Fallecí apenas unos días antes del cambio de año
como consecuencia de un atragantamiento de jamón. No solo cambiaría un infausto año,
sino que también nos asomábamos de lleno a un
nuevo siglo y con ello toda una concatenación de nuevas transformaciones
que dejaría atrás un viejo y oxidado mundo. Quienes lo vivieron lo
recuerdan ahora con cierta ironía, pues el mundo avanza a gran velocidad,
aunque a estas alturas de la vida no tenga claro en qué dirección…-demasiado
bonito para ser bello-.
Hoy nos separan casi veinte años de aquello y de tantas otras cosas. Unas más
bonitas que otras y otras no tanto. Es por eso que mandé venir a mi querido
amigo Gabriel, la única persona que entendería el periplo de mi vida durante
estos años… muerto, además de ser el único que verdaderamente ha estado ahí, en
las duras y en las maduras. ¡El único!
El
día se había despertado gris. Las luces de los coches más madrugadores junto
con los primeros rótulos de algunos negocios, pintaban tímidamente de
color lo que anunciaba un día apático. El cielo encapotado amenazaba
con lluvia, pero no parecía importarles a las gentes con o sin rumbo
u objetivo, ni a sus tétricas sombras que dibujan a su paso frente al ancho
ventanal del café Los Leones.
El local está decorado al estilo irlandés, con su madera ajada,
dispensadores de café a granel y algunas fotos del comercio marítimo de finales
del siglo XVIII. Una réplica muy bien conseguida
del Irish Tavenr O'Connors en North Wall del Puerto de
Dublín. Sentado en la tercera fila de mesas más cercana a la pared
frente a la barra observo los cuadros de las columnas como si de ellos quisiera
obtener alguna información de interés mientras espero con deliberada paciencia
la llegada de Gabriel.
-Buenos
días, ¿qué le pongo al señor? - Dijo la amable camarera mientras
sujeta su block de comandas para tomar nota del presunto desayuno.
-Al
señor le pone usted un par de velas. A mi, un café con
leche y tostada de aceite- pensé con ironía, cuyo sarcasmo provocó una leve
sonrisa que relajó la tensión de mi rostro por
un instante.
-Espero
a una persona. En un momento le pediremos. ¡Muchas gracias! - Conteste
finalmente.
-Perfecto,
no hay problema- Ofreciendo su mejor sonrisa se retiró amablemente, no antes
sin provocar que mi mirada se dirigiera de forma involuntaria al espectacular
contorno que ofrecían sus vaqueros descoloridos pero muy bien ajustados a sus
caderas. Aquel trasero, por un momento, se convirtió en heraldo de sueños
dormidos, grandes escotes tentadores y alguna que otra alma
acariciada que me apartaron fugazmente de los pensares que
ofrecieron los cuadros colgados momentos atrás. Busqué con la mirada
a la que se había convertido en la portadora de recuerdos acostados en silencio
y por los cuales me encontraba allí sentado, esperando a Gabriel como si por
cada paso que daba hacia el café, la vida se alejaba cien.
-” No puedo asegurar lo que
pasará en el futuro, pero estoy totalmente seguro que pase lo que pase, te
amaré mientras viva. Nosotros siempre seremos uno”-.
Estas
palabras retumbaban en mi cabeza sin querer comprender que existe una
apisonadora que pasa sobre ellas constantemente hacia adelante y hacia atrás y
viceversa cuando las personas no se quedan para siempre.
Afuera
empezaba a lloviznar. La calle se coloreaba de paraguas y el tráfico se
condenaba por momentos. Frenazos y el lenguaje enfurecido a fuerza de claxon
inundó la quietud que reinaba instantes antes.
-
¡Llueve en Almería!, hoy migas- Pensé resignado vaticinando el menú
del día al estilo Pepe Céspedes.
