domingo, 10 de mayo de 2020

El hombre sin armadura

   Clinq, clinq, clinq,…así sonaba el enérgico encuentro del acero de las espadas blandidas por los soldados que aún quedaban en pie o con la suficiente fuerza para salvar la vida en aquella vehemente batalla. La contienda se prolongaba, contra pronostico, en casi cinco horas. Las catapultas ya no tenían nada que lanzar. Artilleros y arqueros faltos de munición, empuñaban espadas, hachas o dagas con la mismo furor que los que se retiraban detrás de las lineas para retomar algo de  aliento, durante el tiempo suficiente para volver a la pugna, eso si, antes de que los niveles de adrenalina desaparecieran del todo de su organismo.

   Paquillo Mañas acumulaba mas de veinte minutos sin relevo. Despojado de su armadura para evitar el exceso de perdida de líquidos, apretaba lo dientes con tanto estrés que  ya contabilizaba tres muelas partidas. Luchaba con honor, aceptando solo el combate cuerpo a cuerpo. Además siempre se jactaba de contar en las tabernas, que el sonido producido por su acero al rasgar los ropajes por sus partes traseras, enmudecía el grito de sorpresa del candidato a fiambre, sin embargo, cuando su fiel espada se hunde en el cuerpo del enemigo mientras es mirado a los ojos, el silencio se apodera del tiempo y se puede percibir hasta el chasquido de los músculos seccionarse. Un joputa menos.

   El ambiente era espeso, entre el hedor previo a una muerte segura, el sudor  de los guerreros y el obstinado vapor de las bolas de arcilla con pólvora lanzadas por los trambuquetes, enturbiaban el campo de batalla, dificultando ver con claridad más allá de lo que miden sus espadas. Los golpes se lanzaban a ciegas. A estas alturas era casi imposible diferenciar el escudo heráldico de los jubones. 
Cada relevo exaltaba el jubilo de aquellos que gritaban al volver a matar o morir y de los que aún, vive Dios, mantenían el semblante entre un suelo embarrizado y cada vez más difícil de mantener la postura, por no pisar el montón de cuerpos tendidos, cuya lucha ya ha terminado para ellos.
Desde lo alto de la colina, Samuel, a lomos de su corcel ruano, disfrutaba del resultado de la contienda a manos de sus valientes soldados como si camparan por el quinto Cielo, un día de cada día. A su lado dos enormes Generales, algo más intranquilos, tensaban su voluptuosa musculatura para mantener  ambos purasangres jarls que lucían un  impresionante negro azabache a pesar de su inquietud.
Con la misma ansiedad  que el marino ve desolado zozobrar su flota, el par de purasangres presagiaban algo que cambiaría la suerte de los que se jugaban sus vidas, aunque estas fueran prestadas.

    El sol perdía su fuerza mientras buscaba los picos redondeados de la tímida sierra de Gador que amurallada el valle por el este, donde se encontraban. Una pequeña brisa invitaba a la bruma de las piedras humeantes  a marcharse en solemne procesión. Fué entonces cuando una plateada armadura obedecía las ordenes de un enorme ser. Les sacaba a todos una cabeza de altura. Su espada medía dos metros  y a pesar de sus cuatro kilos de acero, se deslizaba entre el aire y los cuerpos, dibujando con la sangre que resbalaba por la hendidura  central de la hoja una danza, cuya majestuosidad, eclipsó a Samuel sin que este pudiera echar cuentas de los que a las puertas de su reino se amontonaban. En cuestión de minutos abrió una considerable brecha entre ambos ejércitos, uno de ellos ya en minoría. Samuel dio media vuelta con su corcel y ceremonialmente desapareció colina abajo. Los dos esbirros aún observaban con incredibilidad el giro inesperado de la batalla. Resignados, tardaron muy poco en seguir los pasos de Samuel.

   Sentado en una piedra manchada de sangre de no se quien o quienes, Paquillo Mañas observaba pensativo, con la mirada perdida, como la noche cubría con su manto negro unos muchos  centenares de cuerpos inertes. De vez en cuando el sonido polifónico de las espadas que remataban a los desahuciados, se mezclaban con el último suspiro ahogado de sus almas y en algunos de los casos casi grave. Por otro lado, el resto de sus compañeros que no ejercían de verdugo, auxiliaban y extraían a los heridos amigos.


   Habría transcurrido cinco días tras la contienda, cuando el ejercito de Alfonso VII al mando de Gaspar, se replegaba al norte de Pechina donde recompondrían sus fuerzas a la espera de la llegada de las huestes gallegas y catalanes, además de las naves genovesas. La caída de la Alcazaba tendría los días contados.
   - ¡Que Díos nos ampare a todos!, Si es el mismísimo Señor Mañas en carne y hueso.  Y vivo, por la gracia de Dios- Irrumpía una figura tosca y mugrienta desde la entrada de la única taberna en varias millas a la redonda de Sierra Alhamilla.
   - Pero quien cojones blasfemia de esa manera- Se volvió Paquillo casi ebrio.
Algunos soldados se pusieron tensos tras la estupefacta llegada. Otros, obstinados por dejar los sobresaltos para los mementos en los que batirse decide el futuro del que sobrevive, seguían arqueando sus jarras de cerveza, cuyo arco describía una parábola entre la mesa y el gaznate.
   - ¡Pero que coño….!, ¿Desde cuando le permiten la entrada a este antro a los hijos de mala madre?-
El Conde de Barcelona se adentró hacia la barra, firme y seguro para estrechar la mano de su antiguo amigo y compañero de varias batallas por tierras levantinas. 
  - Guarda es mano de noble mariquita  refinao y dame un abrazo como si fueras un hombre del copón.- Se jactó Paquillo.
   - Me dijeron que el otro día mataste a muchos y mataste bien. ¿Cómo no venir a 
congratularme con un saldado de tal magnitud?. Es bueno para mi imagen de humilde noble-
   -Ramón, no me toques los cojones. ¿Qué haces tú aquí, tan al sur?-
   - He jurado apoyar al Emperador Alfonso en la toma de al Maryya, ¡Que le vamos ha hacer, se cobra cara su investidura- Dijo El Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV.
   - Pues más te vale que guardes tu acento de gabacho, que por aquí somos muy nuestros- Dijo Paquillo guiñando de forma picaresca un ojo. –¿Cerveza?–
-Cerveza-
-Sea pues-

