lunes, 24 de abril de 2023

LA OLVIDADA


 

   Todo comenzó con una copa de vino mientras esperaba que llegara la hora de mi cita. La explosión de sabores y olores activó todos mis sentidos, incluso aquellos que un tiempo atrás eché a dormir, por lo que pedí otra copa al camarero.

Había viajado desde Almería hasta las Tierras Altas de la Rioja Alavesa con el único motivo de encontrarme con ella. El reloj colgado en la pared acababa de emitir el sonido que anunciaba las siete de la tarde. La cita era a las nueve y ya me invadía un sentimiento de impaciencia, a pesar de aquel caldo de dioses.

¿Qué tal el vino, señor? ¿Es de su agrado?,- preguntó el camarero que amablemente se pasó por la mesa que tenía reservada junto al ventanal que daba a la calle.

- ¡Excelente! - muchas gracias, respondí. Una cosa por favor, espero a alguien, ¿podría avisar de que estoy esperando aquí?

-Si señor, por supuesto, no se preocupe. - Respondió amablemente,

-Gracias, es importante para mí, … una cosa más ¿Qué vino es? -  Le pregunté mientras sujetaba la copa.

-7 cepas, cosecha propia elaborada con mucho cariño y mucha tradición-.

La noche ya se había apoderado de La Guardia, a través de la ventana se podía ver como empezaba a lloviznar cubriendo las aceras de una humedad que le otorgaba cierto encanto. Dentro, el local se impregnaba de olor a cena, guisos, carnes y brasas. Todo era perfecto. Ya casi estaba el aforo completo.

De pronto, la vi.  Vestía de color oscuro y collar granate que realzaba la figura de su cuello. Debía de ser importante en el lugar, pues el mismo Sumiller la acompañaba sujetándola con el brazo. Varios comensales giraban la cabeza a su paso.

Al llegar a la mesa me levanté para recibirla cordialmente. Diego, el Sumiller hizo las presentaciones y nos sentamos uno frente al otro. No podía dejar de observarla. Su rostro tenía rasgos fenicios y era evidente que su perfume afrutado presentaba matices a frutos rojos perceptibles a esa distancia.

Mientras servían la cena le pregunte por su origen. Tomé un sorbo de vino y con un tono delicado me susurró:

-Nací en Rioseco, una pedanía años atrás olvidada. Mi familia se esforzó en recuperarla. Trabajó muy duro y supo sacarle lo mejor a aquellas tierras arcillosas. El fruto de su esfuerzo más una delicada educación…- perdón no quisiera ser egocéntrica- se disculpó con modestia, pero la verdad que mis hermanas y yo rozamos la excelencia. -

Sus palabras recorrieron todo mi cuerpo y supe en ese momento que, a pesar de su nombre, nunca la olvidaría.

Años más tarde, en mi ciudad natal, tierra también de buen vino, recibí por sorpresa la inesperada visita de mi amigo Valcavada. EL Sol lucía como de costumbre, pues de todos es conocido que el astro rey es aquí donde pasa el invierno.

- ¿Qué tal está mi viejo amigo? - fue su forma de saludarme.

Dejé a un lado el vaso de palo-cortado para recibirlo, como se reciben a los buenos amigos, y le pregunté que le había traído hasta aquí.

- “La Olvidada-” me respondió.

El silencio se podía cortar y luego unir con imperdibles. Pasados unos minutos empezó a contarme:

-          Cómo ya sabes, desde hace unos años desaparece como arte de magia nada más empezar la temporada de recolección. Eso ya viene preocupando a la familia pues nos gustaría que estuviese entre nosotros más tiempo. Pero lo peor de todo, es que la semana pasada hubo un terrible asesinato en una casa respetable de Logroño. Los agentes se llevaron una copa de vino del lugar del crimen para analizarla y aunque no encontraron ni huellas ni restos de ADN, el informe de la científica reveló que en el interior, la copa contenía unas propiedades únicas en el mundo y dada su pureza y combinación de elementos solo podría apuntar hacía un solo ser, ella.

No quise que siguiera hablando del tema, pues ya me había informado en las noticias, así que lo único que se me ocurrió fue:

- ¡Querido amigo! no debes de preocuparte, ya que no hay indicios-. Solté con cierta muesca de ironía para suavizar.

- ¿Cómo qué no?, me reprochó… -ella estaba allí-

-Normal, ¿sabes por qué?

¡No!

-Porque es excelente-

 

lunes, 20 de septiembre de 2021

Letras donde hay sombras


 

Fallecí apenas unos días antes del cambio de año como consecuencia de un atragantamiento de jamón. No solo cambiaría un infausto año, sino que también nos asomábamos de lleno a un nuevo siglo y con ello toda una concatenación de nuevas transformaciones que dejaría atrás un viejo y oxidado mundo. Quienes lo vivieron lo recuerdan ahora con cierta ironía, pues el mundo avanza a gran velocidad, aunque a estas alturas de la vida no tenga claro en qué dirección…-demasiado bonito para ser bello-. 

