lunes, 15 de mayo de 2023

VALDEPRADO


     El silbato sonó de forma simultánea con las señales horarias emitidas por el discreto reloj que presidía con orgullo la pared de la estación intermodal de Almería. A su lado se podía ver el cartel que anunciaba la dársena número diez. Ocupada por un autobús con el motor a ralentí de forma transitoria, esperaba la inminente entrada de quien ocuparía la mayoría de sus asientos.

    En el cielo, el Sol se disponía a abandonar lo más alto de su pedestal celeste. Hoy despejado de obstáculos. Aquella tarde mostraba todo su esplendor.  Inició con solemnidad un majestuoso descenso y es por ello, que la temperatura se había hecho notar contra pronóstico, por lo que viajeros, además de sus equipajes, llevaban en sus manos abrigos y chaquetas.

   Ramón agradeció la climatización que ofrecía el interior del vehículo. Tras su corta espera en el exterior, el sistema termorregulador le invitó a frotar los brazos justo antes de acomodarse en el asiento junto a la ventanilla, ocho filas detrás del conductor. Depositó encima de él, una única mochila como compañera de viaje, …su viaje.

    Pocos minutos después, el ruido producido por el cierre de las puertas del autobús advertía de su esperada puesta en movimiento, abandonando así la estación. Ya no habría marcha atrás, tampoco es que la deseara. Dejaba tras de él una vida que no deseaba recordar. A través del cristal se proyectaba una ciudad en movimiento. Viviendas, árboles y personas desfilaban fugazmente sin tiempo para despedirse.  Solo aquellos edificios que frecuentaba habitualmente se descubrían sus tejados, a modo de reverencia, para despedirlo lo más cortés posible, pero no pudo percatarse de ello porque su cabeza había iniciado otro viaje. Un viaje  hacia las montañas donde habitan los sentimientos. De haber sido consciente, hubiera dado por bueno un “hasta pronto” para saciar su consciencia, pero ya era demasiado tarde.  Sin ningún prejuicio se adentró en el mundo de los sueños durante las siguientes horas.

   Con el paso de las horas, las cervicales te suelen avisar de que es el momento de regresar al mundo de los vivos y Ramón no iba a ser diferente. Las pantallas del bus proyectaban los títulos de crédito de la segunda película que habría entretenido a una escasa minoría de viajeros expectantes, aunque no era su caso. Su cuello pedía a gritos un poquito de estiramientos rotatorios, pero decidió posponerlos para más tarde, ya que aún quedaban alrededor de  dos horas y cuarenta minutos para llegar a su destino.

-Psssss, psssss, ¡señor!

-¡Ey!, su parada. Debe bajarse aquí. Así fue despertado tras haberse quedado profundamente dormido por un señor vestido con el atuendo típico para asistir a un funeral. Zapatos, traje, corbata y sombrero todo de negro, solo la camisa era de color blanco. Su piel era pálida, sus ojos oscuros no transmitían nada y su rostros carecía de alma.-¡Cómo para no despertarse!

   A sus espaldas el autobús reanudó la marcha dejando una estela de polvo que se disipó rápidamente. Ramón sacó del bolsillo su billete y comprobó que en él estaba impreso la misma parada: SO-P-1124. Frente a él se abría el único acceso hacia Valdeprado. Se trata de un tétrico camino que ya a su inicio, está vigilado por el Cementerio Municipal asentado en lo alto de una loma. Defendido por dos esbeltos y vigorosos cipreses apostados en la puerta, proyectan una actitud desafiante, a pesar de haber sido testigos de mucha tristeza y alguna que otra alegría.

   A medida que sus pasos disminuían la distancia hacia el pueblo, el entorno se preparaba para recibirlo. El aire ofrecía una brisa cada vez más fresca, el cielo se teñía de tonos grises al avanzar la tarde. Bajo sus pies, las piedras se deshacían en arenisca, acolchando el pavimento a cada paso. Los árboles entonaban una dulce, a la vez que cínica melodía al girar sus mejores ramas, cuya intención era la de señalar a nuestro forastero la dirección hacia la entrada de la calle principal. Ramón no fué consciente en ningún momento del interés que se había tomado todo el entorno para no tomar dirección hacia Cigudosa, localidad vecina sin atractivo para los lugareños y menos aún para los extraños.  

   Las primeras edificaciones con las que se encontró trataban de un almacén de cereales y un corral de ganado, ambos abandonados con las marcas típicas del olvido. Resulta evidente una falta de engalanado para darme la Bienvenida, pensó. Calle adentro, Ramón observaba con atención las viviendas, la gran mayoría construidas en piedra con un mismo patrón y la huella de algún constructor fallecido hace ya más de un par de siglos. El pueblo estaba desértico, las ventanas todas cerradas con las persianas y cortinas echadas. Todo apuntaba como si al encargado de poner las calles esta mañana se le hubiera olvidado poner las farolas, algunos vehículos aparcados o incluso sus gentes. Ahora si estaba en lo cierto de que no habría comitiva de recibimiento. ¡Una lástima!. Más arriba, la calle se ensanchaba a la derecha a modo de plazoleta donde se paró para comprobar desde su teléfono móvil la dirección exacta de la vivienda que la Consejería de Educación le había concedido a cambio de sus servicios en la escuela comarcal.

¡Mierda! - Sin señal en los confines de la tierra.

   ¿Lo ves?, ¡Ya te lo dije! Deberías haber imprimido la adjudicación. Así es como se la jugó el subconsciente hasta el momento que recordó que en la galería de su teléfono debería de contener una foto guardada. 

Se trataba de la única vivienda con la fachada lisa, haciendo esquina en el interior de la plazoleta en la que se encontraba, justo frente a él. Dos ventanales en la planta de arriba sobresalen proporcionando una especie de porche que daba a la entrada. Debajo del macetero de la izquierda debería encontrarse con la llave que lo adentrará a su nuevo hogar.

  El cielo se cubrió de un ejército de nubes que iban adoptando forma de gárgolas. La escasa luz que quedaba, regalaba a los árboles una tenue silueta bastante alargada, excepto la de Ramón,  que se escondía bajo la suela de sus deportivas mientras estaba apostado frente a la vivienda, pusilánime ante el vacío del último minuto, antes de echar a dormir su pasado.

¡Vamos! Se dijo así mismo y se dirigió hasta el escondite de la llave. Al agacharse para cogerla percibió una brisa helada que le erizó la piel, pero más frío sintió cuando la puerta se abrió lentamente ante sus ojos y con las manos aún desnudas. Una vez dentro, una espesa bruma subía hacia la plazoleta ocupando toda la calle, dejando todo el pueblo sumido en un escenario espectral.