   Al cabo de un par de horas, los dos amigos y compañeros de batallas subían cuesta arriba en dirección a la casa donde se encontraba el Emperador.  El de Cataluña se paró a observar un balcón lleno de gitanillas. La casa presentaba un aspecto  herrumbroso, pero el color de las plantas le daba un toque fresco y surrealista. 
La tarde se presentaba agradable y por primera vez en los últimos días, había arreciado el levante. Al pasar junto a la fuente de agua termal, Paquillo insinuó al recién llegado que no le vendría mal un baño antes de presentar sus respetos. –Hueles a pocilga retestiná– dijo.


   La cena transcurría en silencio. Cinco servicios a lo largo de una mesa de madera de encina y cuatro comensales al rededor de un cochinillo asado en horno de piedra, dos ensaladas de tomate Raf con ajos, aceite de oliva traído de Bailen y pan recién horneado a pesar de las horas de la noche.
-¿Cómo pinta el tema?- Se apresuró a abrir debate el gallego.
-En cuanto asomen las galeras genovesas sus trinquetes por la bahía, nos dejamos caer con todas las huestes- Dijo el emperador sin levantar la vista.
-¿Que sabemos del enemigo?- Preguntó el catalán.
-Esos moros son rápidos y pegajosos como moscas, nada que ver con el ejercito endemoniado del otro día, al otro lado de la Sierra de los Filabres- Afirmó el Emperador.
Este comentario hizo removerse al grandullón que se sentaba frente al Emperador. Ataviado con su armadura, comía despacio a través de la estrecha abertura frontal del yelmo que le protegía la tremenda cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo.
-¿Bien armados?- Seguía preguntando el catalán.
-Cimitarra en mano y jambia al cinto en cuanto a acero. Allah, su Dios, como coraza. En la Alcazaba: arqueros en las murallas y almenas,  presumiblemente  sitúen calderos de aceite hirviendo sobre  los costados que dan a la almedina y a todo lo largo de la muralla de Jairán. Posiblemente –yo lo haría–  varias catapultas apostadas junto a la puerta de San Juan, también junto a la Torre Sur y a lo largo del descampado, aquí y aquí, con alcance a la bahía- Señalando un mapa improvisado en tela de rafia. 
-Esos putos italianos sabrán esquivar la artillería, si no quieren salir flotando a otro día en Punta Entinas- Dijo en tono frío y seco el gallego. Marino de raza y conocedor de las corrientes costeras del Atlantico y del Mediterráneo.
-Pues nada mas que decir, mientras ellos juegan a hundir la flota, nosotros le daremos matarile por tierra- sentenció el catalán, versado caballero del Temple y como si estuvieran pensando en lo mismo, se puso en pie aquella mole entre hombre y lata. Alzando su vaso, invitó a lo presentes a brindar por una victoria anticipada.


   Amaneció el día fresquito, el rocío cubría las superficies de una capa húmeda aumentando la sensación térmica de frío. La humedad evidenciaba un despertar sin legañas –mejor así– hoy no habría que lavarse la cara con el agua que había reposado al sereno. 
Paquillo Mañas llevaba varias horas levantado. Le había ganado la madrugá a la aurora. Sentado sobre la hierba, reposaba la espalda en uno de los mástiles de la vaya alrededor del granero.  A su lado derecho le acompañaba una hoz y un puñado de esparto recién cortado. Inmerso en sus devenires y pensares, tejía con solemnidad una pleita de esparto, – Dios sabe pá qué– pero allí estaba  dando trenza con su hábil quehacer de muñecas.

   En el interior de la Jaima aún estaba dispuesto sobre la mesa el plano de la fortaleza nazarí. Ramón fue el primero en salir. Anduvo unos pasos y se paró. Separó un poco las piernas afianzándolas al suelo. Se llevó las manos al cinturón y aflojando la presión del pantalón, liberó su verga flácida presentándosela al día. Segundos después vaciaba su vejiga. Mientras miccionaba, echó la cabeza para atrás y aspiró hondo. Con solo tres sacudidas soltó las últimas gotas de orín –en ciertos círculos, mas de tres sacudidas, se consideraba connotado de masturbación– y con ello regresó su noble miembro a sus sujetaderas.
-¡Que tenga que venir uno de fuera para que por este barranco baje algo de agua!, ¡quins collons!
De vuelta, el gallego lo observaba con cierto desdén.
-Bos dias-
-Bones dies tingui el senyor-
-Vais a merda, carallo-
-Caballeros, dosifiquense para la el combate. Volvamos dentro- Sentenció Alfonso VII.
-Ramón puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo del gallego. Con cierta ironía dijo –entremos, hay muchos moros a los que rebanar el pescuezo– y como dicen por aquí –ven aquí pá cá– pasando el dedo indice a lo ancho del cuello. -zas-. 