La puerta del café se abrió. Dirigí la mirada hacia ella para recibir a mi
amigo y hacer alguna chanza sobre una larga espera. Sin embargo, fui yo el que
me adelanté a la cita y una vez resignado ví como entraba una pareja
sacudiéndose el agua entre risas gestos de frío. La chica vestía en tejanos y
una sudadera donde se podía leer “ Todas las mujeres son creadas iguales,
pero solo las mejores nacen en….”, no puede ver la
última línea. Me llamó la atención sus zapatillas primaverales de
color blanco con los cordones sin atar y empapadas de agua. En todo caso
inapropiadas para este día invernal. El, sin embargo, vestía más formal, con
zapatos negros, pantalón azul marino, camisa blanca y americana gris en la
mano. Se percibía cierta diferencia de edad, la cual se disipaba por los gestos
de dos personas enamoradas. Se dirigieron hacia una mesita situada al fondo del
local, junto a la entrada de los servicios. Aun así, el sitio era
ideal como el altar de misa para confinarse uno en el mundo del otro. Vi a
Marisa, la camarera, acercarse a tomar nota. Solicitaron sus desayunos sin
soltar sus manos, estas apoyadas sobre el centro de la mesa. Aquello
me recubrió de un aura de melancolía que me atravesó el corazón con una daga
tan afilada, que me di cuenta del dolor, una vez de regreso del pasado.
-Dos cafés
con leche, uno de ellos corto de café con la
leche bajada al infierno hasta que se derrita a cucharilla,
el otro templado, por favor y dos tostadas de jamón serrano con
queso fundido sobre pan de cereales.
Ensimismado por la parejita no vi entrar a Gabriel. Se quitaba su
gabardina Buberry para colgarla en el galán de la entrada. Con sumo
mimo deslizó la mano por el ala
del Borselino marca Fedora del que tanto presumía para
sacudir los vestigios de la lluvia y se acomodó el pelo para liberarlo de la
presión del sombrero. Pantalón y camisa Tommy Hiljiger, zapatos
Salvatore Ferragamo culminaba su atuendo. Genio y figura.
-
¡Buenos días Gabriel, querido amigo! ¡Has venido! Gracias por
acudir a mi llamada- Me apresuré a decir a la vez que me
levantaba para recibirlo.
-
¿Buenos días?¡Venga ya! ...Espero que lo que tengas que decir
sea importante y por tu bien espero que no sea una de tus artimañas
de trilero. -
-Lo
es. Es sumamente importante. -
-
¡Pues eah, dispara!... Seré todo oídos, pero eso sí, solo después de
un buen café. -
Tras
unos segundos atrapados por un silencio, los mecanismos de mi cabeza
luchaban por encontrar la manera idónea para empezar. Dirigí la
mirada por el local en busca de Ana, la camarera. Levanté la mano
reclamando su atención, la cual tuvo como respuesta a mi demanda
un gesto de asentimiento con la cabeza.
-
¿Qué tal Gabriel? ¿Cómo te va? - Rompí el
silencio mientras esperábamos la llegada de
Ana para evitar un posible conato de estado de
desidia de mi amigo.
-
¿Qué tal? mis cojones. Mira, …espero que sea tan importante
como dices ser, pues a pesar del mal tiempo con el que ha amanecido
el día, he cancelado lo que presumía ser una espectacular cita
con una chica cuyo cuerpo rompe todo estereotipo de belleza.
Lo pillas, ¿verdad? -
-Lo
es- Contesté sin dudar.
-Eah- pues, dispara,
antes de que me arrepienta de haber acudido-.
Me
tomé unos segundos y me apresuré a comenzar:
-He muerto querido Gabriel. -
-
¡Venga ya! ¡No me jodas! ¿Para eso me has hecho venir? Cuéntame
algo que no sepa, no sé, algo así como que te ha dejado
embarazado un pez pene mientras te bañabas en la playa.
-Buenos
días. Ya estoy con ustedes- Irrumpió la camarera con su libretita de tomar
notas en la mano. - ¿Qué van a tomar los caballeros? -
-Café
con leche y media tostada de Lorenzana, por favor- Mi desayuno
habitual. Gabriel, sin embargo, se tomó un poco de tiempo antes
de pedir para radiografiar la silueta de Ana, adoptando en su asiento
una postura de depredador de corazones y con su mejor sonrisa: - Te
rojo con unas gotas de leche desnatada, queso fresco y aguacate regado
con un toque de aceite de oliva sobre una rebanada de pan de
molde integral. -
-Perfecto- afirmó la camarera.
