lunes, 15 de mayo de 2023

VALDEPRADO


     El silbato sonó de forma simultánea con las señales horarias emitidas por el discreto reloj que presidía con orgullo la pared de la estación intermodal de Almería. A su lado se podía ver el cartel que anunciaba la dársena número diez. Ocupada por un autobús con el motor a ralentí de forma transitoria, esperaba la inminente entrada de quien ocuparía la mayoría de sus asientos.

    En el cielo, el Sol se disponía a abandonar lo más alto de su pedestal celeste. Hoy despejado de obstáculos. Aquella tarde mostraba todo su esplendor.  Inició con solemnidad un majestuoso descenso y es por ello, que la temperatura se había hecho notar contra pronóstico, por lo que viajeros, además de sus equipajes, llevaban en sus manos abrigos y chaquetas.

   Ramón agradeció la climatización que ofrecía el interior del vehículo. Tras su corta espera en el exterior, el sistema termorregulador le invitó a frotar los brazos justo antes de acomodarse en el asiento junto a la ventanilla, ocho filas detrás del conductor. Depositó encima de él, una única mochila como compañera de viaje, …su viaje.

    Pocos minutos después, el ruido producido por el cierre de las puertas del autobús advertía de su esperada puesta en movimiento, abandonando así la estación. Ya no habría marcha atrás, tampoco es que la deseara. Dejaba tras de él una vida que no deseaba recordar. A través del cristal se proyectaba una ciudad en movimiento. Viviendas, árboles y personas desfilaban fugazmente sin tiempo para despedirse.  Solo aquellos edificios que frecuentaba habitualmente se descubrían sus tejados, a modo de reverencia, para despedirlo lo más cortés posible, pero no pudo percatarse de ello porque su cabeza había iniciado otro viaje. Un viaje  hacia las montañas donde habitan los sentimientos. De haber sido consciente, hubiera dado por bueno un “hasta pronto” para saciar su consciencia, pero ya era demasiado tarde.  Sin ningún prejuicio se adentró en el mundo de los sueños durante las siguientes horas.

   Con el paso de las horas, las cervicales te suelen avisar de que es el momento de regresar al mundo de los vivos y Ramón no iba a ser diferente. Las pantallas del bus proyectaban los títulos de crédito de la segunda película que habría entretenido a una escasa minoría de viajeros expectantes, aunque no era su caso. Su cuello pedía a gritos un poquito de estiramientos rotatorios, pero decidió posponerlos para más tarde, ya que aún quedaban alrededor de  dos horas y cuarenta minutos para llegar a su destino.

-Psssss, psssss, ¡señor!

-¡Ey!, su parada. Debe bajarse aquí. Así fue despertado tras haberse quedado profundamente dormido por un señor vestido con el atuendo típico para asistir a un funeral. Zapatos, traje, corbata y sombrero todo de negro, solo la camisa era de color blanco. Su piel era pálida, sus ojos oscuros no transmitían nada y su rostros carecía de alma.-¡Cómo para no despertarse!

   A sus espaldas el autobús reanudó la marcha dejando una estela de polvo que se disipó rápidamente. Ramón sacó del bolsillo su billete y comprobó que en él estaba impreso la misma parada: SO-P-1124. Frente a él se abría el único acceso hacia Valdeprado. Se trata de un tétrico camino que ya a su inicio, está vigilado por el Cementerio Municipal asentado en lo alto de una loma. Defendido por dos esbeltos y vigorosos cipreses apostados en la puerta, proyectan una actitud desafiante, a pesar de haber sido testigos de mucha tristeza y alguna que otra alegría.

   A medida que sus pasos disminuían la distancia hacia el pueblo, el entorno se preparaba para recibirlo. El aire ofrecía una brisa cada vez más fresca, el cielo se teñía de tonos grises al avanzar la tarde. Bajo sus pies, las piedras se deshacían en arenisca, acolchando el pavimento a cada paso. Los árboles entonaban una dulce, a la vez que cínica melodía al girar sus mejores ramas, cuya intención era la de señalar a nuestro forastero la dirección hacia la entrada de la calle principal. Ramón no fué consciente en ningún momento del interés que se había tomado todo el entorno para no tomar dirección hacia Cigudosa, localidad vecina sin atractivo para los lugareños y menos aún para los extraños.  