   Hoy nos separan casi veinte años de aquello y de tantas otras cosas. Unas más bonitas que otras y otras no tanto. Es por eso que mandé venir a mi querido amigo Gabriel, la única persona que entendería el periplo de mi vida durante estos años… muerto, además de ser el único que verdaderamente ha estado ahí, en las duras y en las maduras. ¡El único!  

 

   El día se había despertado gris. Las luces de los coches más madrugadores junto con los primeros rótulos de algunos negocios, pintaban tímidamente de color lo que anunciaba un día apático. El cielo encapotado amenazaba con lluvia, pero no parecía importarles a las gentes con o sin rumbo u objetivo, ni a sus tétricas sombras que dibujan a su paso frente al ancho ventanal del café Los Leones. 

   El local está decorado al estilo irlandés, con su madera ajada, dispensadores de café a granel y algunas fotos del comercio marítimo de finales del siglo XVIII. Una réplica muy bien conseguida del Irish Tavenr O'Connors en North Wall del Puerto de Dublín. Sentado en la tercera fila de mesas más cercana a la pared frente a la barra observo los cuadros de las columnas como si de ellos quisiera obtener alguna información de interés mientras espero con deliberada paciencia la llegada de Gabriel. 

 

-Buenos días, ¿qué le pongo al señor? - Dijo la amable camarera mientras sujeta su block de comandas para tomar nota del presunto desayuno. 

-Al señor le pone usted un par de velas. A mi, un café con leche y tostada de aceite- pensé con ironía, cuyo sarcasmo provocó una leve sonrisa que relajó la tensión de mi rostro por un instante. 

-Espero a una persona. En un momento le pediremos. ¡Muchas gracias! - Conteste finalmente. 

-Perfecto, no hay problema- Ofreciendo su mejor sonrisa se retiró amablemente, no antes sin provocar que mi mirada se dirigiera de forma involuntaria al espectacular contorno que ofrecían sus vaqueros descoloridos pero muy bien ajustados a sus caderas. Aquel trasero, por un momento, se convirtió en heraldo de sueños dormidos, grandes escotes tentadores y alguna que otra alma acariciada que me apartaron fugazmente de los pensares que ofrecieron los cuadros colgados momentos atrás.  Busqué con la mirada a la que se había convertido en la portadora de recuerdos acostados en silencio y por los cuales me encontraba allí sentado, esperando a Gabriel como si por cada paso que daba hacia el café, la vida se alejaba cien. 

 

   -” No puedo asegurar lo que pasará en el futuro, pero estoy totalmente seguro que pase lo que pase, te amaré mientras viva. Nosotros siempre seremos uno”-. 

 

 Estas palabras retumbaban en mi cabeza sin querer comprender que existe una apisonadora que pasa sobre ellas constantemente hacia adelante y hacia atrás y viceversa cuando las personas no se quedan para siempre. 

   Afuera empezaba a lloviznar. La calle se coloreaba de paraguas y el tráfico se condenaba por momentos. Frenazos y el lenguaje enfurecido a fuerza de claxon inundó la quietud que reinaba instantes antes. 

- ¡Llueve en Almería!, hoy migas- Pensé resignado vaticinando el menú del día al estilo Pepe Céspedes. 

 

   La puerta del café se abrió. Dirigí la mirada hacia ella para recibir a mi amigo y hacer alguna chanza sobre una larga espera. Sin embargo, fui yo el que me adelanté a la cita y una vez resignado ví como entraba una pareja sacudiéndose el agua entre risas gestos de frío. La chica vestía en tejanos y una sudadera donde se podía leer “ Todas las mujeres son creadas iguales, pero solo las mejores nacen en….”, no puede ver la última línea. Me llamó la atención sus zapatillas primaverales de color blanco con los cordones sin atar y empapadas de agua. En todo caso inapropiadas para este día invernal. El, sin embargo, vestía más formal, con zapatos negros, pantalón azul marino, camisa blanca y americana gris en la mano. Se percibía cierta diferencia de edad, la cual se disipaba por los gestos de dos personas enamoradas. Se dirigieron hacia una mesita situada al fondo del local, junto a la entrada de los servicios. Aun así, el sitio era ideal como el altar de misa para confinarse uno en el mundo del otro. Vi a Marisa, la camarera, acercarse a tomar nota. Solicitaron sus desayunos sin soltar sus manos, estas apoyadas sobre el centro de la mesa. Aquello me recubrió de un aura de melancolía que me atravesó el corazón con una daga tan afilada, que me di cuenta del dolor, una vez de regreso del pasado.  

 

-Dos cafés con leche, uno de ellos corto de café con la leche bajada al infierno hasta que se derrita a cucharilla, el otro templado, por favor y dos tostadas de jamón serrano con queso fundido sobre pan de cereales.  

 

   Ensimismado por la parejita no vi entrar a Gabriel. Se quitaba su gabardina Buberry para colgarla en el galán de la entrada. Con sumo mimo deslizó la mano por el ala del Borselino marca Fedora del que tanto presumía para sacudir los vestigios de la lluvia y se acomodó el pelo para liberarlo de la presión del sombrero. Pantalón y camisa Tommy Hiljiger, zapatos Salvatore Ferragamo culminaba su atuendo. Genio y figura.  