   Dentro todo en orden, según el pliego de características que semanas atrás había leído. Planta baja con recibidor, pasillo, cocina equipada con lo básico y un pequeño patio al fondo. Al subir la escalera debería encontrarse con dos habitaciones, un baño y el acceso a la azotea.

Perfecto! Mañana iré descubriendo los detalles, hoy no tengo el cuerpo para emociones fuertes. 

   Dejó la mochila sobre una silla de las cuatro que rodeaba la mesa que ocupaba el centro de la cocina. Presidía la mesa una especie de cazuela de barro que contenía en su interior fruta fresca. Entre el mantel que cubría la mesa y el frutero había una especie de tapiz bordado que sujetaba el extremo de una hoja escrita a mano donde se podía leer en su cabecera la palabra “Consideraciones” La miró pero su cabeza dijo con cierta ironía ...-¡Ma ña na!-

Subía en busca del dormitorio a través de unas escaleras construidas con peldaños de madera tan centenaria que ya no ofrecía ningún tipo de crujido al subir.- ¡Genial! Gracias, gracias, gracias por no molestar.- Se desplomó en la cama sin descalzarse donde permanecería en la misma postura hasta que las alarmas de su estómago reclaman una pronta ingesta de viandas.

   -¡Arriba! Hora de regresar al averno de los mortales. El lado contiguo de la cama donde  había permanecido impertérrito estaba aún caliente y con síntomas evidentes de haber pasado una locomotora. Bajo su cuerpo, las sábanas por el contrario estaban bastante más frías, aunque no quiso darle importancia a ese detalle. Ducha y desayuno en el bar…¡Planazo!

   A su paso, el reloj de la iglesia marcaba las seis menos cuarto de la tarde. -Pues merienda sea jajajaja- se dijo. 

  El bar se presentaba con la cancela echada. El suelo, de escaso medio metro, separaba la cancela de la puerta de cristal que daba entrada al local.  Este pequeño espacio estaba cubierto de polvo, alguna carta y unos cuantos ejemplares de periódicos, además de la basura acumulada y arrastrada por el paso del tiempo, pero no por ello, sin compartir ese mugriento espacio con dignidad. 

Intentó mirar a través de la puerta, pero solo pudo ver torpemente una ajada pizarra donde apenas se podía leer el anuncio de la retransmisión del encuentro de fútbol entre el Club Atlético Osasuna y el recién ascendido Numancia. ¡Partidazo!

   Desconcertado por la fecha del evento deportivo, su atención fue atraída por el reflejo en el polvoriento cristal de la figura de una mujer que cruzaba tras de él. Se giró bruscamente y solo pudo ver una calle sin alma, reino del tedio y las moradas atrincheradas por unos habitantes a falta de atractivos.

 -Juraría haber visto una mujer, por extraño que parezca- Miró arriba y abajo perplejo. Volvió su mirada hacia el herrumbroso cristal como si esperase volver a ver algo alguien y por ver, no vió ni su propio reflejo. 

-Pues nada,… ni nadie!- Pensó. Allí se quedó durante unos minutos mientras intentaba recomponerse.

-Es más-, se dijo. -Desde que salí de casa tengo la extraña sensación de ser observado- 

Para sensaciones, las de un estómago vacío que sabe bastante del tema y reclamaba ahora su atención como si con él no tuviera nada que ver el asunto. Sin bar y sin chica, la mejor opción que podía barajar, más bien la única, era la de volver sobre sus pasos y comprobar que entre la alacena y el frigorífico podría saciar al monstruo que llevaba dentro de su abdomen.

   Lechón asado y apio encurtido bastó para continuar en el mundo de los que dominan el arte de no pensar en nada durante un momento determinado. Arte que practicaba cada vez con más frecuencia desde que Sandra, su ex, lo dejó para siempre. El día que ella se despidió, se llevó en el corazón un viaje sin retorno, dejando entre sus recuerdos, un billete roto para el olvido unido por imperdibles.

Y así cenó, acompañado de sus propios diretes.

    Por delante tenía la ardua misión de organizar el día de mañana, dadas las opciones que podía barajar. Dadas las actividades que ofrecía un pueblo al que se le había arrebatado el alma, mejor discurrir desde la cama, que según un estudio leído no sé dónde, afirmaba que tumbado, las neuronas interactúan a más velocidad. 

   Ya en la cama, en posición supina, dos de las neuronas más activas desafían la equidistancia en su cuerpo. La que vaga por el cerebro dirigió su atención hacia la ventana abierta que daba a la plaza. A través de ella se proyectaba la noche ya instaurada y teñida de una oscuridad imperfecta a pesar de que esa semana la luna gozaba del exilio. La otra neurona es la causante de provocar cierta erección en su miembro, responsable en ocasiones, de una mirada desafiante pidiendo ser saciada, pero en este momento su miembro mantenía la extinta mirada hacia otro lado. -Es hora de dormir-.

  El aliento de un nuevo día entró por la ventana tocando diana. - ¡Joder!- Bramó al incorporarse. Sentado en el filo de la cama, buscó torpemente a ciegas la manera de vestir sus pies con las zapatillas. Detrás de él la cama nuevamente alborotada quedó desapercibida. Se levantó desnudo con la intención de darse una ducha cuando volvió a percibir una brisa helada por todo el cuerpo que le hizo pensar que no estaba solo en la habitación. Giró la cabeza en todas direcciones encontrando la soledad como respuesta y unos restos de semen seco alrededor de sus genitales. ¡Ducha!

-No te rayes Ramón. Un buen desayuno, eso sí, hoy a su hora y bien merecido tras el homenaje de anoche o eso creo, en todo caso, café con leche y pan tostado con mantequilla para empezar el día, ¿no?...  ¡Pues eso!   

   Al salir a la calle, el pueblo le ofrecía el mismo bullicio que un yacimiento arqueológico esperando a ser descubierto a pesar de tener la sensación de que una o dos ventanas fueron cerradas a cal y canto a su paso por la calle que daba a la iglesia. Giró a la izquierda por la calle donde hace años hubo una panadería. Se adentró en ella siguiendo el deslucido cartel de madera que indicaba el sendero que lo llevaría al arroyo, lugar donde además de la quietud de una inmensa belleza, sería el enclave donde encontraría más vida junta desde que llegó al pueblo. Perfecto para pasar la mañana. El lugar gozaba de una inmensa belleza. El río bajaba con sus aguas relajadas acariciando algunas rocas de la orilla. Los árboles  miraban coquetamente su reflejo en el agua aprovechando para retocarse las hojas alborotas por el viento. Ramón, decidió sentarse un rato en una de las piedras redondeadas de la orilla que ofrecía la posibilidad de meter los pies en el agua. Al acercarse, sus botas se hundían por la humedad del terreno, aunque las huellas desaparecían al instante. Sentado en la roca observaba con atención la presencia de peces. El reflejo del paisaje ofrecía una imagen en movimiento digna de los mejores pintores. Curiosamente su rostro no se reflejaba en el agua.