   Las primeras edificaciones con las que se encontró trataban de un almacén de cereales y un corral de ganado, ambos abandonados con las marcas típicas del olvido. Resulta evidente una falta de engalanado para darme la Bienvenida, pensó. Calle adentro, Ramón observaba con atención las viviendas, la gran mayoría construidas en piedra con un mismo patrón y la huella de algún constructor fallecido hace ya más de un par de siglos. El pueblo estaba desértico, las ventanas todas cerradas con las persianas y cortinas echadas. Todo apuntaba como si al encargado de poner las calles esta mañana se le hubiera olvidado poner las farolas, algunos vehículos aparcados o incluso sus gentes. Ahora si estaba en lo cierto de que no habría comitiva de recibimiento. ¡Una lástima!. Más arriba, la calle se ensanchaba a la derecha a modo de plazoleta donde se paró para comprobar desde su teléfono móvil la dirección exacta de la vivienda que la Consejería de Educación le había concedido a cambio de sus servicios en la escuela comarcal.

¡Mierda! - Sin señal en los confines de la tierra.

   ¿Lo ves?, ¡Ya te lo dije! Deberías haber imprimido la adjudicación. Así es como se la jugó el subconsciente hasta el momento que recordó que en la galería de su teléfono debería de contener una foto guardada. 

Se trataba de la única vivienda con la fachada lisa, haciendo esquina en el interior de la plazoleta en la que se encontraba, justo frente a él. Dos ventanales en la planta de arriba sobresalen proporcionando una especie de porche que daba a la entrada. Debajo del macetero de la izquierda debería encontrarse con la llave que lo adentrará a su nuevo hogar.

  El cielo se cubrió de un ejército de nubes que iban adoptando forma de gárgolas. La escasa luz que quedaba, regalaba a los árboles una tenue silueta bastante alargada, excepto la de Ramón,  que se escondía bajo la suela de sus deportivas mientras estaba apostado frente a la vivienda, pusilánime ante el vacío del último minuto, antes de echar a dormir su pasado.

¡Vamos! Se dijo así mismo y se dirigió hasta el escondite de la llave. Al agacharse para cogerla percibió una brisa helada que le erizó la piel, pero más frío sintió cuando la puerta se abrió lentamente ante sus ojos y con las manos aún desnudas. Una vez dentro, una espesa bruma subía hacia la plazoleta ocupando toda la calle, dejando todo el pueblo sumido en un escenario espectral.

   Dentro todo en orden, según el pliego de características que semanas atrás había leído. Planta baja con recibidor, pasillo, cocina equipada con lo básico y un pequeño patio al fondo. Al subir la escalera debería encontrarse con dos habitaciones, un baño y el acceso a la azotea.

Perfecto! Mañana iré descubriendo los detalles, hoy no tengo el cuerpo para emociones fuertes. 

   Dejó la mochila sobre una silla de las cuatro que rodeaba la mesa que ocupaba el centro de la cocina. Presidía la mesa una especie de cazuela de barro que contenía en su interior fruta fresca. Entre el mantel que cubría la mesa y el frutero había una especie de tapiz bordado que sujetaba el extremo de una hoja escrita a mano donde se podía leer en su cabecera la palabra “Consideraciones” La miró pero su cabeza dijo con cierta ironía ...-¡Ma ña na!-

Subía en busca del dormitorio a través de unas escaleras construidas con peldaños de madera tan centenaria que ya no ofrecía ningún tipo de crujido al subir.- ¡Genial! Gracias, gracias, gracias por no molestar.- Se desplomó en la cama sin descalzarse donde permanecería en la misma postura hasta que las alarmas de su estómago reclaman una pronta ingesta de viandas.

   -¡Arriba! Hora de regresar al averno de los mortales. El lado contiguo de la cama donde  había permanecido impertérrito estaba aún caliente y con síntomas evidentes de haber pasado una locomotora. Bajo su cuerpo, las sábanas por el contrario estaban bastante más frías, aunque no quiso darle importancia a ese detalle. Ducha y desayuno en el bar…¡Planazo!

