domingo, 10 de mayo de 2020

El hombre sin armadura

   Clinq, clinq, clinq,…así sonaba el enérgico encuentro del acero de las espadas blandidas por los soldados que aún quedaban en pie o con la suficiente fuerza para salvar la vida en aquella vehemente batalla. La contienda se prolongaba, contra pronostico, en casi cinco horas. Las catapultas ya no tenían nada que lanzar. Artilleros y arqueros faltos de munición, empuñaban espadas, hachas o dagas con la mismo furor que los que se retiraban detrás de las lineas para retomar algo de  aliento, durante el tiempo suficiente para volver a la pugna, eso si, antes de que los niveles de adrenalina desaparecieran del todo de su organismo.

   Paquillo Mañas acumulaba mas de veinte minutos sin relevo. Despojado de su armadura para evitar el exceso de perdida de líquidos, apretaba lo dientes con tanto estrés que  ya contabilizaba tres muelas partidas. Luchaba con honor, aceptando solo el combate cuerpo a cuerpo. Además siempre se jactaba de contar en las tabernas, que el sonido producido por su acero al rasgar los ropajes por sus partes traseras, enmudecía el grito de sorpresa del candidato a fiambre, sin embargo, cuando su fiel espada se hunde en el cuerpo del enemigo mientras es mirado a los ojos, el silencio se apodera del tiempo y se puede percibir hasta el chasquido de los músculos seccionarse. Un joputa menos.

   El ambiente era espeso, entre el hedor previo a una muerte segura, el sudor  de los guerreros y el obstinado vapor de las bolas de arcilla con pólvora lanzadas por los trambuquetes, enturbiaban el campo de batalla, dificultando ver con claridad más allá de lo que miden sus espadas. Los golpes se lanzaban a ciegas. A estas alturas era casi imposible diferenciar el escudo heráldico de los jubones. 
Cada relevo exaltaba el jubilo de aquellos que gritaban al volver a matar o morir y de los que aún, vive Dios, mantenían el semblante entre un suelo embarrizado y cada vez más difícil de mantener la postura, por no pisar el montón de cuerpos tendidos, cuya lucha ya ha terminado para ellos.
Desde lo alto de la colina, Samuel, a lomos de su corcel ruano, disfrutaba del resultado de la contienda a manos de sus valientes soldados como si camparan por el quinto Cielo, un día de cada día. A su lado dos enormes Generales, algo más intranquilos, tensaban su voluptuosa musculatura para mantener  ambos purasangres jarls que lucían un  impresionante negro azabache a pesar de su inquietud.
Con la misma ansiedad  que el marino ve desolado zozobrar su flota, el par de purasangres presagiaban algo que cambiaría la suerte de los que se jugaban sus vidas, aunque estas fueran prestadas.

    El sol perdía su fuerza mientras buscaba los picos redondeados de la tímida sierra de Gador que amurallada el valle por el este, donde se encontraban. Una pequeña brisa invitaba a la bruma de las piedras humeantes  a marcharse en solemne procesión. Fué entonces cuando una plateada armadura obedecía las ordenes de un enorme ser. Les sacaba a todos una cabeza de altura. Su espada medía dos metros  y a pesar de sus cuatro kilos de acero, se deslizaba entre el aire y los cuerpos, dibujando con la sangre que resbalaba por la hendidura  central de la hoja una danza, cuya majestuosidad, eclipsó a Samuel sin que este pudiera echar cuentas de los que a las puertas de su reino se amontonaban. En cuestión de minutos abrió una considerable brecha entre ambos ejércitos, uno de ellos ya en minoría. Samuel dio media vuelta con su corcel y ceremonialmente desapareció colina abajo. Los dos esbirros aún observaban con incredibilidad el giro inesperado de la batalla. Resignados, tardaron muy poco en seguir los pasos de Samuel.

   Sentado en una piedra manchada de sangre de no se quien o quienes, Paquillo Mañas observaba pensativo, con la mirada perdida, como la noche cubría con su manto negro unos muchos  centenares de cuerpos inertes. De vez en cuando el sonido polifónico de las espadas que remataban a los desahuciados, se mezclaban con el último suspiro ahogado de sus almas y en algunos de los casos casi grave. Por otro lado, el resto de sus compañeros que no ejercían de verdugo, auxiliaban y extraían a los heridos amigos.