-
¡Perdón!, Una cosa más señorita- Reclamó Gabriel evitando la marcha de
la camarera. -
-Usted dirá- Dijo la camarera con una sonrisa cordial.
-
¿Su nombre, por favor? - Preguntó Gabriel de forma seductora.
-Ana- contestó
- Encantado Ana. Yo me llamo Gabriel. No quisiera parecer grosero y le pido
disculpas por adelantado..., desearía si es tan amable que junto al desayuno me
dejara una servilleta con su número de teléfono anotado. No se lo tome a mal
Ana, pero estoy convencido de que le daría un toque especial a la comanda.
-
-Veré que puedo hacer. En cocinas están a tope y no le aseguro nada-
Dijo Ana mientras guiñaba el ojo.
-Menudo embaucador estás
hecho. ¡No pierdas el tiempo! -
-Querido
amigo, si de algo puedo presumir es de tiempo. Además, en el arte de
la caza, el cazador nunca tiene prisa si la pieza es de arte mayor.
-
Escuchar las palabras de Gabriel provocó una sensación de inquietud en mi
interior que no sabría explicar. Tan solo sé que me desconcertó por un
instante, aunque no tardaría en recuperarme. Gabriel miraba atento hacia la ventana
de detrás del mostrador que daba a la cocina. ¡Mantenía su peculiar pose
erguida y semblante altivo con el que se regodeaba mientras alimentaba su
propio ego tras alguna de sus parrafadas... Dios!, cómo me molestaba tanto ego
.
“Llévame
a la morada donde no existe el tiempo”
Aproveché su pérdida de conciencia efímera que deja el vacío momento de disfrutar
su gloria para observar, llevado por alguna extraña sensación, a la parejita de
enamorados dispuestos a meterle mano a sus respectivos desayunos. Desde nuestra
mesa, a pesar de la distancia, se podría ver el brillo cortejo de sus miradas,
sobre todo la de ella. Él lo notaba y su corazón lo sabía, por eso
mantenía aún sus manos cogidas y dibujaba corazones sobre su piel con el pulgar
de forma delicada.
Me tomé un momento para imaginar cómo se
habrían conocido. Él sin duda sería su jefe y ella una recién llegada a la
oficina con las heridas aún abiertas por una reciente separación y devorada por
un entorno hostil que la abnegaba como mujer. Pasados unos pocos días recibiría
el encargo de tener acabados unos informes para la hora del almuerzo.
-Espero
que los tengas listos para mi regreso de la reunión con la dirección. Por
favor, cuando los acabes los pones sobre mi mesa, ¿entendido? -
-No
se preocupe. Allí los tendrá antes de su regreso. -
-De
acuerdo. Confío en usted. -
-Gracias-.
-
¡Ah!, otra cosa... Echa un vistazo de vez en cuando por la oficina para que no
se desmadren esta pandilla de holgazanes. - Salió por la puerta giñando un ojo
y una sonrisa cómplice.
Unas
horas más tarde, tras la volver de la reunión, vería como no podría ser de otra
manera, los informes sobre su mesa. Tras leerlos, la haría llamar para
comentar un tema de interés.
-
¡Buen trabajo! Solo una cosa: ¿No se te ha pasado por la cabeza que este tipo
de documento debe de ir impreso en un folio corporativo?
Aquello
pillaría por sorpresa a la chica, cuyo desconcierto le ocasionó romper a llorar
de forma inexorable.
-Eh,
eh, ¡¡¡eh!!! … Que el trabajo está bien, solo que debería ser corporativo, nada
más.
-Lo
siento- Contestó la chica entre sollozos tras echar a dormir su
silencio sin poder dejar atrás su reciente decepción.
Como
si mirase a través de la ventana de un tren de alta velocidad se dio cuenta que
en el mundo de los necios él sería el mercachifle de lo inoportuno, así que sin
dudarlo la abrazó como portador del arrepentimiento a modo de intentó de exoneración.
Suspenso en el arte de la empatía, continuó abrazándola, pero esta vez con más
delicadeza y ahí, en ese preciso momento, fue cuando saltó del detonador por el
que quedó embriagado del aroma de su piel.
“Entrégame tu tristeza, yo sabré que
hacer con ella”
¡Snap!,
¡Snap!, ¡Snap! ¡Vuelve de entre los muertos querido amigo! - Frente
a mí, Gabriel chasqueaba los dedos demandando mi atención y sacarme de mi
estado ensimismado.