   - ¡Buenos días Gabriel, querido amigo! ¡Has venido! Gracias por acudir a mi llamada- Me apresuré a decir a la vez que me levantaba para recibirlo. 

   - ¿Buenos días?¡Venga ya! ...Espero que lo que tengas que decir sea importante y por tu bien espero que no sea una de tus artimañas de trilero. - 

   -Lo es. Es sumamente importante. - 

   - ¡Pues eah, dispara!... Seré todo oídos, pero eso sí, solo después de un buen café. - 

Tras unos segundos atrapados por un silencio, los mecanismos de mi cabeza luchaban por encontrar la manera idónea para empezar. Dirigí la mirada por el local en busca de Ana, la camarera. Levanté la mano reclamando su atención, la cual tuvo como respuesta a mi demanda un gesto de asentimiento con la cabeza. 

   - ¿Qué tal Gabriel? ¿Cómo te va? - Rompí el silencio mientras esperábamos la llegada de Ana para evitar un posible conato de estado de desidia de mi amigo. 

   - ¿Qué tal? mis cojones. Mira, …espero que sea tan importante como dices ser, pues a pesar del mal tiempo con el que ha amanecido el día, he cancelado lo que presumía ser una espectacular cita con una chica cuyo cuerpo rompe todo estereotipo de belleza. Lo pillas, ¿verdad? - 

   -Lo es- Contesté sin dudar. 

   -Eah- pues, dispara, antes de que me arrepienta de haber acudido-. 

Me tomé unos segundos y me apresuré a comenzar: 

   -He muerto querido Gabriel. - 

   - ¡Venga ya! ¡No me jodas! ¿Para eso me has hecho venir? Cuéntame algo que no sepa, no sé, algo así como que te ha dejado embarazado un pez pene mientras te bañabas en la playa. 

   -Buenos días. Ya estoy con ustedes- Irrumpió la camarera con su libretita de tomar notas en la mano. - ¿Qué van a tomar los caballeros? - 

   -Café con leche y media tostada de Lorenzana, por favor- Mi desayuno habitual. Gabriel, sin embargo, se tomó un poco de tiempo antes de pedir para radiografiar la silueta de Ana, adoptando en su asiento una postura de depredador de corazones y con su mejor sonrisa: - Te rojo con unas gotas de leche desnatada, queso fresco y aguacate regado con un toque de aceite de oliva sobre una rebanada de pan de molde integral. - 

   -Perfecto- afirmó la camarera.  

   - ¡Perdón!, Una cosa más señorita- Reclamó Gabriel evitando la marcha de la camarera. -  

   -Usted dirá- Dijo la camarera con una sonrisa cordial. 

   - ¿Su nombre, por favor? - Preguntó Gabriel de forma seductora. 

   -Ana- contestó 

   - Encantado Ana. Yo me llamo Gabriel. No quisiera parecer grosero y le pido disculpas por adelantado..., desearía si es tan amable que junto al desayuno me dejara una servilleta con su número de teléfono anotado. No se lo tome a mal Ana, pero estoy convencido de que le daría un toque especial a la comanda. - 

   -Veré que puedo hacer. En cocinas están a tope y no le aseguro nada- Dijo Ana mientras guiñaba el ojo. 

   -Menudo embaucador estás hecho. ¡No pierdas el tiempo! - 

   -Querido amigo, si de algo puedo presumir es de tiempo. Además, en el arte de la caza, el cazador nunca tiene prisa si la pieza es de arte mayor. - 

 

   Escuchar las palabras de Gabriel provocó una sensación de inquietud en mi interior que no sabría explicar. Tan solo sé que me desconcertó por un instante, aunque no tardaría en recuperarme. Gabriel miraba atento hacia la ventana de detrás del mostrador que daba a la cocina. ¡Mantenía su peculiar pose erguida y semblante altivo con el que se regodeaba mientras alimentaba su propio ego tras alguna de sus parrafadas... Dios!, cómo me molestaba tanto ego

. 

“Llévame a la morada donde no existe el tiempo”

 

   Aproveché su pérdida de conciencia efímera que deja el vacío momento de disfrutar su gloria para observar, llevado por alguna extraña sensación, a la parejita de enamorados dispuestos a meterle mano a sus respectivos desayunos. Desde nuestra mesa, a pesar de la distancia, se podría ver el brillo cortejo de sus miradas, sobre todo la de ella. Él lo notaba y su corazón lo sabía, por   eso mantenía aún sus manos cogidas y dibujaba corazones sobre su piel con el pulgar de forma delicada. 

   Me tomé un momento para imaginar cómo se habrían conocido. Él sin duda sería su jefe y ella una recién llegada a la oficina con las heridas aún abiertas por una reciente separación y devorada por un entorno hostil que la abnegaba como mujer. Pasados unos pocos días recibiría el encargo de tener acabados unos informes para la hora del almuerzo. 