-¡Callaberos!, por favor. A mí, ¿pueden atender vuestras mercedes?- Gritaba Paquillo alzando la mano con el gesto de pedir la palabra. Casi tropieza al salir del barranco para encaminarse hacia la Jaima del emperador. El grandullón tensó sus formas poniéndose en guardia. 
-Dejad que se aproxime, es de confianza- ordenó el Conde de Barcelona girando hacia el Emperador.
-Todo va bien, sigamos- Se esforzó en decir con voz tosca para disimular los sollozos.
 Alfonso VII asintió con la cabeza y el brazo.
-Lo conozco. Es un gran soldado y fiel. Adelante muchacho, acérquese- Ordonó el séptimo de los Alfonsos.
Paquillo recuperaba el aliento. Falto de oxigeno, por la ascensión del barranco, dirigió una mirada de recelo al pasar junto al grandullón que aún se mantenía en tensión –a este se le van a freír los huevos como no se ponga a la sombra– pensó.
El enlatado como si hubiera advertido el comentario de Paquillo entró el primero. El resto aún tardaría un poco. 
-Ve pues, aquí te estaremos esperando- asintió el Emperador dirigiéndose a Paquillo tras escuchar atento su solicitud de audiencia.
Ramón lo miró y le hizo un guiño con el ojo. –Te esperamos– 

   Dentro el grandullón miraba el plano con atención. Descansaba el peso de su enorme cuerpo con los brazos entendidos y las manos apoyadas sobre la mesa. Al percatarse de la entrada de los tres caballeros, retiró las manos y tieso como un soldado firme, esperó a que alguien mandase descanso.
-Bos di...- se disponia el gallego a saludar con ironía, cuando percibió la mirada lacónica de su homologo.
-Buenos días- saludó finalmente.
-Déjense de chanzas caballeros y vamos al lío, que se enfría el arroz- Ordenó el mandamás.


   Dos horas mas tarde, hacía una calor de justicia, el cielo totalmente despejado estaba dominado por un radiante Sol que descargaba su ira contra la sierra. Paquillo subía el Barranco del Rey con varios metros de pleita enrollada al hombro. Al llegar a la Jaima, los señores salían con desgana. El gallego bostezaba con abulia, Ramón estiraba los brazos en dirección al cielo y el caballero de la armadura reluciente se pasa la mano por la parte trasera del yelmo a la altura del cogote. Con esa estampa cualquiera dudaría del desenlace de la contienda. Mas bien no, una imagen vale mas que cien palabras.

  

   Una vez de vuelta al refugio del solazo que caía, Paquillo se disponía a contar el porqué de su atrevimiento ante las miradas expectantes de los parroquianos, incluido la del robusto.
-¿Han pensado vuesas ilustres mercedes en asediar la Alcazaba o en batirse en el cuerpo a cuerpo con esos hideputas moriscos?- Preguntó Paquillo
-Eso lo sabrá a su debido tiempo, soldado. ¿Que quería contarnos?. Deberá ser importante dada su exaltación- Reprochó el Emperador.
-Vamos Paquillo, que no tenemos todo el día- Suavizó  el cuarto de los Berenguer.
-Ea pues, cuchád con la orejas- y a continuación empezó a relatar su idea.
-De tos es sabío que nuestras huestes superan en número y huevos al enemigo por lo que estos van a evitar el cuerpo a cuerpo, como dictan las normas de los combates nobles. Ademá, si cada galera desembarca una media de cuarenta espaguetines, los infieles no tienen ninguna oportunidad y es por ello que se van a enratonar entre las piedras de sus muros. ¿Me siguén?
Asienten los escuchasteis con desgana.
-Cuentanos algo que no sepamos, carallo-
Pues ahí és donde quería ir yo.  Sin una noble batalla donde poder degollar con lo puesto, utilicemos argucias disuasorias, fingidas o como coño se diga.
¡Expliquesé!- 
-¡Que les metamos un trola, cojones!... Que utilicemos la chorla que Dios nos ha dao, antes de la fuerza y cuando menos se lo esperen, le metemos tanto acero por el culo que no van a saber por donde se les asestan las estocadas.- Continuó diciendo. Ahora sí había conseguido atraer la atención de todos.
-Cuchen vuasercedes: Ataquemos de noche para llevar el ardid a su máxima eficacia. La noche antes hay que extender tantas pleitas como esta que os traigo, a to lo largo de la muralla de Jairán y tantas filas como podamos hacer, hasta ocupar la falda del Cerro de Layham. Cada metro de pleita ha de llevar un palitroque con un trapo enrrollao en la punta empapao en brea. - ¿Me siguen?-
Pausa.
Ea pues, a  to ello, hemos de preparar todos nuestros caballos con serones a los que ahí, debemos  ponerle los mismos palitroques de las pleitas. La noche del combate, unos pocos de soldados encenderán los palitroques de las filas, lo mas rapidamentente posible. Pareceran soldados apostados para sitiar la fortaleza por el norte. Para dar veracidad unos cuantos arqueros entre lineas, que lancen flechas como si no fuera un mañana. A to ello si soltamos nuestros caballos con los serones encendios, esos moros impíos se creerán que es por allí por donde atacaremos con toas nuestras fuerzas.
-¿Me siguen ahora?… Ea pues. Los genoveses entran en la bahía haciendo tanto ruido como puedan con sus galeras y  así tenemos a los moros corriendo de norte a sur a tó lo ancho de su alcazaba.
Otra Pausa
Miradas de atención solicitaban algún comentario al respecto.