-¡Mejor así!, así no estropeo el cuadro- Segundos después soltó un par de carcajadas, las cuales provocaron el alboroto de una familia de alondras.

Al marcharse el río se paralizó por completo. El agua estancada se tenía, por momentos, de tonos oscuros  y en la superficie empezaron a flotar algunos esturiones. En pocos minutos todo se cubrió de una gélida y grisácea niebla.

   La tarde la fue consumiendo en casa, trabajando frente al portátil la presentación del curso y adaptando los contenidos a la nueva reforma educativa. Así fue atrapado por la oscura envoltura estrellada de una nueva noche. Sacó de la nevera una tupper de lechazo confitado del kit de bienvenida y una botella de vino de la tierra. -¿Una o dos copas?- pensó con ironía mientras preparaba la mesa para cenar.

   Ya en la cama, el vino le ayudó en la búsqueda de una respuesta racional a la concatenación de variopintas situaciones surrealistas de las que ha estado expuesto desde que llegó, sobre todo a esa extraña sensación de estar acompañado en la profunda soledad que el lugar le proporciona. Al no encontrar solución ecuánime, dejó rienda suelta al vino ingerido y optó por hacerse el amor, esta vez con la lucidez suficiente que otorga el sublime acto en sí y el más excelso de sus dotes. 

   Nada ocurrió tal y como él y su miembro esperaban. Un intenso frío entró por la ventana provocando una bajada de temperatura que arruinó el festín. Llevaría como dos horas dormido cuando su subconsciente deseaba acabar lo empezado mientras estaba lúcido.  Toda una batalla con desenlace incierto a no ser que a esa hora de la madrugada y con tal inquietud haya un giro inesperado de los acontecimientos. Y es cierto que lo hubo. Nuevamente la sensación de frío se apoderó de él.  En esta ocasión la brisa venía impregnada con un suave perfume de mujer que lo desveló. Sin abrir aún los ojos, notó el calor de unos labios en su cuello y la cálida respiración de quien lo estaba besando. Se despertó bruscamente con un desconcierto del copón.

 -¿Qué carajo está pasando? Se preguntó atónito. 

Llevó la mirada por toda la habitación sin respuesta. Involuntariamente sus manos corrieron hacia sus partes más viriles y lo único que allí encontró era la prueba evidente de que había habido sexo reciente, -¿qué carajo?- se volvió a preguntar. Fue directamente al baño para adecentar su cuerpo de los restos de lujuria, no sin antes detenerse frente al espejo para examinar su cuello en busca de no sé qué quería encontrar, pero en todo caso, escudriñar la zona antes de empezar a elaborar una extensa lista de incógnitas.

Nunca había tenido sexo tan continuo, por lo menos consciente de ello, por lo que tanta lascivia, empezaba a preocuparle más que el mero echo del surrealismo al que no daba crédito. -¿Machote yo?...¡No!...o…¿N0?-

   El operario que hoy había puesto las calles, lo había hecho dándole un color más vivo a las fachadas de las viviendas. La temperatura es primaveral a pesar de estar a finales de agosto. La bóveda celeste estaba presidida de un sol radiante y feliz que exaltaba de un brillo especial a la calzada. Algunas viviendas dejaban pasar el espléndido día a través de sus ventanas abiertas de par en par. Otras se resisten y permanecen herméticas a la existencia. A lo lejos se oía el cantar de unos pájaros y no estoy del todo seguro, pero creo haber escuchado el sonido de un coche en marcha. Si Ramón hubiera salido hoy a la calle se hubiera encontrado con un pueblo con ganas de recuperar la vida, pero decidió quedarse en casa todo el día. Tenía el presentimiento de que algo extraño iba a suceder hoy y quería estar allí para contemplarlo, pues estaba convencido de que no estaba solo. Vestido solo con las zapatillas como único atuendo, se paseaba de un lado a otro por toda la casa. Sujetaba una copa de vino de una nueva botella que había descorchado con el pretexto de estar más unido al lugar o eso creía. Sentado junto a la mesita que presidía la cocina, dedicó una tímida mirada desinteresada hacia la nota escrita que aún estaba sujeta por el frutero, a espera de ser leída, que para eso se había escrito, pero no le prestó mayor atención, como a casi todo lo del resto del día. Lo más heavy a lo que se enfrentó fue a mantenerse en equilibrio sobre la delgada línea que separa el tedio del aburrimiento.

   A través de la ventana se asomó la noche de la mano de una luna en ascenso que empezaba a roncar. Sin llegar a molestar, ocupaba con ilusión el lado de la cama con las sábanas más frías. El efecto sedante del vino no se hizo esperar ayudando a Ramón a conciliar el sueño, rehusando así a cualquier formato pragmático, ¡total!, a nadie parecía que le pudiera importar si se sumergía en el mundo del olvido, cerraba la puerta y tiraba la llave.

   En algún lugar del mundo sonaría la alarma de un reloj cualquiera a las una y medía de la madrugada. Paralelamente, en la habitación de Ramón, un extraño fenómeno le robó el sueño, trayéndolo de vuelta para efectuar un viaje a donde habitan los enamorados sin pagar más alquiler que el ardor.  La respiración paulatinamente aumenta hasta convertirse en jadeo. Al abrir los ojos, su mirada quedó extasiada por los movimientos oscilantes de una cabeza cubierta de cabellos rubios. Su alma más erguida se encontraba atrapada por la calidez que otorgan unos labios lascivos. Poseído por el aura de placer que ofrece el sexo, no se atrevía a preguntar y mucho menos que aquello parase. Sin tener la oportunidad de cuestionar nada, ella se colocó sobre su miembro respondiendo toda duda. En ese momento él solamente quería seguir dentro y ella no quería que saliera. 

   El alba se los encontró abrazados. La habitación olía aún a sexo reciente cuyo aroma era portador de buenos augurios, o eso parecía.  Aquella desconocida mujer se levantó del lecho pragmàtico y tomó dirección hacia el baño donde desapareció tras la puerta. Su silueta dibujaba una exuberante figura que eriza el cuerpo, de las que te obligan a asegurar el corazón a todo riesgo y con las que a su lado se paraliza el tiempo.

 Extasiado por los acontecimientos, pero más aún, hastiado por la larga espera de la diosa Freya, supuestamente aún en el baño, Ramón se quedó dormido acostando con él su silencio mientras que Valdeprado despierta vagamente.