-Espero que los tengas listos para mi regreso de la reunión con la dirección. Por favor, cuando los acabes los pones sobre mi mesa, ¿entendido? - 

-No se preocupe. Allí los tendrá antes de su regreso. - 

-De acuerdo. Confío en usted. - 

-Gracias-. 

- ¡Ah!, otra cosa... Echa un vistazo de vez en cuando por la oficina para que no se desmadren esta pandilla de holgazanes. - Salió por la puerta giñando un ojo y una sonrisa cómplice. 

Unas horas más tarde, tras la volver de la reunión, vería como no podría ser de otra manera, los informes sobre su mesa.  Tras leerlos, la haría llamar para comentar un tema de interés. 

- ¡Buen trabajo! Solo una cosa: ¿No se te ha pasado por la cabeza que este tipo de documento debe de ir impreso en un folio corporativo? 

Aquello pillaría por sorpresa a la chica, cuyo desconcierto le ocasionó romper a llorar de forma inexorable. 

-Eh, eh, ¡¡¡eh!!! … Que el trabajo está bien, solo que debería ser corporativo, nada más. 

-Lo siento- Contestó la chica entre sollozos tras echar a dormir su silencio sin poder dejar atrás su reciente decepción. 

Como si mirase a través de la ventana de un tren de alta velocidad se dio cuenta que en el mundo de los necios él sería el mercachifle de lo inoportuno, así que sin dudarlo la abrazó como portador del arrepentimiento a modo de intentó de exoneración.  Suspenso en el arte de la empatía, continuó abrazándola, pero esta vez con más delicadeza y ahí, en ese preciso momento, fue cuando saltó del detonador por el que quedó embriagado del aroma de su piel.

 

 “Entrégame tu tristeza, yo sabré que hacer con ella” 

 

¡Snap!, ¡Snap!, ¡Snap! ¡Vuelve de entre los muertos querido amigo! -  Frente a mí, Gabriel chasqueaba los dedos demandando mi atención y sacarme de mi estado ensimismado. 

-Perdón- dije excusándome. 

-Perdón, mis cojones. El desayuno se enfría y no tengo todo el día. 

Ana había traído nuestros desayunos durante el instante que había estado distraído sin haberme dado cuenta de ello. Gabriel doblaba con sumo cuidado un trozo de papel cuyo contenido imaginé enseguida, dado el gesto extasiado de su rostro que nuevamente se vestía con el traje embaucador de la mentira y un corazón asegurado a todo riesgo. 

   En la calle, la llovizna quería dar paso educadamente a una tormenta arrastrada por el paso de unas nubes que viajaban en contra de la dirección del viento y que indudablemente le habían robado las horas a la calma de un día presumiblemente soleado contra pronóstico. 

-Miénteme si lo crees necesario o firma un pacto con la nada, ya que a nadie vas a inquietar por ello, pues como ya sabes, mi alma está de momento parada, pero eso no quita que esté aquí para ver eso tan importante que tienes que contarme- Dijo Gabriel sagazmente. 

   Un vacío en su mirada presagiaba que iba a ser un monologo en una sola dirección- Pero no me importaba, mi corazón estaba roto en mil pedazos y aun sabiendo que era imposible recomponer, me habría hecho amigo del mismo averno si con ello ponía algo de cordura a una felicidad inexistente. 

 

 “Mantener una conversación sería lo más parecido a un crimen” 

 

   Me llevó poco más de diez minutos resumir con delicados detalles siete años de una relación de amor y pasión como bandera, donde los cuerpos se despojaban de la vestimenta de la mentira y el vacío de las circunstancias lo llenaban de ilusión unas sabanas frías. Lo más difícil de describir fue hacerle entender que a diario necesitaba besar sus labios, no solo porque han sido los que me han proporcionado calor en invierno y frescor en verano, sino porque son los únicos que me han llevado a viajar al lugar donde habitan los enamorados. 

- ¿Entiendes ahora cuando te digo que me quiero morir?, ¡Joder! No te he hecho venir por tener miedo a la muerte, pues ya estoy muerto, ¿Me entiendes? 

Un instante de silencio 

- ¡Joder tío! Si que pinta mal el tema-. Dijo al fin – Lo peor, dado como te encuentras, no es hacerte entender que la felicidad no existe, esto se da en primero de carrera en pareja, sino que a ver cómo te hago entender que lo que te pasa es que esa chica se te ha quedado clavada en el alma y eso, te guste o no, te acompañará mientras respires- Levantó la mano en busca de Ana, la camarera- 

- ¿Qué necesitan los señores? 

-Por favor, un par de copas generosas de brandy, pero no cualquiera, la situación requiere un Conde de los Andes o un Napoleón. 

 

   Mientras saboreábamos el coñac añejo no pude evitar dirigir mi atención nuevamente hacia la parejita. En esta ocasión me los imaginaba de viaje de trabajo. La empresa les había reservado habitaciones individuales separadas, conservando la ética moral del resto de compañeros, aunque una de ellas se quedaría sin utilizar, por supuesto. 