   -Cuchen que agora llega lo gueno: los moros corriendo pa tos los laos, los de arriba lanzando piedras al mar y los de abajo girando los trambuquetes pa el Jairan... Entonces es cuando este orangután enlatao - dirigiéndose al de la armadura- y media docena de los soldados mas fornios, echan abajo la puerta de San Juan, por donde entraremos tos enteros, alejaos de arqueros y aceites, ósea les pillamos con la bragas bajás.. Ea, ¿que me comentan vuasercedes?
Alfonso VII se llevó la mano a la barbilla y preguntó,- Y por que das por echo que caerán en el engaño?
-Porque es cierto que estos moros desconfían hasta de la mare que los parió y se dividirán para asegurar posiciones.
- Muy bien Paquillo, tiene sentido. Solo que no sé si has pensado dos cosas: una, ¿cómo vamos a tejer tanta pleita en dos días para simular un ejercito? Y la otra, ¿cómo nos aseguramos que al día siguiente de colocarla no va a ser descubierta por la guardia que vigila las inmediaciones de la muralla? Custionaba ecuánime el catalán.
-¿Habeis pensado también que los genoveses están a un día de aquí? y si los retenemos fuera de la bahía levantaran sospechas- Apuntó el gallego.
-Cuchad, que no he terminao: Si nos ponemos hoy mismo a cortar to el esparto que podamos  y nos pongamos tos a tejer, pasao mañana por la noche se están colocando las tiras y claro está, que hay que enterrarlas pa que no se vean y a las antorchas, se echa la propia hierba  de al lao por lo alto, pero que vamos, que se supone que como en to sitio donde los haya, no nos ponemos justo debajo de los muros, que se supone que estamos algo retiraillos y cuanto mas retiraos, pues menos ven. Y pa lo de los barcos hay que hacer llegar un mensaje  al almirante italiano con uno de esos pajarracos suyos-
-¿Y que cree vuestra merced que debe poner en el mensaje? Advirtió el Emperador.
-Ea, cencillo. Que deben llegar al Cabo de Gata como es de esperar, para no alertar a los vigías apostaos en el levante y caida la noche, que viren hacia Alborán, así ganaremos el día que nos hace falta y parecerá que se han esfumao, ganando así en desconcierto y no es de imaginar dicha maniobra ya que los barcos herejes están tos en Málaga para apoyar el sitio a Córdoba y los nuestros vienen pa atacar, pues no tiene sentido que bajen hasta la isla, que debe estar pelá de to. ¿Me siguen?

   Tres días mas tarde amanecía, un lunes 21 de octubre del año de nuestro señor de 1147 bajo el júbilo de las tropas cristianas tras la toma de al- Maryya a manos del propio Emperador Alfonso VII y el Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV,  junto con las fuerzas encomendadas a la protección del Apóstol Santiago y las tropas navarras de última hora dirigidas por García Ramirez.  
En la cima del cerro de Layham, la figura de Samuel observaba con detalle cada uno de las extrañas y desconocidas maniobras llevadas a cabo durante la noche –interesante–. De un solo vistazo contó el número de almas que se iba a llevar consigo y con la solemnidad de un príncipe, desapareció cerro abajo cuando el cielo se teñía de naranja, ante la inminente puesta en escena de un sol, que presumía ser el protagonista de la bóveda celeste que los cubriría durante las próximas trece horas.

   Un año más tarde, Paquillo Mañas salía de la Alcazaba por la puerta Meridional. Bajaba por el lado interior de la muralla junto con Grabiel, compañero de armas que aún sin armadura le doblaba el cuerpo. Pasaron junto a la Puerta de la Carnicería cuando se detuvieron en seco. Una revuelta junto a la entrada de una tetera mozárabe paralizó a aquella mole de carne y hueso. Grabiel sin armadura era como un niño recién destetado, asustadizo e indeciso. Paquillo lo agarró fuertemente del brazo.
-Tranquilo camarada. Solo es una riña entre hideputas. No va con nosotros- Gabriel respiraba profundamente ante las palabras tranquilizadoreas de Paquilo. 
-Hoy es día de fiesta, ¿me sigues?-
Si.
-Pues lleguemos de una vez a la Mezquita Mayor que estoy deseando echarle el ojo a una buena moza- Dibujó con las manos el contorno de una guitarra de arriba a abajo en el aire.

Legaron tarde, la misa ya había comenzado. Salieron una hora y media mas tarde. En la puerta se toparon con el Cónsul genovés nombrado por el Emperador tras el asedio. Un gesto de este con la cabeza sirvió de saludo cortés pero apático. Paquillo lo miró a la cara y sin devolver saludo alguno falto de hipocresía lo ignoró. Se dirigió en dirección  a la Calle Real de la Almedina con la intención de recorrer cada una de las tascas que se sucedía a ambos lados de la calle.
-Vamos grandullón, hoy vas a probar la autentica cerveza de gruit que aún se fabrica- Decía con júbilo Paquillo mientras Grabiel asentía. –Probémosla pues–
Las encimas del alcohol ya estaba haciendo su trabajo en sus cuerpos y venidos arriba Gabriel se atrevió a preguntar:
-¿Porqué yo?-
-¿Porque yo, de qué?-
-Pues eso, ¿que porqué yo encabecé el asalto-
-Porque eres fiel, eres fuerte y sobre todo eres grande, muy grande- Alzó Paquillo los brazos levantándose.
-Entiendo-
Pausa
-¿Y si hubiera sido pequeño?
-¿Y si hubieras sio pequeño, de qué?
-Pues eso, pequeño
-No me jodas, ¿cómo de pequeño?
-¿Un Enano? ,por ejemplo.
-Ea pues, te hubiera estao dando patás en to el culo, hasta que entrases por la acequia que baja del aljibe y ya te hubieras buscao la vida para abrir la puta puerta... ¿Me sigues?









