   A medida que avanza la mañana, las calles se llenan de actividad. Unos críos correteando detrás de un balón. Un perro los acompaña con ladridos de júbilo. Dos señoras se paran para conversar. Una de ellas se alivia del peso de la reciente compra despachada en el colmado, ya que la tertulia parece que promete. Una motocicleta irrumpe con el estruendo que emana el escape oxidado. Las campanas de la iglesia dan las señales horarias para unos oídos entrenados en el arte del paso del tiempo a pesar de que dos vehículos discuten a golpe de claxon con sus ventanillas cerradas.

   Alrededor de las cuatro de la tarde Valdeprado se dejaba seducir por la hora de la siesta. Ramón, por el contrario, empezaba a dar señales de vida. Miró a su derecha y solo se encontró con el espacio de la cama vacío y revuelto. La segunda mirada la dirigió hacia su miembro. Su órgano más viril, ahora flácido, dormitaba ausente del resto del mundo sumido en el recuerdo de su reciente estancia en aquella húmeda cavidad, de la cual aún estaba impregnado, ahora sin el brillo de horas pasadas.

 Ramón se debatía en una batalla contra la incredulidad y la ficción, de las cuales no tardaría en salir victorioso. Solo tuvo que oler el aroma de mujer tras el gesto involuntario de llevarse la mano a la nariz, tras haber pasado por sus partes más nobles…Gesto muy habitual en algunos hombres independientemente de su cuna.

Se levantó sin la mínima intención de buscar las zapatillas y descalzo se dirigió hacia el baño en busca de no sabe qué. El baño estaba vacío, tal y como lo dejó antes de tumbarse en la cama. Bajó las escaleras sin prisa, pero sin pausa en busca de algún vestigio que le ayudarse a dilucidar la visita nocturna de aquella misteriosa mujer, más bien una diosa, sin llegar a entender si cabe, los extraños fenómenos que saciaban su inusual actividad sexual mientras dormía.

   No encontró indicio alguno de una segunda persona, ni forma humana en toda la parte baja de la vivienda. Se sentó junto a la mesa de la cocina incrédulo del surrealismo en el que se estaba viendo inmerso. Con la mirada fijada en el vacío, cogió una manzana del frutero que sujetaba aún la hoja de papel y se la llevó a la boca. El helor de la forja del respaldo de la silla y el vientecillo que entraba a través de la puerta abierta del patio no tardarían en recordarle que seguía desnudo…el cuerpo humano es muy sabio en muchas ocasiones,… en otras no tanto.

Pasó lo que quedaba de día dejando pasar el tiempo, aunque es cierto que seguramente estaría pensando en cómo gestionar lo vivido en los últimos días, ya que es evidente que se dispuso a enumerar más cantidad de preguntas que posibles respuestas.

   El Sol hacía ya varias horas que se había echado a dormir cuando decidió volver a la habitación. Fue directamente hacia la ventana del dormitorio con la intención de cerrarla, pero no antes de asomarse durante un momento para respirar el aroma de la noche. Las calles estaban vacías, las casas cerradas como fortalezas antiguas inexpugnables sin nada que ofrecer, por lo que procedió a cerrar la ventana tal y como se había propuesto momentos antes. En ese preciso instante, aquella brisa fresca volvía a envolver su cuello y erizar toda la piel que recubre su cuerpo.

-Ya es la hora-, pensó. Se tumbó en la cama y esperó. No hizo falta esperar a quedarse dormido. El sonido que produce el crujir de los peldaños de la escalera al ser pisados se oía cada vez más cerca. Aquel sonido venía acompañado de una luz que se hacía más intensa a medida que se acercaba. No tardó en aparecer una hermosa mujer vestida de blanco sujetando una vela en su mano izquierda. El vestido era descubierto por arriba, con unas delgadas tirantes que sujetaban el resto de una tela fina que dejaba entrever el maravilloso cuerpo de quien era su portadora. Ramón se levantó enseguida y fue en su búsqueda.  Ella se adelantó anticipándose a él, como si supiera sus intenciones. Le pidió silencio llevando el dedo a su boca. Acto seguido selló sus labios besándolo con la pasión de unos enamorados. Ramón quiso resistirse, necesitaba respuestas ahora, pero no pudo. Los besos se acentuaban sin cesar. Con una fuerza poco habitual para una mujer de su corpulencia lo fue arrastrando hasta la cama donde hicieron el amor con el ardor de unos jóvenes apasionados. Ramón la miraba con atención, acariciaba incrédulo todo su cuerpo en busca de evidencias que le otorgara la certeza de que todo aquello era real, de que aquella mujer era real y de que no estaba perdiendo las entendederas en vano. Es más, aprovechó el momento más álgido del fulgor de la situación para apoderarse de una muestra de pelo ajeno como si lo tuviera planeado con antelación. ¿La verdad, no sé para qué?

Toda bacanal tiene su final y esta no iba a ser menos, pues hay que estar muy versado en el arte de la cópula para no dedicar un merecido tiempo de descanso. Freya se quedó encima de él mientras recuperaba la respiración. Ramón no quería perder ni un solo segundo más sin respuestas comenzando su interrogatorio de la forma más sutil posible.

-¿Quién eres?, ¿Vives en esta casa?, ¿Cómo te llamas?, ¿Por qué……..-

¡Silencio!

Sus miradas se enfrentaron durante un momento con la misma tensión que se mantiene durante un duelo del lejano oeste parándose el tiempo, hasta que las lágrimas empezaron a romperse al caer sobre el pecho de Ramón precedente de los inmensos ojos de quien seguía sobre él.

-¡No!, no, no por el amor de Díos, no llores…, solo dime algo, por favor.

-¡Adíos Ramón!, Hasta siempre. Respondió con eco helado de una voz casi sobrenatural y se desvaneció hasta convertirse en éter. 

Ramón aún sentía el calor de sus manos que apenas un instante habían estado presionando su pecho hasta el momento de desaparecer justo encima de él.

-¿Adios?, ¿cómo que adios?,…y ¿ya está?,…¿eso es todo?. Ramón no llegaba a entender nada. Se levantó y buscó por toda la casa como el que busca desesperadamente un atisbo esencial para la supervivencia, dejando la vivienda como si hubiera pasado por ella una estampida de búfalos enfadados.

Se dirigió hacia la entrada, abrió la puerta y lo único que pudo contemplar fue como la luz del alba recién salida se apagaba lentamente, oscureciendo las calles dejando al pueblo en un estado fantasmagórico, frío e inerte. 

-Pero ¿qué carajo está pasando aquí?- bramó con fuerza.