   A su paso, el reloj de la iglesia marcaba las seis menos cuarto de la tarde. -Pues merienda sea jajajaja- se dijo. 

  El bar se presentaba con la cancela echada. El suelo, de escaso medio metro, separaba la cancela de la puerta de cristal que daba entrada al local.  Este pequeño espacio estaba cubierto de polvo, alguna carta y unos cuantos ejemplares de periódicos, además de la basura acumulada y arrastrada por el paso del tiempo, pero no por ello, sin compartir ese mugriento espacio con dignidad. 

Intentó mirar a través de la puerta, pero solo pudo ver torpemente una ajada pizarra donde apenas se podía leer el anuncio de la retransmisión del encuentro de fútbol entre el Club Atlético Osasuna y el recién ascendido Numancia. ¡Partidazo!

   Desconcertado por la fecha del evento deportivo, su atención fue atraída por el reflejo en el polvoriento cristal de la figura de una mujer que cruzaba tras de él. Se giró bruscamente y solo pudo ver una calle sin alma, reino del tedio y las moradas atrincheradas por unos habitantes a falta de atractivos.

 -Juraría haber visto una mujer, por extraño que parezca- Miró arriba y abajo perplejo. Volvió su mirada hacia el herrumbroso cristal como si esperase volver a ver algo alguien y por ver, no vió ni su propio reflejo. 

-Pues nada,… ni nadie!- Pensó. Allí se quedó durante unos minutos mientras intentaba recomponerse.

-Es más-, se dijo. -Desde que salí de casa tengo la extraña sensación de ser observado- 

Para sensaciones, las de un estómago vacío que sabe bastante del tema y reclamaba ahora su atención como si con él no tuviera nada que ver el asunto. Sin bar y sin chica, la mejor opción que podía barajar, más bien la única, era la de volver sobre sus pasos y comprobar que entre la alacena y el frigorífico podría saciar al monstruo que llevaba dentro de su abdomen.

   Lechón asado y apio encurtido bastó para continuar en el mundo de los que dominan el arte de no pensar en nada durante un momento determinado. Arte que practicaba cada vez con más frecuencia desde que Sandra, su ex, lo dejó para siempre. El día que ella se despidió, se llevó en el corazón un viaje sin retorno, dejando entre sus recuerdos, un billete roto para el olvido unido por imperdibles.

Y así cenó, acompañado de sus propios diretes.

    Por delante tenía la ardua misión de organizar el día de mañana, dadas las opciones que podía barajar. Dadas las actividades que ofrecía un pueblo al que se le había arrebatado el alma, mejor discurrir desde la cama, que según un estudio leído no sé dónde, afirmaba que tumbado, las neuronas interactúan a más velocidad. 

   Ya en la cama, en posición supina, dos de las neuronas más activas desafían la equidistancia en su cuerpo. La que vaga por el cerebro dirigió su atención hacia la ventana abierta que daba a la plaza. A través de ella se proyectaba la noche ya instaurada y teñida de una oscuridad imperfecta a pesar de que esa semana la luna gozaba del exilio. La otra neurona es la causante de provocar cierta erección en su miembro, responsable en ocasiones, de una mirada desafiante pidiendo ser saciada, pero en este momento su miembro mantenía la extinta mirada hacia otro lado. -Es hora de dormir-.

  El aliento de un nuevo día entró por la ventana tocando diana. - ¡Joder!- Bramó al incorporarse. Sentado en el filo de la cama, buscó torpemente a ciegas la manera de vestir sus pies con las zapatillas. Detrás de él la cama nuevamente alborotada quedó desapercibida. Se levantó desnudo con la intención de darse una ducha cuando volvió a percibir una brisa helada por todo el cuerpo que le hizo pensar que no estaba solo en la habitación. Giró la cabeza en todas direcciones encontrando la soledad como respuesta y unos restos de semen seco alrededor de sus genitales. ¡Ducha!