martes, 7 de abril de 2020

Estado de Alarma


   El chasquido producido por el crepitar del último trozo de madera que ardía sobre los rescoldos de un montón de brasas consumidas durante la gélida noche invernal, desveló a Aaron. Acostado sobre su estrecha cama con somier de muelles, se resistía a realizar cualquier movimiento que le provocase la entrada de todo tipo de torbellinos entre el amasijo de sábanas y mantas. La noche no ha sido del todo reconfortante a pesar de la quietud del exterior.
   No iba a batirse, ni provocar contienda por levantarse o quedarse tumbado. Tampoco tenía motivos para declinarse por alguna de las acciones posibles, así que se quedaría un momento más en aquella galera improvisada por el hastío que el día auguraba, dado su confinamiento. Fuera de la cabaña la nieve alcanzaba cuarenta centímetros de espesor. El cielo cubierto de nubes grises formaba un muro que resistía con aplomo al asedio de un sol testarudo ante su intento diario por penetrarlas.
   Tenía solamente dos motivos por lo que excarcelarse de su  humilde yacija. Una, sería la necesidad de mear por tener la vejiga tan llena, que notaba la sensación de aplastamiento contra la próstata. Y la otra venía definida por una tremenda necesidad de masturbarse, allí mismo, justo en ese inesperado momento, bajo el calor intrínseco de las mantas.

   -¿Micción o masturbación?, ¡he aquí la cuestión!- Su mente era un ir y venir por analizar las opciones a la vez que su sangre era un subir y bajar desde la cabeza al pene y viceversa.

   Una hora más tarde su rostro dibujaba una granuja sonrisa mientras se preparaba el desayuno. Café descafeinado con la leche bajada del mismo infierno y un par de rebanadas de pan con mantequilla salada sería su banquete triunfal tras salir victorioso de sus dos tareas anteriores.
   Saciado de tres de las mas importantes necesidades tanto en la vida del hombre sabio como en la del ignorante, tocaba planificar el resto del día.

   - Hoy toca dejar pasar el tiempo -Pensó sin vacilar

   Era ya mediodía. Por la ventana del salón se podían ver caer los primeros copos de nieve del día. Hoy las precipitaciones se habían adelantado al habitual atardecer, cuando la humedad y la bajada de temperatura anuncian a otra noche glacial.

   - Repasemos la guía de supervivencia- susurró mientras se recostaba en el sillón.
   - Tengo leña seca junto a la chimenea, aún queda cerveza suficiente en la despensa, el móvil  se encuentra en silencio y las sobras de ayer me redimen de cocinar. ¡Perfecto!- Estiró las manos para coger el portátil qua había sobre la mesita auxiliar. Al abrirlo, comprobó que contaba con suficiente carga de batería para continuar  trabajando un rato con la novela que estaba escribiendo desde hace meses.

   Recordar su infancia le producía cierto pavor, pero debía infringirse tal exigencia si quería de una vez por todas expulsar a los demonios que le atormentaban desde la niñez y que muy acertadamente estaba plasmando en su obra con mucha vehemencia. Criado en  la miseria, en el seno de una familia que rozaba la indigencia, no le faltaba el cariño de los suyos en los breves instantes que coincidían sus padres y su hermano juntos. Marcado por el continuo cambio de vivienda, como nómadas en los años ochenta, se refugia en aquellas mañanas mientras sus padres estaban fuera durante varios días y él junto a su hermano mayor salían a la puerta de casa para jugar al balón en la estrecha calle donde vivían, antes de caminar media hora para llegar al clase. Este es el único recuerdo feliz que tiene de su hermano y casi de toda su deplorable infancia.

   Ajeno a la situación que está viviendo el país como consecuencia de la pandemia global provocada por un virus, salía cada mañana a pasear un par de horas entre la nieve, el silencio de la montaña y los majestuosos pinos centenarios que proyectan sombras mayestáticas sobre el relieve y blandían sus ramas al viento con fervor deshaciéndose de la nieve acumulada.
Contaba con varios motivos por los que estar aislado en aquel remoto lugar olvidado por la civilización. Terminar su novela era la excusa con la que se conformaban su familia y su pareja para refutar cualquier comentario mal intencionado de los mas aviesos de pro, que se jactan del mal ajeno.

   Hoy sería el segundo día consecutivo que no pasaba a revisar las trampas para conejos distribuidas entre los arboles de la colina cercana a la cabaña. Tampoco echaría ningún vistazo a los cepos para pájaros sobre el tejado del granero y su alrededor.
 -Si ha caído algo, el frío y la nieve lo mantendrá bien conservado-pensó. Aún hay reservas en la alacena. Total, esto es como la Ley de Murphy: si estas lleno, pican en abundancia y si las reservas caen en depresión, no cazas ni alimañas.

   -¿Queda cerveza?-
   -Si-
   -¡Genial!-
   -¿Papel?-
   -¿Que papel?-
   -Para el culo-
   -Suficiente-
   -¡Bien!-

   Aarón emprendió su particular encierro, varios meses atrás, en lo más alto de la montaña, aislado de toda molicie para buscar en lo más profundo de su ser la respuesta al porqué había caído en un pozo, en el cual se encontraba a punto de tocar fondo y se preguntaba porqué aún no se había encontrado. Vaticinaba el mayor tortazo de toda su vida y sin retorno. Acostumbrado a arruinar cualquier atisbo de felicidad, siempre se había sentido más cómodo en batallas autoproclamadas sin motivo aparente, pues en zona hostil se encontraba su zona de confort. Todo un ejemplo de todo mitómano asqueado de serlo, ahora sentenciado al juicio contra los cientos de delitos éticos y morales que lo más alto de la conciencia le imputa.