Al finalizar la jornada de trabajo saciaban la necesidad de juntar sus cuerpos en la febril sazón de la lujuria. A él le gustaba, como preámbulo, asomarme a las mismas puertas de la creación. Allí se quedaba hasta notar como el pulso se aceleraba y el aumento de temperatura que hacía fluir los torrentes de magma que la llevaría a una inminente erupción. Adepto al elixir de su interior le hacía sentir veinte años menor. Unos segundos recostados sobre su vientre le armaba de la fuerza viril necesaria para posteriormente fundir sus cuerpos hasta convertirse en arte.

A las pocas semanas, la misma escena se convertiría en algo habitual cada día tras el cierre de la oficina. Atrapados por la pasión, con el tiempo, alquilaban alguna habitación para salir de la rutina y alimentar la relación con la ilusión futura de una relación estable venidera. Quise imaginar como vivirían y la imaginación viajó por un instante a una casa de campo donde él se levantaba cada mañana para hacerle el desayuno, tortitas de maíz, churros caseros, zumo de naranja y café. Paseo por la montaña y baño posterior en la piscina. Desnudos en las hamacas, harían el amor antes de preparar el almuerzo en un constante afán de superar la receta del día anterior. Una vez en el sofá, harían el amor nuevamente antes de quedarse dormidos. Por la noche... por la noche, mejor dejar rienda suelta a lo que depara un cielo estrellado, dos copas de vino y el crepitar del fuego de una barbacoa que dibuja la sombra de ella ofreciendo una silueta que eriza el cuerpo de cualquier hombre.

 

 “Yo solo quiero estar dentro y ella no quiere que salga” 

- ¡Otra! - 

-Perdón- 

- ¿Qué si quieres otro coñac? - Preguntó Gabriel con cierto desconcierto. 

-Si...si por favor. - Balbuceé 

-Querido amigo, - ya sabes que el señor me dotó de belleza, dinero e inteligencia, pero se olvidó de los sentimientos, no por ello dejo de defenderme muy bien en el arte del amor, como tú ya sabes, pero…- se tomó un instante y continuó-..., ¿no crees que para hacer frente a tus tinieblas primero debes afrontar la oscuridad? 

- ¿Qué quieres decir en eso Gabriel?, ¿Otra de tus celebres frasecitas? - 

-Lo que pretendo decir es que, aunque estés tan enamorado como me has contado, en realidad no es suficiente, pues quizás, tú no dispongas de lo que realmente ella necesita, ¿te lo has preguntado en algún momento? 

- ¿Insinúas que mis sentimientos son el eufemismo de una simple aventura atraída por la lujuria y atrapada por un deseo obsesivo? - 

-Ups!! ... ¿quizás sea una afirmación retorica? Dijo encogiéndose de hombros desinteresadamente, pero con cierto matiz irónico. 

 

   No quería escuchar las duras y certeras palabras Gabriel, así que las dejé madurar en mi cabeza para más tarde, mientras que volvía a dirigir mi atención hacia la parejita. Para mi sorpresa esta se estaba levantando de la mesa para irse. Todavía las palabras de Gabriel resonaban en mi cabeza cuando la pareja pasó por nuestro lado y en ese momento ella se detuvo solo el justo instante para dirigirme una sonrisa a la vez que me giñó un ojo. 

 

 “El brillo de su sonrisa despertó en mi la perversión que solo anhelo saciar con ella”. 

 

   Desconcertado, notaba como el pulso se iba acelerando notoriamente a la vez que inundaba mis sentidos un perfume conocido. El roce de unos labios besó mi mejilla.

- ¿Vamos amor?

- Si, si enseguida voy- De repente estaba cogido del brazo de la chica con la sudadera que anunciaba que era la mejor. Cuando disponía a abrir la puerta del bar para salir a la calle, dirigí la mirada hacia la tercera fila de mesas, pegadas a la pared, cercana a la barra y observé que todas estaban completamente vacías excepto donde había estado sentado con Gabriel, ahora ocupada por un señor de negro, con capucha descubierta. De tez grisácea y sin brillo, mantenía la mirada fija hacía mí. Sus ojos negros, sin vida provocaron un extraño escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

-Salgamos de aquí cariño- balbucee mientras abría la puerta del local

La tormenta había desaparecido, las calles estaban completamente secas. Una brisa fresca primaveral acompañaba a un sol reluciente que dominaba la ciudad. Tomamos acera abajo en dirección a la oficina cuando sonó el teléfono móvil. La pantalla anunciaba la llamada entrante de Gabriel. Solté la mano de mi compañía para contestar.

-Dime- Dije al descolgar.

- ¡Dime, mis cojones! - Respondió Gabriel.

Mientras hablaba con mi querido amigo andando calle abajo, la muchacha se perdía entre la muchedumbre a la vez que mis pies se iban despegando lentamente del suelo entrando por un sendero acolchado de nubes que iban en ascenso, Poco a poco me fuí adentrando en el azul reluciente del cielo hasta convertirme en olvido.