-No te rayes Ramón. Un buen desayuno, eso sí, hoy a su hora y bien merecido tras el homenaje de anoche o eso creo, en todo caso, café con leche y pan tostado con mantequilla para empezar el día, ¿no?...  ¡Pues eso!   

   Al salir a la calle, el pueblo le ofrecía el mismo bullicio que un yacimiento arqueológico esperando a ser descubierto a pesar de tener la sensación de que una o dos ventanas fueron cerradas a cal y canto a su paso por la calle que daba a la iglesia. Giró a la izquierda por la calle donde hace años hubo una panadería. Se adentró en ella siguiendo el deslucido cartel de madera que indicaba el sendero que lo llevaría al arroyo, lugar donde además de la quietud de una inmensa belleza, sería el enclave donde encontraría más vida junta desde que llegó al pueblo. Perfecto para pasar la mañana. El lugar gozaba de una inmensa belleza. El río bajaba con sus aguas relajadas acariciando algunas rocas de la orilla. Los árboles  miraban coquetamente su reflejo en el agua aprovechando para retocarse las hojas alborotas por el viento. Ramón, decidió sentarse un rato en una de las piedras redondeadas de la orilla que ofrecía la posibilidad de meter los pies en el agua. Al acercarse, sus botas se hundían por la humedad del terreno, aunque las huellas desaparecían al instante. Sentado en la roca observaba con atención la presencia de peces. El reflejo del paisaje ofrecía una imagen en movimiento digna de los mejores pintores. Curiosamente su rostro no se reflejaba en el agua.

-¡Mejor así!, así no estropeo el cuadro- Segundos después soltó un par de carcajadas, las cuales provocaron el alboroto de una familia de alondras.

Al marcharse el río se paralizó por completo. El agua estancada se tenía, por momentos, de tonos oscuros  y en la superficie empezaron a flotar algunos esturiones. En pocos minutos todo se cubrió de una gélida y grisácea niebla.

   La tarde la fue consumiendo en casa, trabajando frente al portátil la presentación del curso y adaptando los contenidos a la nueva reforma educativa. Así fue atrapado por la oscura envoltura estrellada de una nueva noche. Sacó de la nevera una tupper de lechazo confitado del kit de bienvenida y una botella de vino de la tierra. -¿Una o dos copas?- pensó con ironía mientras preparaba la mesa para cenar.

   Ya en la cama, el vino le ayudó en la búsqueda de una respuesta racional a la concatenación de variopintas situaciones surrealistas de las que ha estado expuesto desde que llegó, sobre todo a esa extraña sensación de estar acompañado en la profunda soledad que el lugar le proporciona. Al no encontrar solución ecuánime, dejó rienda suelta al vino ingerido y optó por hacerse el amor, esta vez con la lucidez suficiente que otorga el sublime acto en sí y el más excelso de sus dotes. 

   Nada ocurrió tal y como él y su miembro esperaban. Un intenso frío entró por la ventana provocando una bajada de temperatura que arruinó el festín. Llevaría como dos horas dormido cuando su subconsciente deseaba acabar lo empezado mientras estaba lúcido.  Toda una batalla con desenlace incierto a no ser que a esa hora de la madrugada y con tal inquietud haya un giro inesperado de los acontecimientos. Y es cierto que lo hubo. Nuevamente la sensación de frío se apoderó de él.  En esta ocasión la brisa venía impregnada con un suave perfume de mujer que lo desveló. Sin abrir aún los ojos, notó el calor de unos labios en su cuello y la cálida respiración de quien lo estaba besando. Se despertó bruscamente con un desconcierto del copón.

 -¿Qué carajo está pasando? Se preguntó atónito. 

Llevó la mirada por toda la habitación sin respuesta. Involuntariamente sus manos corrieron hacia sus partes más viriles y lo único que allí encontró era la prueba evidente de que había habido sexo reciente, -¿qué carajo?- se volvió a preguntar. Fue directamente al baño para adecentar su cuerpo de los restos de lujuria, no sin antes detenerse frente al espejo para examinar su cuello en busca de no sé qué quería encontrar, pero en todo caso, escudriñar la zona antes de empezar a elaborar una extensa lista de incógnitas.

