómo van las navidades?, ¿y la familia, todo bien?… Amigo mío, te llamaba para comunicarte que no es necesario que te incorpores pasado mañana ya que como sabes estamos reestructurando la empresa y vamos a prescindir de ti…, pero ¿no sabes lo peor de todo?… tomar esta decisión ha sido muy desagradable para mi. Perder un efectivo de tal valor como tú no se si llevará a la empresa a cotas negativas de mercado por lo que quizás nos estamos equivocando… ¡Oye!, ¿no te habrás puesto hasta arriba de mantecados y anís?..en fin, se que lo entiendes, ¿verdad?-
-Pausa-
-Ah, Javier, otra cosa. Ya sabes que estamos en Navidad, así que estoy aquí para lo que tu y los tuyos os haga falta…¡cómo no!,¿necesitas algo?
-Si-
-¡Perfecto!. Dime querido amigo-
-¡Que te follen!-
Click.
Diecisiete años atrás entro a la empresa “Consultores SUP” como chico de los recados, repartiendo el correo por los pasillos y vaciando las papeleras. En los últimos cinco años cerraba continuamente contratos millonarios con multinacionales llevando a la empresa a cotizar en BOLSA.
Desde la adolescencia adquirió la paciencia necesaria para ocupar el baño mas de una hora antes de salir de casa hacia el instituto o incluso los días sin clase o durante las vacaciones. Duchado, hidratado con cremas, afeitado, y cuidando hasta el ultimo detalle su apariencia estética. Con la “paga” de los fines de semana ahorraba lo suficiente para cosméticos, manicura y peluquería. Con sus primeros ingresos como recadero en Consultores SUP adquiría las primeras marcas en boutiques y antes de pasar a formar parte de la plantilla con la categoría de aprendiz ya tenia dos trajes GUCCI como fondo de armario.
Perfumado de arriba a abajo, cualquier día del año, con la fragancia Ralph Lauren Polo Blue Eau de Parfum dejaba un rastro a su paso que llamaba la atención. Aún así, en casa, en el trabajo, en el gimnasio o durante una obra de teatro, a la hora de miccionar, no podía resistir olerse la mano antes de pasar por el lavabo. ¿Gustarse a si mismo?, o ¿Trastorno Obsesivo Compulsivo? Porque lo natural en un hombre cuando está orinando es apuntar a aquellos restos que quedan pegados en la taza del WC ya que por naturaleza, en el fondo somos muy pulcros.