   Han pasado ya tres días desde el último encuentro con Freya o quien quisiera que fuese aquella misteriosa mujer. Ramón no se había movido de la cama desde entonces. Abandonado por el paso del tiempo, consumido por la falta de motivos, lo que quedaba de él estaba a punto de fundirse con sus recuerdos. En un último suspiro notó el frescor de aquella conocida brisa que le ponía toda la piel de gallina y se puso en píe con un estoico derroche de fuerzas. Por la ventana la noche se convertía de nuevo en día y a través de ella el ruido de un coche atrajo su atención. Retiró la cortina y allí estaba ella, …esbelta, hermosa, reluciente con un vestido ceñido de color rojo, pelo rubio largo con rizos adornado con un tocado coral inclinado a la izquierda, guantes blancos hasta los codos y zapatos de tacón a juego con el tocado.  Se disponía a subirse al taxi cuando notó una extraña  presencia que la observaba a través de la ventana de la habitación del primer piso. Ramón le brindaba un tímido saludo con la mano y el gesto de una tierna sonrisa antes de que abandonara  Valdeprado para siempre. 

Un mes más tarde, Ramón bajó de la habitación donde había sido recluido por perder la batalla contra la razón. Creyó haber escuchado el ruido de personas abajo. Al bajar se encontró solo, aunque tenía la sensación de no estarlo. Se sentó en la cocina frente al frutero. Cogió una manzana fresca y crujiente, cuando se la llevó a la boca miró la nota sujeta por frutero de barro y leyó con delicadeza:

“Querida Isabel;

Nos complace saber que vas a ocupar la vacante en nuestro modesto colegio. Elogiamos tu decisión a pesar del trágico acontecimiento ocurrido tras el accidente del autobús que se llevó la vida de tantas personas, entre ellas la de Ramón, tu predecesor. No ha debido ser fácil tomar tu decisión y es por ello que Valdeprado y sus gentes te damos la bienvenida”


lunes, 24 de abril de 2023

LA OLVIDADA


 

   Todo comenzó con una copa de vino mientras esperaba que llegara la hora de mi cita. La explosión de sabores y olores activó todos mis sentidos, incluso aquellos que un tiempo atrás eché a dormir, por lo que pedí otra copa al camarero.

Había viajado desde Almería hasta las Tierras Altas de la Rioja Alavesa con el único motivo de encontrarme con ella. El reloj colgado en la pared acababa de emitir el sonido que anunciaba las siete de la tarde. La cita era a las nueve y ya me invadía un sentimiento de impaciencia, a pesar de aquel caldo de dioses.

¿Qué tal el vino, señor? ¿Es de su agrado?,- preguntó el camarero que amablemente se pasó por la mesa que tenía reservada junto al ventanal que daba a la calle.

- ¡Excelente! - muchas gracias, respondí. Una cosa por favor, espero a alguien, ¿podría avisar de que estoy esperando aquí?

-Si señor, por supuesto, no se preocupe. - Respondió amablemente,

-Gracias, es importante para mí, … una cosa más ¿Qué vino es? -  Le pregunté mientras sujetaba la copa.

-7 cepas, cosecha propia elaborada con mucho cariño y mucha tradición-.

La noche ya se había apoderado de La Guardia, a través de la ventana se podía ver como empezaba a lloviznar cubriendo las aceras de una humedad que le otorgaba cierto encanto. Dentro, el local se impregnaba de olor a cena, guisos, carnes y brasas. Todo era perfecto. Ya casi estaba el aforo completo.

De pronto, la vi.  Vestía de color oscuro y collar granate que realzaba la figura de su cuello. Debía de ser importante en el lugar, pues el mismo Sumiller la acompañaba sujetándola con el brazo. Varios comensales giraban la cabeza a su paso.

Al llegar a la mesa me levanté para recibirla cordialmente. Diego, el Sumiller hizo las presentaciones y nos sentamos uno frente al otro. No podía dejar de observarla. Su rostro tenía rasgos fenicios y era evidente que su perfume afrutado presentaba matices a frutos rojos perceptibles a esa distancia.

Mientras servían la cena le pregunte por su origen. Tomé un sorbo de vino y con un tono delicado me susurró:

-Nací en Rioseco, una pedanía años atrás olvidada. Mi familia se esforzó en recuperarla. Trabajó muy duro y supo sacarle lo mejor a aquellas tierras arcillosas. El fruto de su esfuerzo más una delicada educación…- perdón no quisiera ser egocéntrica- se disculpó con modestia, pero la verdad que mis hermanas y yo rozamos la excelencia. -

Sus palabras recorrieron todo mi cuerpo y supe en ese momento que, a pesar de su nombre, nunca la olvidaría.

Años más tarde, en mi ciudad natal, tierra también de buen vino, recibí por sorpresa la inesperada visita de mi amigo Valcavada. EL Sol lucía como de costumbre, pues de todos es conocido que el astro rey es aquí donde pasa el invierno.

- ¿Qué tal está mi viejo amigo? - fue su forma de saludarme.

Dejé a un lado el vaso de palo-cortado para recibirlo, como se reciben a los buenos amigos, y le pregunté que le había traído hasta aquí.

- “La Olvidada-” me respondió.

El silencio se podía cortar y luego unir con imperdibles. Pasados unos minutos empezó a contarme:

-          Cómo ya sabes, desde hace unos años desaparece como arte de magia nada más empezar la temporada de recolección. Eso ya viene preocupando a la familia pues nos gustaría que estuviese entre nosotros más tiempo. Pero lo peor de todo, es que la semana pasada hubo un terrible asesinato en una casa respetable de Logroño. Los agentes se llevaron una copa de vino del lugar del crimen para analizarla y aunque no encontraron ni huellas ni restos de ADN, el informe de la científica reveló que en el interior, la copa contenía unas propiedades únicas en el mundo y dada su pureza y combinación de elementos solo podría apuntar hacía un solo ser, ella.

No quise que siguiera hablando del tema, pues ya me había informado en las noticias, así que lo único que se me ocurrió fue:

- ¡Querido amigo! no debes de preocuparte, ya que no hay indicios-. Solté con cierta muesca de ironía para suavizar.

- ¿Cómo qué no?, me reprochó… -ella estaba allí-

-Normal, ¿sabes por qué?

¡No!

-Porque es excelente-

 

lunes, 20 de septiembre de 2021

Letras donde hay sombras


 

Fallecí apenas unos días antes del cambio de año como consecuencia de un atragantamiento de jamón. No solo cambiaría un infausto año, sino que también nos asomábamos de lleno a un nuevo siglo y con ello toda una concatenación de nuevas transformaciones que dejaría atrás un viejo y oxidado mundo. Quienes lo vivieron lo recuerdan ahora con cierta ironía, pues el mundo avanza a gran velocidad, aunque a estas alturas de la vida no tenga claro en qué dirección…-demasiado bonito para ser bello-. 