Nunca había tenido sexo tan continuo, por lo menos consciente de ello, por lo que tanta lascivia, empezaba a preocuparle más que el mero echo del surrealismo al que no daba crédito. -¿Machote yo?...¡No!...o…¿N0?-

   El operario que hoy había puesto las calles, lo había hecho dándole un color más vivo a las fachadas de las viviendas. La temperatura es primaveral a pesar de estar a finales de agosto. La bóveda celeste estaba presidida de un sol radiante y feliz que exaltaba de un brillo especial a la calzada. Algunas viviendas dejaban pasar el espléndido día a través de sus ventanas abiertas de par en par. Otras se resisten y permanecen herméticas a la existencia. A lo lejos se oía el cantar de unos pájaros y no estoy del todo seguro, pero creo haber escuchado el sonido de un coche en marcha. Si Ramón hubiera salido hoy a la calle se hubiera encontrado con un pueblo con ganas de recuperar la vida, pero decidió quedarse en casa todo el día. Tenía el presentimiento de que algo extraño iba a suceder hoy y quería estar allí para contemplarlo, pues estaba convencido de que no estaba solo. Vestido solo con las zapatillas como único atuendo, se paseaba de un lado a otro por toda la casa. Sujetaba una copa de vino de una nueva botella que había descorchado con el pretexto de estar más unido al lugar o eso creía. Sentado junto a la mesita que presidía la cocina, dedicó una tímida mirada desinteresada hacia la nota escrita que aún estaba sujeta por el frutero, a espera de ser leída, que para eso se había escrito, pero no le prestó mayor atención, como a casi todo lo del resto del día. Lo más heavy a lo que se enfrentó fue a mantenerse en equilibrio sobre la delgada línea que separa el tedio del aburrimiento.

   A través de la ventana se asomó la noche de la mano de una luna en ascenso que empezaba a roncar. Sin llegar a molestar, ocupaba con ilusión el lado de la cama con las sábanas más frías. El efecto sedante del vino no se hizo esperar ayudando a Ramón a conciliar el sueño, rehusando así a cualquier formato pragmático, ¡total!, a nadie parecía que le pudiera importar si se sumergía en el mundo del olvido, cerraba la puerta y tiraba la llave.

   En algún lugar del mundo sonaría la alarma de un reloj cualquiera a las una y medía de la madrugada. Paralelamente, en la habitación de Ramón, un extraño fenómeno le robó el sueño, trayéndolo de vuelta para efectuar un viaje a donde habitan los enamorados sin pagar más alquiler que el ardor.  La respiración paulatinamente aumenta hasta convertirse en jadeo. Al abrir los ojos, su mirada quedó extasiada por los movimientos oscilantes de una cabeza cubierta de cabellos rubios. Su alma más erguida se encontraba atrapada por la calidez que otorgan unos labios lascivos. Poseído por el aura de placer que ofrece el sexo, no se atrevía a preguntar y mucho menos que aquello parase. Sin tener la oportunidad de cuestionar nada, ella se colocó sobre su miembro respondiendo toda duda. En ese momento él solamente quería seguir dentro y ella no quería que saliera. 

   El alba se los encontró abrazados. La habitación olía aún a sexo reciente cuyo aroma era portador de buenos augurios, o eso parecía.  Aquella desconocida mujer se levantó del lecho pragmàtico y tomó dirección hacia el baño donde desapareció tras la puerta. Su silueta dibujaba una exuberante figura que eriza el cuerpo, de las que te obligan a asegurar el corazón a todo riesgo y con las que a su lado se paraliza el tiempo.

 Extasiado por los acontecimientos, pero más aún, hastiado por la larga espera de la diosa Freya, supuestamente aún en el baño, Ramón se quedó dormido acostando con él su silencio mientras que Valdeprado despierta vagamente.

   A medida que avanza la mañana, las calles se llenan de actividad. Unos críos correteando detrás de un balón. Un perro los acompaña con ladridos de júbilo. Dos señoras se paran para conversar. Una de ellas se alivia del peso de la reciente compra despachada en el colmado, ya que la tertulia parece que promete. Una motocicleta irrumpe con el estruendo que emana el escape oxidado. Las campanas de la iglesia dan las señales horarias para unos oídos entrenados en el arte del paso del tiempo a pesar de que dos vehículos discuten a golpe de claxon con sus ventanillas cerradas.