   El viento había arreciado, anunciando que la noche estaba a punto de echarse encima. dejó el portátil nuevamente en la mesita donde unas horas antes lo había cogido y se levantó del sillón donde había estado recostado. Al levantarse fue invadido por un hedor que lo envolvió. Tendría que cuestionarse si era el momento de darse una ducha o cambiarse de pijama. Entre las dos opciones tendría que inclinarse por ambas. Luego decidiría el orden de las mismas, pero ahora mismo sus intenciones eran otras. Se dirigió hacia la nevera, cogió una cerveza  y se aclaró la garganta con el primer sorbo. Durante el siguiente trago vació el envase. Se decidía a coger otra cerveza cuando algo a través de la ventana le llamó la atención.
   La temperatura estaba bajando. En la chimenea unas pocas de ascuas luchaban por no perder su tono anaranjado, reclamando algo más de madera enjuta, ideal para no crepitar, no vaya a ser que el señorito se vuelva a molestar por los chasquidos.
   Ignorando la situación de la chimenea exprofeso, llegó hasta la ventana, inclinó los morros contra el cristal achatando la nariz. Con las manos a ambos lados de la cara, a la altura de los ojos, posicionadas para ejercer en modo túnel  de la mirada, observaba con entusiasmo el anochecer. Había algo de condensación de agua en el aire que no le permitía ver más allá de escasos 50 metros. Allí, se quedó  impertérrito durante unos minutos, hasta que el cielo fue cubierto con su regio manto negro ofreciendo un oscuro techo a todo ser que se encontrase en el exterior.

   -¿Cómo para salir ahora a ver las trampas?, ¡Habría que estar loco!-
   -O peor aún, salir a lavarse la cara al pozo-
   -¿Y atreverse a lavarse la cara en el pozo saliendo desnudo?-
   -Eso no es divertido, loco. Na hay nadie para verlo-
   -Si yo lo decía por el frío, ¡capullo!-
   - Pues ¿sabes que te digo?...-
   -¿Qué?-
   -Que va a salir tu Puta Madre-

   Un momento después, la encimera de la cocina ya acumulaba un número considerable de envases de cerveza vacíos junto a un ejercito de migas de pan desarboladas a todo lo largo y ancho de la tabla de cortar. La vejiga anunciaba la primera llamada para desbeber. -¿Porqué no ir a mear ahora?, pues, ¡al cuarto de baño que voy!-  se dijo para si mismo. Dicho esto, se disponía a realizar la noble y necesaria acción de mear, cuando sacó su miembro miccionador. En pocos segundos inhaló los aromas que lo evocaron al recuerdo del festín mañanero que tuvo lugar antes de levantarse y con ello, su cabeza fue fuertemente golpeada con un sinfín de imágenes eróticas que se proyectaban a toda velocidad. Se echó a reír. De haberse proyectado mas lentamente, ya te iba yo a contar que iba hacer con ese miembro después del pipí. Total, ya lo tenía entre las manos.

   Era hora de acostarse. Pudo notar en su trasero que la cama estaba helada y que tendría que armarse de valor para meterse dentro. -¿Quizás, esta mañana debería haber estirado las sabanas y las mantas después de levantarme?- Se preguntó. Sin pensarlo dos veces, con un gesto veloz y la agilidad de un atleta, se tumbó en la cama a la vez que te tapaba. -¡Hecho!- Ahora a esperar a entrar un calor. Miró hacia el fuego y comprobó que la madera ardía con todo su esplendor y las llamas alcanzaban una altura considerable. Sobrecogido por una sensación de tranquilidad, dejó  que su cabeza viajara libremente entres sus pensamientos, deslizándose como una góndola entre los canales de Venecia a los remos de un gondolero que entonaba canciones épicas igual que las musas apostadas sobre los arcos de los puentes.

Así fue como se quedó dormido.

   Hacía un calor infernal como para derretir el hierro, la humedad acariciaba el 95% aumentando la sensación térmica de ahogo. Dos hombres ataviados con trajes de protección contra el riesgo biológico se acercaba hacia el helipuerto de un laboratorio secreto en mitad del desierto del Gobi. Portaban con suma prudencia una especie de maleta de mano con dos cierres a cada extremo. El trayecto desde le exclusa de salida del recinto hasta el helicóptero donde le esperaban dos hombres trajeados simulaba un paso procesional, típico de la Semana Santa sevillana. Al llegar a su altura, los disfrazados de astronauta soltaron la maleta emitiendo palabras inaudibles para las estatuas trajeadas que solo entendieron la referencia de aquellas figuras sacadas de la película de ET al soltar el equipaje.
   El helicóptero accionó sus aspas y se elevó en pocos segundos levantando una manta de arena parecida a las tormentas típicas del desierto. La carga ya iba dentro. Por radio se emitió el siguiente mensaje:
   -Es la hora-
   -Recibido- sonó desde otra radio.
   -Nos dirigimos hacia nuestro destino-
   -Manténgase a la escucha para recibir la orden-
   -Recibido-

   Cuarenta minutos más tarde la radio sonaba en algún lugar del planeta.

   -Cinco minutos para nuestro destino-
   -Recibido. ¡Atentos a mi orden!-

   El copiloto se quitó su casco, abandonando la cabina de mandos se apoyó con un gesto sobre el hombro de su compañero y se dirigió hasta la zona de carga. Una vez allí, ordenó a los pasajeros que se fueran quitando los auriculares y se desataran de los cinturones. La hora estaba a punto de llegar. Solo quedaba esperar a que La luz roja se encendiera y soltaran el paquete sobre la ciudad de Wuham.