 

“caminaré y caminaré hasta que mi cuerpo se vuelva éter”

domingo, 10 de mayo de 2020

El hombre sin armadura

   Clinq, clinq, clinq,…así sonaba el enérgico encuentro del acero de las espadas blandidas por los soldados que aún quedaban en pie o con la suficiente fuerza para salvar la vida en aquella vehemente batalla. La contienda se prolongaba, contra pronostico, en casi cinco horas. Las catapultas ya no tenían nada que lanzar. Artilleros y arqueros faltos de munición, empuñaban espadas, hachas o dagas con la mismo furor que los que se retiraban detrás de las lineas para retomar algo de  aliento, durante el tiempo suficiente para volver a la pugna, eso si, antes de que los niveles de adrenalina desaparecieran del todo de su organismo.

   Paquillo Mañas acumulaba mas de veinte minutos sin relevo. Despojado de su armadura para evitar el exceso de perdida de líquidos, apretaba lo dientes con tanto estrés que  ya contabilizaba tres muelas partidas. Luchaba con honor, aceptando solo el combate cuerpo a cuerpo. Además siempre se jactaba de contar en las tabernas, que el sonido producido por su acero al rasgar los ropajes por sus partes traseras, enmudecía el grito de sorpresa del candidato a fiambre, sin embargo, cuando su fiel espada se hunde en el cuerpo del enemigo mientras es mirado a los ojos, el silencio se apodera del tiempo y se puede percibir hasta el chasquido de los músculos seccionarse. Un joputa menos.

   El ambiente era espeso, entre el hedor previo a una muerte segura, el sudor  de los guerreros y el obstinado vapor de las bolas de arcilla con pólvora lanzadas por los trambuquetes, enturbiaban el campo de batalla, dificultando ver con claridad más allá de lo que miden sus espadas. Los golpes se lanzaban a ciegas. A estas alturas era casi imposible diferenciar el escudo heráldico de los jubones. 
Cada relevo exaltaba el jubilo de aquellos que gritaban al volver a matar o morir y de los que aún, vive Dios, mantenían el semblante entre un suelo embarrizado y cada vez más difícil de mantener la postura, por no pisar el montón de cuerpos tendidos, cuya lucha ya ha terminado para ellos.
Desde lo alto de la colina, Samuel, a lomos de su corcel ruano, disfrutaba del resultado de la contienda a manos de sus valientes soldados como si camparan por el quinto Cielo, un día de cada día. A su lado dos enormes Generales, algo más intranquilos, tensaban su voluptuosa musculatura para mantener  ambos purasangres jarls que lucían un  impresionante negro azabache a pesar de su inquietud.
Con la misma ansiedad  que el marino ve desolado zozobrar su flota, el par de purasangres presagiaban algo que cambiaría la suerte de los que se jugaban sus vidas, aunque estas fueran prestadas.

    El sol perdía su fuerza mientras buscaba los picos redondeados de la tímida sierra de Gador que amurallada el valle por el este, donde se encontraban. Una pequeña brisa invitaba a la bruma de las piedras humeantes  a marcharse en solemne procesión. Fué entonces cuando una plateada armadura obedecía las ordenes de un enorme ser. Les sacaba a todos una cabeza de altura. Su espada medía dos metros  y a pesar de sus cuatro kilos de acero, se deslizaba entre el aire y los cuerpos, dibujando con la sangre que resbalaba por la hendidura  central de la hoja una danza, cuya majestuosidad, eclipsó a Samuel sin que este pudiera echar cuentas de los que a las puertas de su reino se amontonaban. En cuestión de minutos abrió una considerable brecha entre ambos ejércitos, uno de ellos ya en minoría. Samuel dio media vuelta con su corcel y ceremonialmente desapareció colina abajo. Los dos esbirros aún observaban con incredibilidad el giro inesperado de la batalla. Resignados, tardaron muy poco en seguir los pasos de Samuel.

   Sentado en una piedra manchada de sangre de no se quien o quienes, Paquillo Mañas observaba pensativo, con la mirada perdida, como la noche cubría con su manto negro unos muchos  centenares de cuerpos inertes. De vez en cuando el sonido polifónico de las espadas que remataban a los desahuciados, se mezclaban con el último suspiro ahogado de sus almas y en algunos de los casos casi grave. Por otro lado, el resto de sus compañeros que no ejercían de verdugo, auxiliaban y extraían a los heridos amigos.