   Alrededor de las cuatro de la tarde Valdeprado se dejaba seducir por la hora de la siesta. Ramón, por el contrario, empezaba a dar señales de vida. Miró a su derecha y solo se encontró con el espacio de la cama vacío y revuelto. La segunda mirada la dirigió hacia su miembro. Su órgano más viril, ahora flácido, dormitaba ausente del resto del mundo sumido en el recuerdo de su reciente estancia en aquella húmeda cavidad, de la cual aún estaba impregnado, ahora sin el brillo de horas pasadas.

 Ramón se debatía en una batalla contra la incredulidad y la ficción, de las cuales no tardaría en salir victorioso. Solo tuvo que oler el aroma de mujer tras el gesto involuntario de llevarse la mano a la nariz, tras haber pasado por sus partes más nobles…Gesto muy habitual en algunos hombres independientemente de su cuna.

Se levantó sin la mínima intención de buscar las zapatillas y descalzo se dirigió hacia el baño en busca de no sabe qué. El baño estaba vacío, tal y como lo dejó antes de tumbarse en la cama. Bajó las escaleras sin prisa, pero sin pausa en busca de algún vestigio que le ayudarse a dilucidar la visita nocturna de aquella misteriosa mujer, más bien una diosa, sin llegar a entender si cabe, los extraños fenómenos que saciaban su inusual actividad sexual mientras dormía.

   No encontró indicio alguno de una segunda persona, ni forma humana en toda la parte baja de la vivienda. Se sentó junto a la mesa de la cocina incrédulo del surrealismo en el que se estaba viendo inmerso. Con la mirada fijada en el vacío, cogió una manzana del frutero que sujetaba aún la hoja de papel y se la llevó a la boca. El helor de la forja del respaldo de la silla y el vientecillo que entraba a través de la puerta abierta del patio no tardarían en recordarle que seguía desnudo…el cuerpo humano es muy sabio en muchas ocasiones,… en otras no tanto.

Pasó lo que quedaba de día dejando pasar el tiempo, aunque es cierto que seguramente estaría pensando en cómo gestionar lo vivido en los últimos días, ya que es evidente que se dispuso a enumerar más cantidad de preguntas que posibles respuestas.

   El Sol hacía ya varias horas que se había echado a dormir cuando decidió volver a la habitación. Fue directamente hacia la ventana del dormitorio con la intención de cerrarla, pero no antes de asomarse durante un momento para respirar el aroma de la noche. Las calles estaban vacías, las casas cerradas como fortalezas antiguas inexpugnables sin nada que ofrecer, por lo que procedió a cerrar la ventana tal y como se había propuesto momentos antes. En ese preciso instante, aquella brisa fresca volvía a envolver su cuello y erizar toda la piel que recubre su cuerpo.

-Ya es la hora-, pensó. Se tumbó en la cama y esperó. No hizo falta esperar a quedarse dormido. El sonido que produce el crujir de los peldaños de la escalera al ser pisados se oía cada vez más cerca. Aquel sonido venía acompañado de una luz que se hacía más intensa a medida que se acercaba. No tardó en aparecer una hermosa mujer vestida de blanco sujetando una vela en su mano izquierda. El vestido era descubierto por arriba, con unas delgadas tirantes que sujetaban el resto de una tela fina que dejaba entrever el maravilloso cuerpo de quien era su portadora. Ramón se levantó enseguida y fue en su búsqueda.  Ella se adelantó anticipándose a él, como si supiera sus intenciones. Le pidió silencio llevando el dedo a su boca. Acto seguido selló sus labios besándolo con la pasión de unos enamorados. Ramón quiso resistirse, necesitaba respuestas ahora, pero no pudo. Los besos se acentuaban sin cesar. Con una fuerza poco habitual para una mujer de su corpulencia lo fue arrastrando hasta la cama donde hicieron el amor con el ardor de unos jóvenes apasionados. Ramón la miraba con atención, acariciaba incrédulo todo su cuerpo en busca de evidencias que le otorgara la certeza de que todo aquello era real, de que aquella mujer era real y de que no estaba perdiendo las entendederas en vano. Es más, aprovechó el momento más álgido del fulgor de la situación para apoderarse de una muestra de pelo ajeno como si lo tuviera planeado con antelación. ¿La verdad, no sé para qué?