-Perdón-
dije excusándome.
-Perdón,
mis cojones. El desayuno se enfría y no tengo todo el día.
Ana
había traído nuestros desayunos durante el instante que había estado distraído
sin haberme dado cuenta de ello. Gabriel doblaba con sumo cuidado un trozo de
papel cuyo contenido imaginé enseguida, dado el gesto extasiado de su rostro
que nuevamente se vestía con el traje embaucador de la mentira y un corazón
asegurado a todo riesgo.
En la calle, la llovizna quería dar paso
educadamente a una tormenta arrastrada por el paso de unas nubes que viajaban
en contra de la dirección del viento y que indudablemente le habían robado las
horas a la calma de un día presumiblemente soleado contra pronóstico.
-Miénteme
si lo crees necesario o firma un pacto con la nada, ya que a nadie vas a
inquietar por ello, pues como ya sabes, mi alma está de momento parada, pero
eso no quita que esté aquí para ver eso tan importante que tienes que contarme-
Dijo Gabriel sagazmente.
Un vacío en su mirada presagiaba que iba a
ser un monologo en una sola dirección- Pero no me importaba, mi
corazón estaba roto en mil pedazos y aun sabiendo que era imposible recomponer,
me habría hecho amigo del mismo averno si con ello ponía algo de cordura a una
felicidad inexistente.
“Mantener una conversación sería lo más parecido a
un crimen”
Me llevó poco más de diez minutos resumir con delicados detalles siete años de
una relación de amor y pasión como bandera, donde los cuerpos se despojaban de
la vestimenta de la mentira y el vacío de las circunstancias lo llenaban de ilusión
unas sabanas frías. Lo más difícil de describir fue hacerle entender que a
diario necesitaba besar sus labios, no solo porque han sido los que me han
proporcionado calor en invierno y frescor en verano, sino porque son los
únicos que me han llevado a viajar al lugar donde habitan los enamorados.
-
¿Entiendes ahora cuando te digo que me quiero morir?, ¡Joder! No te he hecho
venir por tener miedo a la muerte, pues ya estoy muerto, ¿Me entiendes?
Un
instante de silencio
-
¡Joder tío! Si que pinta mal el tema-. Dijo al fin – Lo peor, dado como te
encuentras, no es hacerte entender que la felicidad no existe, esto se da en
primero de carrera en pareja, sino que a ver cómo te hago entender que lo que
te pasa es que esa chica se te ha quedado clavada en el alma y eso, te guste o
no, te acompañará mientras respires- Levantó la mano en busca de Ana, la
camarera-
-
¿Qué necesitan los señores?
-Por
favor, un par de copas generosas de brandy, pero no cualquiera, la situación
requiere un Conde de los Andes o un Napoleón.
Mientras saboreábamos el coñac añejo no pude evitar dirigir mi atención
nuevamente hacia la parejita. En esta ocasión me los imaginaba de viaje de
trabajo. La empresa les había reservado habitaciones individuales separadas, conservando
la ética moral del resto de compañeros, aunque una de ellas se quedaría sin
utilizar, por supuesto.
Al
finalizar la jornada de trabajo saciaban la necesidad de juntar sus cuerpos en
la febril sazón de la lujuria. A él le gustaba, como preámbulo, asomarme a las
mismas puertas de la creación. Allí se quedaba hasta notar como el pulso se
aceleraba y el aumento de temperatura que hacía fluir los torrentes de magma
que la llevaría a una inminente erupción. Adepto al elixir de su
interior le hacía sentir veinte años menor. Unos segundos recostados sobre su
vientre le armaba de la fuerza viril necesaria para posteriormente fundir sus
cuerpos hasta convertirse en arte.