   Habría transcurrido cinco días tras la contienda, cuando el ejercito de Alfonso VII al mando de Gaspar, se replegaba al norte de Pechina donde recompondrían sus fuerzas a la espera de la llegada de las huestes gallegas y catalanes, además de las naves genovesas. La caída de la Alcazaba tendría los días contados.
   - ¡Que Díos nos ampare a todos!, Si es el mismísimo Señor Mañas en carne y hueso.  Y vivo, por la gracia de Dios- Irrumpía una figura tosca y mugrienta desde la entrada de la única taberna en varias millas a la redonda de Sierra Alhamilla.
   - Pero quien cojones blasfemia de esa manera- Se volvió Paquillo casi ebrio.
Algunos soldados se pusieron tensos tras la estupefacta llegada. Otros, obstinados por dejar los sobresaltos para los mementos en los que batirse decide el futuro del que sobrevive, seguían arqueando sus jarras de cerveza, cuyo arco describía una parábola entre la mesa y el gaznate.
   - ¡Pero que coño….!, ¿Desde cuando le permiten la entrada a este antro a los hijos de mala madre?-
El Conde de Barcelona se adentró hacia la barra, firme y seguro para estrechar la mano de su antiguo amigo y compañero de varias batallas por tierras levantinas. 
  - Guarda es mano de noble mariquita  refinao y dame un abrazo como si fueras un hombre del copón.- Se jactó Paquillo.
   - Me dijeron que el otro día mataste a muchos y mataste bien. ¿Cómo no venir a 
congratularme con un saldado de tal magnitud?. Es bueno para mi imagen de humilde noble-
   -Ramón, no me toques los cojones. ¿Qué haces tú aquí, tan al sur?-
   - He jurado apoyar al Emperador Alfonso en la toma de al Maryya, ¡Que le vamos ha hacer, se cobra cara su investidura- Dijo El Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV.
   - Pues más te vale que guardes tu acento de gabacho, que por aquí somos muy nuestros- Dijo Paquillo guiñando de forma picaresca un ojo. –¿Cerveza?–
-Cerveza-
-Sea pues-

   Al cabo de un par de horas, los dos amigos y compañeros de batallas subían cuesta arriba en dirección a la casa donde se encontraba el Emperador.  El de Cataluña se paró a observar un balcón lleno de gitanillas. La casa presentaba un aspecto  herrumbroso, pero el color de las plantas le daba un toque fresco y surrealista. 
La tarde se presentaba agradable y por primera vez en los últimos días, había arreciado el levante. Al pasar junto a la fuente de agua termal, Paquillo insinuó al recién llegado que no le vendría mal un baño antes de presentar sus respetos. –Hueles a pocilga retestiná– dijo.


   La cena transcurría en silencio. Cinco servicios a lo largo de una mesa de madera de encina y cuatro comensales al rededor de un cochinillo asado en horno de piedra, dos ensaladas de tomate Raf con ajos, aceite de oliva traído de Bailen y pan recién horneado a pesar de las horas de la noche.
-¿Cómo pinta el tema?- Se apresuró a abrir debate el gallego.
-En cuanto asomen las galeras genovesas sus trinquetes por la bahía, nos dejamos caer con todas las huestes- Dijo el emperador sin levantar la vista.
-¿Que sabemos del enemigo?- Preguntó el catalán.
-Esos moros son rápidos y pegajosos como moscas, nada que ver con el ejercito endemoniado del otro día, al otro lado de la Sierra de los Filabres- Afirmó el Emperador.
Este comentario hizo removerse al grandullón que se sentaba frente al Emperador. Ataviado con su armadura, comía despacio a través de la estrecha abertura frontal del yelmo que le protegía la tremenda cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo.
-¿Bien armados?- Seguía preguntando el catalán.
-Cimitarra en mano y jambia al cinto en cuanto a acero. Allah, su Dios, como coraza. En la Alcazaba: arqueros en las murallas y almenas,  presumiblemente  sitúen calderos de aceite hirviendo sobre  los costados que dan a la almedina y a todo lo largo de la muralla de Jairán. Posiblemente –yo lo haría–  varias catapultas apostadas junto a la puerta de San Juan, también junto a la Torre Sur y a lo largo del descampado, aquí y aquí, con alcance a la bahía- Señalando un mapa improvisado en tela de rafia. 
-Esos putos italianos sabrán esquivar la artillería, si no quieren salir flotando a otro día en Punta Entinas- Dijo en tono frío y seco el gallego. Marino de raza y conocedor de las corrientes costeras del Atlantico y del Mediterráneo.
-Pues nada mas que decir, mientras ellos juegan a hundir la flota, nosotros le daremos matarile por tierra- sentenció el catalán, versado caballero del Temple y como si estuvieran pensando en lo mismo, se puso en pie aquella mole entre hombre y lata. Alzando su vaso, invitó a lo presentes a brindar por una victoria anticipada.