   Hoy nos separan casi veinte años de aquello y de tantas otras cosas. Unas más bonitas que otras y otras no tanto. Es por eso que mandé venir a mi querido amigo Gabriel, la única persona que entendería el periplo de mi vida durante estos años… muerto, además de ser el único que verdaderamente ha estado ahí, en las duras y en las maduras. ¡El único!  

 

   El día se había despertado gris. Las luces de los coches más madrugadores junto con los primeros rótulos de algunos negocios, pintaban tímidamente de color lo que anunciaba un día apático. El cielo encapotado amenazaba con lluvia, pero no parecía importarles a las gentes con o sin rumbo u objetivo, ni a sus tétricas sombras que dibujan a su paso frente al ancho ventanal del café Los Leones. 

   El local está decorado al estilo irlandés, con su madera ajada, dispensadores de café a granel y algunas fotos del comercio marítimo de finales del siglo XVIII. Una réplica muy bien conseguida del Irish Tavenr O'Connors en North Wall del Puerto de Dublín. Sentado en la tercera fila de mesas más cercana a la pared frente a la barra observo los cuadros de las columnas como si de ellos quisiera obtener alguna información de interés mientras espero con deliberada paciencia la llegada de Gabriel. 

 

-Buenos días, ¿qué le pongo al señor? - Dijo la amable camarera mientras sujeta su block de comandas para tomar nota del presunto desayuno. 

-Al señor le pone usted un par de velas. A mi, un café con leche y tostada de aceite- pensé con ironía, cuyo sarcasmo provocó una leve sonrisa que relajó la tensión de mi rostro por un instante. 

-Espero a una persona. En un momento le pediremos. ¡Muchas gracias! - Conteste finalmente. 

-Perfecto, no hay problema- Ofreciendo su mejor sonrisa se retiró amablemente, no antes sin provocar que mi mirada se dirigiera de forma involuntaria al espectacular contorno que ofrecían sus vaqueros descoloridos pero muy bien ajustados a sus caderas. Aquel trasero, por un momento, se convirtió en heraldo de sueños dormidos, grandes escotes tentadores y alguna que otra alma acariciada que me apartaron fugazmente de los pensares que ofrecieron los cuadros colgados momentos atrás.  Busqué con la mirada a la que se había convertido en la portadora de recuerdos acostados en silencio y por los cuales me encontraba allí sentado, esperando a Gabriel como si por cada paso que daba hacia el café, la vida se alejaba cien. 

 

   -” No puedo asegurar lo que pasará en el futuro, pero estoy totalmente seguro que pase lo que pase, te amaré mientras viva. Nosotros siempre seremos uno”-. 

 

 Estas palabras retumbaban en mi cabeza sin querer comprender que existe una apisonadora que pasa sobre ellas constantemente hacia adelante y hacia atrás y viceversa cuando las personas no se quedan para siempre. 

   Afuera empezaba a lloviznar. La calle se coloreaba de paraguas y el tráfico se condenaba por momentos. Frenazos y el lenguaje enfurecido a fuerza de claxon inundó la quietud que reinaba instantes antes. 

- ¡Llueve en Almería!, hoy migas- Pensé resignado vaticinando el menú del día al estilo Pepe Céspedes. 

 

   La puerta del café se abrió. Dirigí la mirada hacia ella para recibir a mi amigo y hacer alguna chanza sobre una larga espera. Sin embargo, fui yo el que me adelanté a la cita y una vez resignado ví como entraba una pareja sacudiéndose el agua entre risas gestos de frío. La chica vestía en tejanos y una sudadera donde se podía leer “ Todas las mujeres son creadas iguales, pero solo las mejores nacen en….”, no puede ver la última línea. Me llamó la atención sus zapatillas primaverales de color blanco con los cordones sin atar y empapadas de agua. En todo caso inapropiadas para este día invernal. El, sin embargo, vestía más formal, con zapatos negros, pantalón azul marino, camisa blanca y americana gris en la mano. Se percibía cierta diferencia de edad, la cual se disipaba por los gestos de dos personas enamoradas. Se dirigieron hacia una mesita situada al fondo del local, junto a la entrada de los servicios. Aun así, el sitio era ideal como el altar de misa para confinarse uno en el mundo del otro. Vi a Marisa, la camarera, acercarse a tomar nota. Solicitaron sus desayunos sin soltar sus manos, estas apoyadas sobre el centro de la mesa. Aquello me recubrió de un aura de melancolía que me atravesó el corazón con una daga tan afilada, que me di cuenta del dolor, una vez de regreso del pasado.  

 

-Dos cafés con leche, uno de ellos corto de café con la leche bajada al infierno hasta que se derrita a cucharilla, el otro templado, por favor y dos tostadas de jamón serrano con queso fundido sobre pan de cereales.  

 

   Ensimismado por la parejita no vi entrar a Gabriel. Se quitaba su gabardina Buberry para colgarla en el galán de la entrada. Con sumo mimo deslizó la mano por el ala del Borselino marca Fedora del que tanto presumía para sacudir los vestigios de la lluvia y se acomodó el pelo para liberarlo de la presión del sombrero. Pantalón y camisa Tommy Hiljiger, zapatos Salvatore Ferragamo culminaba su atuendo. Genio y figura.  

   - ¡Buenos días Gabriel, querido amigo! ¡Has venido! Gracias por acudir a mi llamada- Me apresuré a decir a la vez que me levantaba para recibirlo. 

   - ¿Buenos días?¡Venga ya! ...Espero que lo que tengas que decir sea importante y por tu bien espero que no sea una de tus artimañas de trilero. - 

   -Lo es. Es sumamente importante. - 

   - ¡Pues eah, dispara!... Seré todo oídos, pero eso sí, solo después de un buen café. - 

Tras unos segundos atrapados por un silencio, los mecanismos de mi cabeza luchaban por encontrar la manera idónea para empezar. Dirigí la mirada por el local en busca de Ana, la camarera. Levanté la mano reclamando su atención, la cual tuvo como respuesta a mi demanda un gesto de asentimiento con la cabeza. 

   - ¿Qué tal Gabriel? ¿Cómo te va? - Rompí el silencio mientras esperábamos la llegada de Ana para evitar un posible conato de estado de desidia de mi amigo. 

   - ¿Qué tal? mis cojones. Mira, …espero que sea tan importante como dices ser, pues a pesar del mal tiempo con el que ha amanecido el día, he cancelado lo que presumía ser una espectacular cita con una chica cuyo cuerpo rompe todo estereotipo de belleza. Lo pillas, ¿verdad? - 

   -Lo es- Contesté sin dudar. 

   -Eah- pues, dispara, antes de que me arrepienta de haber acudido-. 