   -Pájaro uno a base-
   -Adelante, Pájaro uno-
   -Paquete enviado-
   -Recibido, vuelvan a base-

   A miles de kilómetros de allí una sala con más de cien ordenadores se iluminó. En una pantalla central una cronómetro se puso en marcha con los números bien visibles en la parte superior derecha.
 
   Tres semanas después Aaron sentado en la mesa de su casa disfrutaba de su almuerzo favorito por la visita de sus padres al piso que compartía con su pareja. Cada mes recibía la visita de sus padres y aprovechaban la ocasión para que su madre preparase ese arroz con pulpo que tanto le gustaba. La televisión emitía las noticias sobre una epidemia que estaba azotando a la población de China.

   -Por Dios; quita eso de la tele. No hacen nada más que emitir noticias con tragedias- Dijo su madre mientras depositaba la olla con el arroz de pulpo sobre el centro de la mesa. - y pon algo mas alegre- concluyó.
   -Espera un momento mujer, que la noticia es interesante. Parece que las cosas se están poniendo feas en China. Ya llevan varios días siendo portada en el parte diario- Replicó su marido.
   -¡Madre mía!, como esa cosa llegué aquí, estamos jodidos- Soltó su paraje alarmada.
   -¡Que va! Eso no llega aquí ni de coña- Se mofó Aaron. Por mucho chino que tengamos aquí, eso no llega a España y más con los controles de aeropuertos.
   -¡Venga! que se pasa el arroz y se chupa todo el caldo. ¡A dejarse de tonterías y a comer!

   Un mes más tarde Aaron y su pareja salían de tanatorio incrédulos de la repentina muerte de su padre por un simple resfriado. Se preguntaban si su madre tendría el mismo final ya que llevaba dos días con una tos seca que le quemaba la garganta y no le dejaba respirar bien.
A la mañana siguiente, se levantó como de costumbre a las seis en punto. Salió a la calle y le llamó la atención que no hubiera nadie en la calle. El bar de la esquina extrañamente estaba cerrado aún.
-Manolo no se ha dormido en su vida desde que lo conozco- Se dijo extrañado. El sonido de una ambulancia lo devolvió a la realidad. Las calles seguían vacías. Otra ambulancia volvió a pasar con los rotativos abriéndose paso a través de la desértica calzada. Cruzó la calle en dirección al garaje que  está dos calles más abajo con la esperanza de pararse antes en el quiosco para comprar la prensa.
El quiosco esta cerrado a cal y canto. Una nota pegada en la persiana central dejaba escrito un mensaje en letras mayusculas "CERRADO POR ESTADO DE ALARMA". Dobló la esquina para entrar al garaje cuando otra ambulancia casi se lo lleva por delante.

-¿Pero que coño esta pasando?- Pensó incrédulo.

   Otra ambulancia seguida de otra y otra y así hasta un número incontable cruzaban de calle en calle invadiendo todas las calzadas de luces amarillas giratorias. El sonido era ensordecedor. Como pudo se adentró en el garaje en busca de su coche. Aun le retumbaba en la cabeza el sonido de las ambulancias. Entró en el coche con la intención de aislarse del estruendo. Echó la cabeza para atrás preguntándose sobre el surrealismo que estaba presenciando. El móvil sonó. En la pantalla un número desconocido dejó un mensaje. -Lamentamos anunciarle el fallecimiento de su madre. Por razones de seguridad le recomendamos quedare en casa durante el estado de alarma-

   -¿Que demonios ...?, ¿qué puto estado de qué?-
   -¡Mamá!-

   Una extraña sensación de quemazón se apoderó de su garganta. Se sentía febril y le costaba respirar. Empezó a toser. Las puertas del garaje se abrieron y empezaron a entrar ambulancias sin parar. La tos era mas fuerte. No podía respirar.
   Soltó un gemido sordo a la vez que se incorporaba de la cama. El fuego de la chimenea seguía ardiendo alegremente. El sudor se estaba enfriando. Sintió un escalofrío que le recorría la espalda. La sensación de ahogo fue desapareciendo y recuperó la respiración mientras pasaban los minutos observando cada rincón de la cabaña.
   Se levanto en busca del móvil. Ya no estaba en silencio, sino apagado. Llevaba en ese estado desde el día siguiente que entro por la puerta de la cabaña. Lo soltó en el mismo sito.

   -Mañana lo pondré a cargar-
   -Es muy tarde y no son horas de llamar a nadie-
   -Ha sido una pesadilla. Me vuelvo a la cama-
   -¿Llamar para qué?-

   No podía conciliar el sueño de nuevo. Se imaginaba llamando a sus padres por la mañana para preguntarles como estaban y que le reprochasen el tiempo que lleva sin dar indicios de vida. Llamaría mejor a su chica, ... aunque esta se mofara de él si le contaba la pesadilla que había tenido.

   - ¿Estado de alarma en España como consecuencia de un virus que se extiende por el mundo?-
   - ¡venga ya!-
   - Seguramente un español infectó de gripe a un chino y la historia nos vuelve a golpear-
   -¡Claro! como son muchos pues no se nota-
   -¡Anda! so gilipollas y vuélvete a dormir. Una pandemia en el siglo 21 dice el muy... ¡Ahí que ser iluso!
   -¡Me cago en el puto Walkind Dead ese de los cojones!