   Amaneció el día fresquito, el rocío cubría las superficies de una capa húmeda aumentando la sensación térmica de frío. La humedad evidenciaba un despertar sin legañas –mejor así– hoy no habría que lavarse la cara con el agua que había reposado al sereno. 
Paquillo Mañas llevaba varias horas levantado. Le había ganado la madrugá a la aurora. Sentado sobre la hierba, reposaba la espalda en uno de los mástiles de la vaya alrededor del granero.  A su lado derecho le acompañaba una hoz y un puñado de esparto recién cortado. Inmerso en sus devenires y pensares, tejía con solemnidad una pleita de esparto, – Dios sabe pá qué– pero allí estaba  dando trenza con su hábil quehacer de muñecas.

   En el interior de la Jaima aún estaba dispuesto sobre la mesa el plano de la fortaleza nazarí. Ramón fue el primero en salir. Anduvo unos pasos y se paró. Separó un poco las piernas afianzándolas al suelo. Se llevó las manos al cinturón y aflojando la presión del pantalón, liberó su verga flácida presentándosela al día. Segundos después vaciaba su vejiga. Mientras miccionaba, echó la cabeza para atrás y aspiró hondo. Con solo tres sacudidas soltó las últimas gotas de orín –en ciertos círculos, mas de tres sacudidas, se consideraba connotado de masturbación– y con ello regresó su noble miembro a sus sujetaderas.
-¡Que tenga que venir uno de fuera para que por este barranco baje algo de agua!, ¡quins collons!
De vuelta, el gallego lo observaba con cierto desdén.
-Bos dias-
-Bones dies tingui el senyor-
-Vais a merda, carallo-
-Caballeros, dosifiquense para la el combate. Volvamos dentro- Sentenció Alfonso VII.
-Ramón puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo del gallego. Con cierta ironía dijo –entremos, hay muchos moros a los que rebanar el pescuezo– y como dicen por aquí –ven aquí pá cá– pasando el dedo indice a lo ancho del cuello. -zas-. 

-¡Callaberos!, por favor. A mí, ¿pueden atender vuestras mercedes?- Gritaba Paquillo alzando la mano con el gesto de pedir la palabra. Casi tropieza al salir del barranco para encaminarse hacia la Jaima del emperador. El grandullón tensó sus formas poniéndose en guardia. 
-Dejad que se aproxime, es de confianza- ordenó el Conde de Barcelona girando hacia el Emperador.
-Todo va bien, sigamos- Se esforzó en decir con voz tosca para disimular los sollozos.
 Alfonso VII asintió con la cabeza y el brazo.
-Lo conozco. Es un gran soldado y fiel. Adelante muchacho, acérquese- Ordonó el séptimo de los Alfonsos.
Paquillo recuperaba el aliento. Falto de oxigeno, por la ascensión del barranco, dirigió una mirada de recelo al pasar junto al grandullón que aún se mantenía en tensión –a este se le van a freír los huevos como no se ponga a la sombra– pensó.
El enlatado como si hubiera advertido el comentario de Paquillo entró el primero. El resto aún tardaría un poco. 
-Ve pues, aquí te estaremos esperando- asintió el Emperador dirigiéndose a Paquillo tras escuchar atento su solicitud de audiencia.
Ramón lo miró y le hizo un guiño con el ojo. –Te esperamos– 

   Dentro el grandullón miraba el plano con atención. Descansaba el peso de su enorme cuerpo con los brazos entendidos y las manos apoyadas sobre la mesa. Al percatarse de la entrada de los tres caballeros, retiró las manos y tieso como un soldado firme, esperó a que alguien mandase descanso.
-Bos di...- se disponia el gallego a saludar con ironía, cuando percibió la mirada lacónica de su homologo.
-Buenos días- saludó finalmente.
-Déjense de chanzas caballeros y vamos al lío, que se enfría el arroz- Ordenó el mandamás.


   Dos horas mas tarde, hacía una calor de justicia, el cielo totalmente despejado estaba dominado por un radiante Sol que descargaba su ira contra la sierra. Paquillo subía el Barranco del Rey con varios metros de pleita enrollada al hombro. Al llegar a la Jaima, los señores salían con desgana. El gallego bostezaba con abulia, Ramón estiraba los brazos en dirección al cielo y el caballero de la armadura reluciente se pasa la mano por la parte trasera del yelmo a la altura del cogote. Con esa estampa cualquiera dudaría del desenlace de la contienda. Mas bien no, una imagen vale mas que cien palabras.