Me tomé unos segundos y me apresuré a comenzar: 

   -He muerto querido Gabriel. - 

   - ¡Venga ya! ¡No me jodas! ¿Para eso me has hecho venir? Cuéntame algo que no sepa, no sé, algo así como que te ha dejado embarazado un pez pene mientras te bañabas en la playa. 

   -Buenos días. Ya estoy con ustedes- Irrumpió la camarera con su libretita de tomar notas en la mano. - ¿Qué van a tomar los caballeros? - 

   -Café con leche y media tostada de Lorenzana, por favor- Mi desayuno habitual. Gabriel, sin embargo, se tomó un poco de tiempo antes de pedir para radiografiar la silueta de Ana, adoptando en su asiento una postura de depredador de corazones y con su mejor sonrisa: - Te rojo con unas gotas de leche desnatada, queso fresco y aguacate regado con un toque de aceite de oliva sobre una rebanada de pan de molde integral. - 

   -Perfecto- afirmó la camarera.  

   - ¡Perdón!, Una cosa más señorita- Reclamó Gabriel evitando la marcha de la camarera. -  

   -Usted dirá- Dijo la camarera con una sonrisa cordial. 

   - ¿Su nombre, por favor? - Preguntó Gabriel de forma seductora. 

   -Ana- contestó 

   - Encantado Ana. Yo me llamo Gabriel. No quisiera parecer grosero y le pido disculpas por adelantado..., desearía si es tan amable que junto al desayuno me dejara una servilleta con su número de teléfono anotado. No se lo tome a mal Ana, pero estoy convencido de que le daría un toque especial a la comanda. - 

   -Veré que puedo hacer. En cocinas están a tope y no le aseguro nada- Dijo Ana mientras guiñaba el ojo. 

   -Menudo embaucador estás hecho. ¡No pierdas el tiempo! - 

   -Querido amigo, si de algo puedo presumir es de tiempo. Además, en el arte de la caza, el cazador nunca tiene prisa si la pieza es de arte mayor. - 

 

   Escuchar las palabras de Gabriel provocó una sensación de inquietud en mi interior que no sabría explicar. Tan solo sé que me desconcertó por un instante, aunque no tardaría en recuperarme. Gabriel miraba atento hacia la ventana de detrás del mostrador que daba a la cocina. ¡Mantenía su peculiar pose erguida y semblante altivo con el que se regodeaba mientras alimentaba su propio ego tras alguna de sus parrafadas... Dios!, cómo me molestaba tanto ego

. 

“Llévame a la morada donde no existe el tiempo”

 

   Aproveché su pérdida de conciencia efímera que deja el vacío momento de disfrutar su gloria para observar, llevado por alguna extraña sensación, a la parejita de enamorados dispuestos a meterle mano a sus respectivos desayunos. Desde nuestra mesa, a pesar de la distancia, se podría ver el brillo cortejo de sus miradas, sobre todo la de ella. Él lo notaba y su corazón lo sabía, por   eso mantenía aún sus manos cogidas y dibujaba corazones sobre su piel con el pulgar de forma delicada. 

   Me tomé un momento para imaginar cómo se habrían conocido. Él sin duda sería su jefe y ella una recién llegada a la oficina con las heridas aún abiertas por una reciente separación y devorada por un entorno hostil que la abnegaba como mujer. Pasados unos pocos días recibiría el encargo de tener acabados unos informes para la hora del almuerzo. 

-Espero que los tengas listos para mi regreso de la reunión con la dirección. Por favor, cuando los acabes los pones sobre mi mesa, ¿entendido? - 

-No se preocupe. Allí los tendrá antes de su regreso. - 

-De acuerdo. Confío en usted. - 

-Gracias-. 

- ¡Ah!, otra cosa... Echa un vistazo de vez en cuando por la oficina para que no se desmadren esta pandilla de holgazanes. - Salió por la puerta giñando un ojo y una sonrisa cómplice. 

Unas horas más tarde, tras la volver de la reunión, vería como no podría ser de otra manera, los informes sobre su mesa.  Tras leerlos, la haría llamar para comentar un tema de interés. 

- ¡Buen trabajo! Solo una cosa: ¿No se te ha pasado por la cabeza que este tipo de documento debe de ir impreso en un folio corporativo? 

Aquello pillaría por sorpresa a la chica, cuyo desconcierto le ocasionó romper a llorar de forma inexorable. 

-Eh, eh, ¡¡¡eh!!! … Que el trabajo está bien, solo que debería ser corporativo, nada más. 

-Lo siento- Contestó la chica entre sollozos tras echar a dormir su silencio sin poder dejar atrás su reciente decepción. 

Como si mirase a través de la ventana de un tren de alta velocidad se dio cuenta que en el mundo de los necios él sería el mercachifle de lo inoportuno, así que sin dudarlo la abrazó como portador del arrepentimiento a modo de intentó de exoneración.  Suspenso en el arte de la empatía, continuó abrazándola, pero esta vez con más delicadeza y ahí, en ese preciso momento, fue cuando saltó del detonador por el que quedó embriagado del aroma de su piel.

 

 “Entrégame tu tristeza, yo sabré que hacer con ella” 

 

¡Snap!, ¡Snap!, ¡Snap! ¡Vuelve de entre los muertos querido amigo! -  Frente a mí, Gabriel chasqueaba los dedos demandando mi atención y sacarme de mi estado ensimismado. 

-Perdón- dije excusándome. 

-Perdón, mis cojones. El desayuno se enfría y no tengo todo el día. 

Ana había traído nuestros desayunos durante el instante que había estado distraído sin haberme dado cuenta de ello. Gabriel doblaba con sumo cuidado un trozo de papel cuyo contenido imaginé enseguida, dado el gesto extasiado de su rostro que nuevamente se vestía con el traje embaucador de la mentira y un corazón asegurado a todo riesgo. 

   En la calle, la llovizna quería dar paso educadamente a una tormenta arrastrada por el paso de unas nubes que viajaban en contra de la dirección del viento y que indudablemente le habían robado las horas a la calma de un día presumiblemente soleado contra pronóstico. 

-Miénteme si lo crees necesario o firma un pacto con la nada, ya que a nadie vas a inquietar por ello, pues como ya sabes, mi alma está de momento parada, pero eso no quita que esté aquí para ver eso tan importante que tienes que contarme- Dijo Gabriel sagazmente. 

   Un vacío en su mirada presagiaba que iba a ser un monologo en una sola dirección- Pero no me importaba, mi corazón estaba roto en mil pedazos y aun sabiendo que era imposible recomponer, me habría hecho amigo del mismo averno si con ello ponía algo de cordura a una felicidad inexistente. 