Toda bacanal tiene su final y esta no iba a ser menos, pues hay que estar muy versado en el arte de la cópula para no dedicar un merecido tiempo de descanso. Freya se quedó encima de él mientras recuperaba la respiración. Ramón no quería perder ni un solo segundo más sin respuestas comenzando su interrogatorio de la forma más sutil posible.

-¿Quién eres?, ¿Vives en esta casa?, ¿Cómo te llamas?, ¿Por qué……..-

¡Silencio!

Sus miradas se enfrentaron durante un momento con la misma tensión que se mantiene durante un duelo del lejano oeste parándose el tiempo, hasta que las lágrimas empezaron a romperse al caer sobre el pecho de Ramón precedente de los inmensos ojos de quien seguía sobre él.

-¡No!, no, no por el amor de Díos, no llores…, solo dime algo, por favor.

-¡Adíos Ramón!, Hasta siempre. Respondió con eco helado de una voz casi sobrenatural y se desvaneció hasta convertirse en éter. 

Ramón aún sentía el calor de sus manos que apenas un instante habían estado presionando su pecho hasta el momento de desaparecer justo encima de él.

-¿Adios?, ¿cómo que adios?,…y ¿ya está?,…¿eso es todo?. Ramón no llegaba a entender nada. Se levantó y buscó por toda la casa como el que busca desesperadamente un atisbo esencial para la supervivencia, dejando la vivienda como si hubiera pasado por ella una estampida de búfalos enfadados.

Se dirigió hacia la entrada, abrió la puerta y lo único que pudo contemplar fue como la luz del alba recién salida se apagaba lentamente, oscureciendo las calles dejando al pueblo en un estado fantasmagórico, frío e inerte. 

-Pero ¿qué carajo está pasando aquí?- bramó con fuerza.

   Han pasado ya tres días desde el último encuentro con Freya o quien quisiera que fuese aquella misteriosa mujer. Ramón no se había movido de la cama desde entonces. Abandonado por el paso del tiempo, consumido por la falta de motivos, lo que quedaba de él estaba a punto de fundirse con sus recuerdos. En un último suspiro notó el frescor de aquella conocida brisa que le ponía toda la piel de gallina y se puso en píe con un estoico derroche de fuerzas. Por la ventana la noche se convertía de nuevo en día y a través de ella el ruido de un coche atrajo su atención. Retiró la cortina y allí estaba ella, …esbelta, hermosa, reluciente con un vestido ceñido de color rojo, pelo rubio largo con rizos adornado con un tocado coral inclinado a la izquierda, guantes blancos hasta los codos y zapatos de tacón a juego con el tocado.  Se disponía a subirse al taxi cuando notó una extraña  presencia que la observaba a través de la ventana de la habitación del primer piso. Ramón le brindaba un tímido saludo con la mano y el gesto de una tierna sonrisa antes de que abandonara  Valdeprado para siempre. 

Un mes más tarde, Ramón bajó de la habitación donde había sido recluido por perder la batalla contra la razón. Creyó haber escuchado el ruido de personas abajo. Al bajar se encontró solo, aunque tenía la sensación de no estarlo. Se sentó en la cocina frente al frutero. Cogió una manzana fresca y crujiente, cuando se la llevó a la boca miró la nota sujeta por frutero de barro y leyó con delicadeza:

“Querida Isabel;

Nos complace saber que vas a ocupar la vacante en nuestro modesto colegio. Elogiamos tu decisión a pesar del trágico acontecimiento ocurrido tras el accidente del autobús que se llevó la vida de tantas personas, entre ellas la de Ramón, tu predecesor. No ha debido ser fácil tomar tu decisión y es por ello que Valdeprado y sus gentes te damos la bienvenida”