  

   Una vez de vuelta al refugio del solazo que caía, Paquillo se disponía a contar el porqué de su atrevimiento ante las miradas expectantes de los parroquianos, incluido la del robusto.
-¿Han pensado vuesas ilustres mercedes en asediar la Alcazaba o en batirse en el cuerpo a cuerpo con esos hideputas moriscos?- Preguntó Paquillo
-Eso lo sabrá a su debido tiempo, soldado. ¿Que quería contarnos?. Deberá ser importante dada su exaltación- Reprochó el Emperador.
-Vamos Paquillo, que no tenemos todo el día- Suavizó  el cuarto de los Berenguer.
-Ea pues, cuchád con la orejas- y a continuación empezó a relatar su idea.
-De tos es sabío que nuestras huestes superan en número y huevos al enemigo por lo que estos van a evitar el cuerpo a cuerpo, como dictan las normas de los combates nobles. Ademá, si cada galera desembarca una media de cuarenta espaguetines, los infieles no tienen ninguna oportunidad y es por ello que se van a enratonar entre las piedras de sus muros. ¿Me siguén?
Asienten los escuchasteis con desgana.
-Cuentanos algo que no sepamos, carallo-
Pues ahí és donde quería ir yo.  Sin una noble batalla donde poder degollar con lo puesto, utilicemos argucias disuasorias, fingidas o como coño se diga.
¡Expliquesé!- 
-¡Que les metamos un trola, cojones!... Que utilicemos la chorla que Dios nos ha dao, antes de la fuerza y cuando menos se lo esperen, le metemos tanto acero por el culo que no van a saber por donde se les asestan las estocadas.- Continuó diciendo. Ahora sí había conseguido atraer la atención de todos.
-Cuchen vuasercedes: Ataquemos de noche para llevar el ardid a su máxima eficacia. La noche antes hay que extender tantas pleitas como esta que os traigo, a to lo largo de la muralla de Jairán y tantas filas como podamos hacer, hasta ocupar la falda del Cerro de Layham. Cada metro de pleita ha de llevar un palitroque con un trapo enrrollao en la punta empapao en brea. - ¿Me siguen?-
Pausa.
Ea pues, a  to ello, hemos de preparar todos nuestros caballos con serones a los que ahí, debemos  ponerle los mismos palitroques de las pleitas. La noche del combate, unos pocos de soldados encenderán los palitroques de las filas, lo mas rapidamentente posible. Pareceran soldados apostados para sitiar la fortaleza por el norte. Para dar veracidad unos cuantos arqueros entre lineas, que lancen flechas como si no fuera un mañana. A to ello si soltamos nuestros caballos con los serones encendios, esos moros impíos se creerán que es por allí por donde atacaremos con toas nuestras fuerzas.
-¿Me siguen ahora?… Ea pues. Los genoveses entran en la bahía haciendo tanto ruido como puedan con sus galeras y  así tenemos a los moros corriendo de norte a sur a tó lo ancho de su alcazaba.
Otra Pausa
Miradas de atención solicitaban algún comentario al respecto.

   -Cuchen que agora llega lo gueno: los moros corriendo pa tos los laos, los de arriba lanzando piedras al mar y los de abajo girando los trambuquetes pa el Jairan... Entonces es cuando este orangután enlatao - dirigiéndose al de la armadura- y media docena de los soldados mas fornios, echan abajo la puerta de San Juan, por donde entraremos tos enteros, alejaos de arqueros y aceites, ósea les pillamos con la bragas bajás.. Ea, ¿que me comentan vuasercedes?
Alfonso VII se llevó la mano a la barbilla y preguntó,- Y por que das por echo que caerán en el engaño?
-Porque es cierto que estos moros desconfían hasta de la mare que los parió y se dividirán para asegurar posiciones.
- Muy bien Paquillo, tiene sentido. Solo que no sé si has pensado dos cosas: una, ¿cómo vamos a tejer tanta pleita en dos días para simular un ejercito? Y la otra, ¿cómo nos aseguramos que al día siguiente de colocarla no va a ser descubierta por la guardia que vigila las inmediaciones de la muralla? Custionaba ecuánime el catalán.
-¿Habeis pensado también que los genoveses están a un día de aquí? y si los retenemos fuera de la bahía levantaran sospechas- Apuntó el gallego.
-Cuchad, que no he terminao: Si nos ponemos hoy mismo a cortar to el esparto que podamos  y nos pongamos tos a tejer, pasao mañana por la noche se están colocando las tiras y claro está, que hay que enterrarlas pa que no se vean y a las antorchas, se echa la propia hierba  de al lao por lo alto, pero que vamos, que se supone que como en to sitio donde los haya, no nos ponemos justo debajo de los muros, que se supone que estamos algo retiraillos y cuanto mas retiraos, pues menos ven. Y pa lo de los barcos hay que hacer llegar un mensaje  al almirante italiano con uno de esos pajarracos suyos-
-¿Y que cree vuestra merced que debe poner en el mensaje? Advirtió el Emperador.
-Ea, cencillo. Que deben llegar al Cabo de Gata como es de esperar, para no alertar a los vigías apostaos en el levante y caida la noche, que viren hacia Alborán, así ganaremos el día que nos hace falta y parecerá que se han esfumao, ganando así en desconcierto y no es de imaginar dicha maniobra ya que los barcos herejes están tos en Málaga para apoyar el sitio a Córdoba y los nuestros vienen pa atacar, pues no tiene sentido que bajen hasta la isla, que debe estar pelá de to. ¿Me siguen?