 

 “Mantener una conversación sería lo más parecido a un crimen” 

 

   Me llevó poco más de diez minutos resumir con delicados detalles siete años de una relación de amor y pasión como bandera, donde los cuerpos se despojaban de la vestimenta de la mentira y el vacío de las circunstancias lo llenaban de ilusión unas sabanas frías. Lo más difícil de describir fue hacerle entender que a diario necesitaba besar sus labios, no solo porque han sido los que me han proporcionado calor en invierno y frescor en verano, sino porque son los únicos que me han llevado a viajar al lugar donde habitan los enamorados. 

- ¿Entiendes ahora cuando te digo que me quiero morir?, ¡Joder! No te he hecho venir por tener miedo a la muerte, pues ya estoy muerto, ¿Me entiendes? 

Un instante de silencio 

- ¡Joder tío! Si que pinta mal el tema-. Dijo al fin – Lo peor, dado como te encuentras, no es hacerte entender que la felicidad no existe, esto se da en primero de carrera en pareja, sino que a ver cómo te hago entender que lo que te pasa es que esa chica se te ha quedado clavada en el alma y eso, te guste o no, te acompañará mientras respires- Levantó la mano en busca de Ana, la camarera- 

- ¿Qué necesitan los señores? 

-Por favor, un par de copas generosas de brandy, pero no cualquiera, la situación requiere un Conde de los Andes o un Napoleón. 

 

   Mientras saboreábamos el coñac añejo no pude evitar dirigir mi atención nuevamente hacia la parejita. En esta ocasión me los imaginaba de viaje de trabajo. La empresa les había reservado habitaciones individuales separadas, conservando la ética moral del resto de compañeros, aunque una de ellas se quedaría sin utilizar, por supuesto. 

Al finalizar la jornada de trabajo saciaban la necesidad de juntar sus cuerpos en la febril sazón de la lujuria. A él le gustaba, como preámbulo, asomarme a las mismas puertas de la creación. Allí se quedaba hasta notar como el pulso se aceleraba y el aumento de temperatura que hacía fluir los torrentes de magma que la llevaría a una inminente erupción. Adepto al elixir de su interior le hacía sentir veinte años menor. Unos segundos recostados sobre su vientre le armaba de la fuerza viril necesaria para posteriormente fundir sus cuerpos hasta convertirse en arte.

A las pocas semanas, la misma escena se convertiría en algo habitual cada día tras el cierre de la oficina. Atrapados por la pasión, con el tiempo, alquilaban alguna habitación para salir de la rutina y alimentar la relación con la ilusión futura de una relación estable venidera. Quise imaginar como vivirían y la imaginación viajó por un instante a una casa de campo donde él se levantaba cada mañana para hacerle el desayuno, tortitas de maíz, churros caseros, zumo de naranja y café. Paseo por la montaña y baño posterior en la piscina. Desnudos en las hamacas, harían el amor antes de preparar el almuerzo en un constante afán de superar la receta del día anterior. Una vez en el sofá, harían el amor nuevamente antes de quedarse dormidos. Por la noche... por la noche, mejor dejar rienda suelta a lo que depara un cielo estrellado, dos copas de vino y el crepitar del fuego de una barbacoa que dibuja la sombra de ella ofreciendo una silueta que eriza el cuerpo de cualquier hombre.

 

 “Yo solo quiero estar dentro y ella no quiere que salga” 

- ¡Otra! - 

-Perdón- 

- ¿Qué si quieres otro coñac? - Preguntó Gabriel con cierto desconcierto. 

-Si...si por favor. - Balbuceé 

-Querido amigo, - ya sabes que el señor me dotó de belleza, dinero e inteligencia, pero se olvidó de los sentimientos, no por ello dejo de defenderme muy bien en el arte del amor, como tú ya sabes, pero…- se tomó un instante y continuó-..., ¿no crees que para hacer frente a tus tinieblas primero debes afrontar la oscuridad? 

- ¿Qué quieres decir en eso Gabriel?, ¿Otra de tus celebres frasecitas? - 

-Lo que pretendo decir es que, aunque estés tan enamorado como me has contado, en realidad no es suficiente, pues quizás, tú no dispongas de lo que realmente ella necesita, ¿te lo has preguntado en algún momento? 

- ¿Insinúas que mis sentimientos son el eufemismo de una simple aventura atraída por la lujuria y atrapada por un deseo obsesivo? - 

-Ups!! ... ¿quizás sea una afirmación retorica? Dijo encogiéndose de hombros desinteresadamente, pero con cierto matiz irónico. 

 

   No quería escuchar las duras y certeras palabras Gabriel, así que las dejé madurar en mi cabeza para más tarde, mientras que volvía a dirigir mi atención hacia la parejita. Para mi sorpresa esta se estaba levantando de la mesa para irse. Todavía las palabras de Gabriel resonaban en mi cabeza cuando la pareja pasó por nuestro lado y en ese momento ella se detuvo solo el justo instante para dirigirme una sonrisa a la vez que me giñó un ojo. 

 

 “El brillo de su sonrisa despertó en mi la perversión que solo anhelo saciar con ella”. 

 

   Desconcertado, notaba como el pulso se iba acelerando notoriamente a la vez que inundaba mis sentidos un perfume conocido. El roce de unos labios besó mi mejilla.

- ¿Vamos amor?

- Si, si enseguida voy- De repente estaba cogido del brazo de la chica con la sudadera que anunciaba que era la mejor. Cuando disponía a abrir la puerta del bar para salir a la calle, dirigí la mirada hacia la tercera fila de mesas, pegadas a la pared, cercana a la barra y observé que todas estaban completamente vacías excepto donde había estado sentado con Gabriel, ahora ocupada por un señor de negro, con capucha descubierta. De tez grisácea y sin brillo, mantenía la mirada fija hacía mí. Sus ojos negros, sin vida provocaron un extraño escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

-Salgamos de aquí cariño- balbucee mientras abría la puerta del local

La tormenta había desaparecido, las calles estaban completamente secas. Una brisa fresca primaveral acompañaba a un sol reluciente que dominaba la ciudad. Tomamos acera abajo en dirección a la oficina cuando sonó el teléfono móvil. La pantalla anunciaba la llamada entrante de Gabriel. Solté la mano de mi compañía para contestar.

-Dime- Dije al descolgar.

- ¡Dime, mis cojones! - Respondió Gabriel.

Mientras hablaba con mi querido amigo andando calle abajo, la muchacha se perdía entre la muchedumbre a la vez que mis pies se iban despegando lentamente del suelo entrando por un sendero acolchado de nubes que iban en ascenso, Poco a poco me fuí adentrando en el azul reluciente del cielo hasta convertirme en olvido.

 

“caminaré y caminaré hasta que mi cuerpo se vuelva éter”