   En la base subterránea oculta, los datos invaden las pantallas de los ordenadores. En la pantalla central, un mapa del mundo clasifica zonas marcadas por colores. Debajo de la pantalla una mesa preside la sala. Un hombre de avanzada edad se toca su barba gris con movimientos circulares. Levanta la vista y a continuación asiente con la cabeza. En el segundo puesto de trabajo de la primera fila, el padre de Aaron levanta el teléfono.

   -Adelante con la fase dos-

   Camiones cisterna nebulizan las calles de las principales ciudades afectadas. Wuham, Seúl,  Pekín, Roma, Madrid, París, Londres, Tokio y Nueva York.
 A pié de calle parejas de personas equipadas con trajes biológicos rocían con alguna solución los principales edificios de las ciudades.

-Fase dos iniciada- Emite una voz al otro lado del teléfono. Todos levantan la cabeza, dirigiendo la mirada hacia el panel central. Las principales ciudades se tiñen de un naranja mas oscuro, ocupando una zona más amplia en el mapa proyectado.

   Durante el almuerzo del día siguiente, en el apartamento de Aaron, la televisión emite la última hora sobre la situación de la pandemia. Sentados al rededor de un suculento pavo asado al estilo de Acción de Gracias y muchas más viandas, su pareja, sus padres, su suegra, su jefe, Manolo el del bar de la esquina y el General del Estado Mayor  del ejercito de Estados Unidos con su uniforme lleno de condecoraciones, atienden con atención la emisión de las noticias y el análisis de seguimiento.

   -"Tras los datos de las últimas 48 horas, los datos indican un decrecimiento sustancial de las personas afectadas, por lo que aparentemente se establece el principio de la victoria contra el virus. Lamentablemente la ONS anuncia en un comunicado urgente de última hora. Un rebrote inesperado en las últimas horas, eleva las cifras de infectados que ya se cuentan por millones en las principales ciudades y los hospitales quedan aislados tras el colapso del sistema. Se ha decretado el estado  extrema cuarentena para los hospitales, quedando cerrados al público."-

   -¿Papá que demonios has echo?- Dijo en tono amenazador Aaron a su padre.
   - Deja a tu padre, querido. Él solo esta haciendo su trabajo- Replicó su madre.
   - ¡Mamá!...
   - Tu padre es un buen soldado, hijo- Soltó tranquilamente el General.
    Aaron, incrédulo de lo que esta pasando se levantó bruscamente de la mesa. Al abrir la puerta casi es atropellado por varias filas de ambulancias a toda velocidad por la carretera.
    En la base subterránea los aplausos hierven en un fervor sin igual. El hombre de barba gris se levanta con las manos abiertas y con las palmas hacia abajo ordena silencio. -Ordenad la fase tres. ¡Ahora!- Todos vuelven a su puesto.

   Isa, la pareja de Aaron, baja de la parte delantera del Chevrolet Susurban con un maletín esposado a su brazo izquierdo. Se dirige firmemente hacia la caseta ocupada del guardia de seguridad que custodia la barrera de entrada de la Empresa de Gestión Aguas  Canal Isabel II de Madrid. Si dar tiempo a articular palabra, saca de la parte de atrás de su cinturón una pistola HK USP de 9mm disparando a quemarropa, dejando sin vida al centinela. Continúa hasta la sala de bombeo. Abre el maletín y saca un cilindro con una sustancia viscosa en su interior.

  -Nuestros amiguitos ya nadan hacia la red autonómica de aguas-
 -¡Nadad!, ¡Nadad!....¡Matar!

   Minutos después, Isa sale de la sala de bombeo del Canal Isabel II sin el maletín y con el teléfono en la oreja. -Fase tres concluida- Lanzó el teléfono contra la pared, se soltó el pelo y se dirigió de vuelta al Chevrolet.-¡Salgamos de aquí!-

   Aaron se levantó antes de que amaneciera del todo. Un tremendo dolor de cabeza se había despertado con él. Necesitaba tomar algo antes de que la cabeza le estallara del todo.

-¡Menuda nochecita de pesadillas, joder!

   De camino al armario donde guardaba un pequeño botiquín en busca de algún analgésico, se tropezó con la mesita donde dejó el ordenador. la noche anterior.  El golpe produjo que se cayera al suelo el móvil que estaba casi en el filo de la mesita. Se paró en seco. Con el analgésico aún en la mano, se debatía entre continuar en busca de un poco de agua o coger el el teléfono del suelo.
En el efímero acto de discernir, con una inusual osadía recogió el teléfono del suelo. Lo encendió sin vacilar. Mientras encontraba red, cogió un vaso del fregadero y se tomó la pastilla. La temperatura del agua en contacto con los dientes produjo millones de punzadas de finísimos alfileres.

-¡Dios!, Me cago en ....!, ¡uuaahhh!-

   La señal acústica que anunciaba la toma de red devolvió su atención hacia el móvil. Con él en su mano, decidió sentarse en el sillón para darle cierta solemnidad merecedora, pues la traición infligida a su promesa nomofóbica lo requería.
De repente la aglomeración de notificaciones superponían sonidos deferentes. Sin pensarlo, abrió directamente el chat de whatsuup de Isa que registraba trescientos sesenta y cinco notificaciones. lo abrió y comenzó a leer desde los últimos hacia atrás en el tiempo.

   -¡No!-
   -¡No puede ser cierto!-
   -Esto no puede estar pasando de verdad!

   Las manos le temblaban, el sudor empezaba a cubrir su frente, en sus ojos se hacia patente la dilatación de los vasos sanguíneos. Segundos más tarde acusaba síntomas severos de asterixis e hiperhidrosis que lo arrojaron a un profundo Estado de Alarma.