   Habría transcurrido cinco días tras la contienda, cuando el ejercito de Alfonso VII al mando de Gaspar, se replegaba al norte de Pechina donde recompondrían sus fuerzas a la espera de la llegada de las huestes gallegas y catalanes, además de las naves genovesas. La caída de la Alcazaba tendría los días contados.
   - ¡Que Díos nos ampare a todos!, Si es el mismísimo Señor Mañas en carne y hueso.  Y vivo, por la gracia de Dios- Irrumpía una figura tosca y mugrienta desde la entrada de la única taberna en varias millas a la redonda de Sierra Alhamilla.
   - Pero quien cojones blasfemia de esa manera- Se volvió Paquillo casi ebrio.
Algunos soldados se pusieron tensos tras la estupefacta llegada. Otros, obstinados por dejar los sobresaltos para los mementos en los que batirse decide el futuro del que sobrevive, seguían arqueando sus jarras de cerveza, cuyo arco describía una parábola entre la mesa y el gaznate.
   - ¡Pero que coño….!, ¿Desde cuando le permiten la entrada a este antro a los hijos de mala madre?-
El Conde de Barcelona se adentró hacia la barra, firme y seguro para estrechar la mano de su antiguo amigo y compañero de varias batallas por tierras levantinas. 
  - Guarda es mano de noble mariquita  refinao y dame un abrazo como si fueras un hombre del copón.- Se jactó Paquillo.
   - Me dijeron que el otro día mataste a muchos y mataste bien. ¿Cómo no venir a 
congratularme con un saldado de tal magnitud?. Es bueno para mi imagen de humilde noble-
   -Ramón, no me toques los cojones. ¿Qué haces tú aquí, tan al sur?-
   - He jurado apoyar al Emperador Alfonso en la toma de al Maryya, ¡Que le vamos ha hacer, se cobra cara su investidura- Dijo El Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV.
   - Pues más te vale que guardes tu acento de gabacho, que por aquí somos muy nuestros- Dijo Paquillo guiñando de forma picaresca un ojo. –¿Cerveza?–
-Cerveza-
-Sea pues-

   Al cabo de un par de horas, los dos amigos y compañeros de batallas subían cuesta arriba en dirección a la casa donde se encontraba el Emperador.  El de Cataluña se paró a observar un balcón lleno de gitanillas. La casa presentaba un aspecto  herrumbroso, pero el color de las plantas le daba un toque fresco y surrealista. 
La tarde se presentaba agradable y por primera vez en los últimos días, había arreciado el levante. Al pasar junto a la fuente de agua termal, Paquillo insinuó al recién llegado que no le vendría mal un baño antes de presentar sus respetos. –Hueles a pocilga retestiná– dijo.


   La cena transcurría en silencio. Cinco servicios a lo largo de una mesa de madera de encina y cuatro comensales al rededor de un cochinillo asado en horno de piedra, dos ensaladas de tomate Raf con ajos, aceite de oliva traído de Bailen y pan recién horneado a pesar de las horas de la noche.
-¿Cómo pinta el tema?- Se apresuró a abrir debate el gallego.
-En cuanto asomen las galeras genovesas sus trinquetes por la bahía, nos dejamos caer con todas las huestes- Dijo el emperador sin levantar la vista.
-¿Que sabemos del enemigo?- Preguntó el catalán.
-Esos moros son rápidos y pegajosos como moscas, nada que ver con el ejercito endemoniado del otro día, al otro lado de la Sierra de los Filabres- Afirmó el Emperador.
Este comentario hizo removerse al grandullón que se sentaba frente al Emperador. Ataviado con su armadura, comía despacio a través de la estrecha abertura frontal del yelmo que le protegía la tremenda cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo.
-¿Bien armados?- Seguía preguntando el catalán.
-Cimitarra en mano y jambia al cinto en cuanto a acero. Allah, su Dios, como coraza. En la Alcazaba: arqueros en las murallas y almenas,  presumiblemente  sitúen calderos de aceite hirviendo sobre  los costados que dan a la almedina y a todo lo largo de la muralla de Jairán. Posiblemente –yo lo haría–  varias catapultas apostadas junto a la puerta de San Juan, también junto a la Torre Sur y a lo largo del descampado, aquí y aquí, con alcance a la bahía- Señalando un mapa improvisado en tela de rafia. 
-Esos putos italianos sabrán esquivar la artillería, si no quieren salir flotando a otro día en Punta Entinas- Dijo en tono frío y seco el gallego. Marino de raza y conocedor de las corrientes costeras del Atlantico y del Mediterráneo.
-Pues nada mas que decir, mientras ellos juegan a hundir la flota, nosotros le daremos matarile por tierra- sentenció el catalán, versado caballero del Temple y como si estuvieran pensando en lo mismo, se puso en pie aquella mole entre hombre y lata. Alzando su vaso, invitó a lo presentes a brindar por una victoria anticipada.


   Amaneció el día fresquito, el rocío cubría las superficies de una capa húmeda aumentando la sensación térmica de frío. La humedad evidenciaba un despertar sin legañas –mejor así– hoy no habría que lavarse la cara con el agua que había reposado al sereno. 
Paquillo Mañas llevaba varias horas levantado. Le había ganado la madrugá a la aurora. Sentado sobre la hierba, reposaba la espalda en uno de los mástiles de la vaya alrededor del granero.  A su lado derecho le acompañaba una hoz y un puñado de esparto recién cortado. Inmerso en sus devenires y pensares, tejía con solemnidad una pleita de esparto, – Dios sabe pá qué– pero allí estaba  dando trenza con su hábil quehacer de muñecas.