A
las pocas semanas, la misma escena se convertiría en algo habitual cada día
tras el cierre de la oficina. Atrapados por la pasión, con el tiempo,
alquilaban alguna habitación para salir de la rutina y alimentar la relación
con la ilusión futura de una relación estable venidera. Quise imaginar como
vivirían y la imaginación viajó por un instante a una casa de campo
donde él se levantaba cada mañana para hacerle el desayuno, tortitas
de maíz, churros caseros, zumo de naranja y café. Paseo por la montaña y baño
posterior en la piscina. Desnudos en las hamacas, harían el amor antes de
preparar el almuerzo en un constante afán de superar la receta del día
anterior. Una vez en el sofá, harían el amor nuevamente antes de quedarse
dormidos. Por la noche... por la noche, mejor dejar rienda suelta a lo que
depara un cielo estrellado, dos copas de vino y el crepitar del fuego de una
barbacoa que dibuja la sombra de ella ofreciendo una silueta que eriza el
cuerpo de cualquier hombre.
“Yo solo quiero estar dentro y ella no quiere que
salga”
-
¡Otra! -
-Perdón-
-
¿Qué si quieres otro coñac? - Preguntó Gabriel con
cierto desconcierto.
-Si...si
por favor. - Balbuceé
-Querido
amigo, - ya sabes que el señor me dotó de belleza, dinero e inteligencia, pero
se olvidó de los sentimientos, no por ello dejo de defenderme muy bien en el
arte del amor, como tú ya sabes, pero…- se tomó un instante y continuó-..., ¿no
crees que para hacer frente a tus tinieblas primero debes afrontar la oscuridad?
-
¿Qué quieres decir en eso Gabriel?, ¿Otra de tus celebres frasecitas? -
-Lo
que pretendo decir es que, aunque estés tan enamorado como me has
contado, en realidad no es suficiente, pues quizás, tú no dispongas de lo que
realmente ella necesita, ¿te lo has preguntado en algún momento?
-
¿Insinúas que mis sentimientos son el eufemismo de una simple aventura atraída
por la lujuria y atrapada por un deseo obsesivo? -
-Ups!! ...
¿quizás sea una afirmación retorica? Dijo encogiéndose de hombros
desinteresadamente, pero con cierto matiz irónico.
No quería escuchar las duras y certeras palabras Gabriel, así que las dejé
madurar en mi cabeza para más tarde, mientras que volvía a dirigir mi atención
hacia la parejita. Para mi sorpresa esta se estaba levantando de la mesa para
irse. Todavía las palabras de Gabriel resonaban en mi cabeza cuando la pareja
pasó por nuestro lado y en ese momento ella se detuvo solo el justo instante
para dirigirme una sonrisa a la vez que me giñó un ojo.
“El
brillo de su sonrisa despertó en mi la perversión que solo anhelo saciar con
ella”.
Desconcertado, notaba como el pulso se iba
acelerando notoriamente a la vez que inundaba mis sentidos un perfume conocido.
El roce de unos labios besó mi mejilla.
- ¿Vamos amor?
- Si, si enseguida voy-
De repente estaba cogido del brazo de la chica con la sudadera que anunciaba
que era la mejor. Cuando disponía a abrir la puerta del bar para salir a la
calle, dirigí la mirada hacia la tercera fila de mesas, pegadas a la pared, cercana
a la barra y observé que todas estaban completamente vacías excepto donde había
estado sentado con Gabriel, ahora ocupada por un señor de negro, con capucha
descubierta. De tez grisácea y sin brillo, mantenía la mirada fija hacía mí.
Sus ojos negros, sin vida provocaron un extraño escalofrío que recorrió todo mi
cuerpo.
-Salgamos de aquí
cariño- balbucee mientras abría la puerta del local
La tormenta había
desaparecido, las calles estaban completamente secas. Una brisa fresca
primaveral acompañaba a un sol reluciente que dominaba la ciudad. Tomamos acera
abajo en dirección a la oficina cuando sonó el teléfono móvil. La pantalla
anunciaba la llamada entrante de Gabriel. Solté la mano de mi compañía para
contestar.
-Dime- Dije al
descolgar.
- ¡Dime, mis cojones! -
Respondió Gabriel.
Mientras hablaba con mi
querido amigo andando calle abajo, la muchacha se perdía entre la muchedumbre a
la vez que mis pies se iban despegando lentamente del suelo entrando por un
sendero acolchado de nubes que iban en ascenso, Poco a poco me fuí adentrando
en el azul reluciente del cielo hasta convertirme en olvido.
“caminaré
y caminaré hasta que mi cuerpo se vuelva éter”