   Tres días mas tarde amanecía, un lunes 21 de octubre del año de nuestro señor de 1147 bajo el júbilo de las tropas cristianas tras la toma de al- Maryya a manos del propio Emperador Alfonso VII y el Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV,  junto con las fuerzas encomendadas a la protección del Apóstol Santiago y las tropas navarras de última hora dirigidas por García Ramirez.  
En la cima del cerro de Layham, la figura de Samuel observaba con detalle cada uno de las extrañas y desconocidas maniobras llevadas a cabo durante la noche –interesante–. De un solo vistazo contó el número de almas que se iba a llevar consigo y con la solemnidad de un príncipe, desapareció cerro abajo cuando el cielo se teñía de naranja, ante la inminente puesta en escena de un sol, que presumía ser el protagonista de la bóveda celeste que los cubriría durante las próximas trece horas.

   Un año más tarde, Paquillo Mañas salía de la Alcazaba por la puerta Meridional. Bajaba por el lado interior de la muralla junto con Grabiel, compañero de armas que aún sin armadura le doblaba el cuerpo. Pasaron junto a la Puerta de la Carnicería cuando se detuvieron en seco. Una revuelta junto a la entrada de una tetera mozárabe paralizó a aquella mole de carne y hueso. Grabiel sin armadura era como un niño recién destetado, asustadizo e indeciso. Paquillo lo agarró fuertemente del brazo.
-Tranquilo camarada. Solo es una riña entre hideputas. No va con nosotros- Gabriel respiraba profundamente ante las palabras tranquilizadoreas de Paquilo. 
-Hoy es día de fiesta, ¿me sigues?-
Si.
-Pues lleguemos de una vez a la Mezquita Mayor que estoy deseando echarle el ojo a una buena moza- Dibujó con las manos el contorno de una guitarra de arriba a abajo en el aire.

Legaron tarde, la misa ya había comenzado. Salieron una hora y media mas tarde. En la puerta se toparon con el Cónsul genovés nombrado por el Emperador tras el asedio. Un gesto de este con la cabeza sirvió de saludo cortés pero apático. Paquillo lo miró a la cara y sin devolver saludo alguno falto de hipocresía lo ignoró. Se dirigió en dirección  a la Calle Real de la Almedina con la intención de recorrer cada una de las tascas que se sucedía a ambos lados de la calle.
-Vamos grandullón, hoy vas a probar la autentica cerveza de gruit que aún se fabrica- Decía con júbilo Paquillo mientras Grabiel asentía. –Probémosla pues–
Las encimas del alcohol ya estaba haciendo su trabajo en sus cuerpos y venidos arriba Gabriel se atrevió a preguntar:
-¿Porqué yo?-
-¿Porque yo, de qué?-
-Pues eso, ¿que porqué yo encabecé el asalto-
-Porque eres fiel, eres fuerte y sobre todo eres grande, muy grande- Alzó Paquillo los brazos levantándose.
-Entiendo-
Pausa
-¿Y si hubiera sido pequeño?
-¿Y si hubieras sio pequeño, de qué?
-Pues eso, pequeño
-No me jodas, ¿cómo de pequeño?
-¿Un Enano? ,por ejemplo.
-Ea pues, te hubiera estao dando patás en to el culo, hasta que entrases por la acequia que baja del aljibe y ya te hubieras buscao la vida para abrir la puta puerta... ¿Me sigues?