   En el interior de la Jaima aún estaba dispuesto sobre la mesa el plano de la fortaleza nazarí. Ramón fue el primero en salir. Anduvo unos pasos y se paró. Separó un poco las piernas afianzándolas al suelo. Se llevó las manos al cinturón y aflojando la presión del pantalón, liberó su verga flácida presentándosela al día. Segundos después vaciaba su vejiga. Mientras miccionaba, echó la cabeza para atrás y aspiró hondo. Con solo tres sacudidas soltó las últimas gotas de orín –en ciertos círculos, mas de tres sacudidas, se consideraba connotado de masturbación– y con ello regresó su noble miembro a sus sujetaderas.
-¡Que tenga que venir uno de fuera para que por este barranco baje algo de agua!, ¡quins collons!
De vuelta, el gallego lo observaba con cierto desdén.
-Bos dias-
-Bones dies tingui el senyor-
-Vais a merda, carallo-
-Caballeros, dosifiquense para la el combate. Volvamos dentro- Sentenció Alfonso VII.
-Ramón puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo del gallego. Con cierta ironía dijo –entremos, hay muchos moros a los que rebanar el pescuezo– y como dicen por aquí –ven aquí pá cá– pasando el dedo indice a lo ancho del cuello. -zas-. 

-¡Callaberos!, por favor. A mí, ¿pueden atender vuestras mercedes?- Gritaba Paquillo alzando la mano con el gesto de pedir la palabra. Casi tropieza al salir del barranco para encaminarse hacia la Jaima del emperador. El grandullón tensó sus formas poniéndose en guardia. 
-Dejad que se aproxime, es de confianza- ordenó el Conde de Barcelona girando hacia el Emperador.
-Todo va bien, sigamos- Se esforzó en decir con voz tosca para disimular los sollozos.
 Alfonso VII asintió con la cabeza y el brazo.
-Lo conozco. Es un gran soldado y fiel. Adelante muchacho, acérquese- Ordonó el séptimo de los Alfonsos.
Paquillo recuperaba el aliento. Falto de oxigeno, por la ascensión del barranco, dirigió una mirada de recelo al pasar junto al grandullón que aún se mantenía en tensión –a este se le van a freír los huevos como no se ponga a la sombra– pensó.
El enlatado como si hubiera advertido el comentario de Paquillo entró el primero. El resto aún tardaría un poco. 
-Ve pues, aquí te estaremos esperando- asintió el Emperador dirigiéndose a Paquillo tras escuchar atento su solicitud de audiencia.
Ramón lo miró y le hizo un guiño con el ojo. –Te esperamos– 

   Dentro el grandullón miraba el plano con atención. Descansaba el peso de su enorme cuerpo con los brazos entendidos y las manos apoyadas sobre la mesa. Al percatarse de la entrada de los tres caballeros, retiró las manos y tieso como un soldado firme, esperó a que alguien mandase descanso.
-Bos di...- se disponia el gallego a saludar con ironía, cuando percibió la mirada lacónica de su homologo.
-Buenos días- saludó finalmente.
-Déjense de chanzas caballeros y vamos al lío, que se enfría el arroz- Ordenó el mandamás.


   Dos horas mas tarde, hacía una calor de justicia, el cielo totalmente despejado estaba dominado por un radiante Sol que descargaba su ira contra la sierra. Paquillo subía el Barranco del Rey con varios metros de pleita enrollada al hombro. Al llegar a la Jaima, los señores salían con desgana. El gallego bostezaba con abulia, Ramón estiraba los brazos en dirección al cielo y el caballero de la armadura reluciente se pasa la mano por la parte trasera del yelmo a la altura del cogote. Con esa estampa cualquiera dudaría del desenlace de la contienda. Mas bien no, una imagen vale mas que cien palabras.

  

   Una vez de vuelta al refugio del solazo que caía, Paquillo se disponía a contar el porqué de su atrevimiento ante las miradas expectantes de los parroquianos, incluido la del robusto.
-¿Han pensado vuesas ilustres mercedes en asediar la Alcazaba o en batirse en el cuerpo a cuerpo con esos hideputas moriscos?- Preguntó Paquillo
-Eso lo sabrá a su debido tiempo, soldado. ¿Que quería contarnos?. Deberá ser importante dada su exaltación- Reprochó el Emperador.
-Vamos Paquillo, que no tenemos todo el día- Suavizó  el cuarto de los Berenguer.
-Ea pues, cuchád con la orejas- y a continuación empezó a relatar su idea.
-De tos es sabío que nuestras huestes superan en número y huevos al enemigo por lo que estos van a evitar el cuerpo a cuerpo, como dictan las normas de los combates nobles. Ademá, si cada galera desembarca una media de cuarenta espaguetines, los infieles no tienen ninguna oportunidad y es por ello que se van a enratonar entre las piedras de sus muros. ¿Me siguén?
Asienten los escuchasteis con desgana.
-Cuentanos algo que no sepamos, carallo-
Pues ahí és donde quería ir yo.  Sin una noble batalla donde poder degollar con lo puesto, utilicemos argucias disuasorias, fingidas o como coño se diga.
¡Expliquesé!- 
-¡Que les metamos un trola, cojones!... Que utilicemos la chorla que Dios nos ha dao, antes de la fuerza y cuando menos se lo esperen, le metemos tanto acero por el culo que no van a saber por donde se les asestan las estocadas.- Continuó diciendo. Ahora sí había conseguido atraer la atención de todos.
-Cuchen vuasercedes: Ataquemos de noche para llevar el ardid a su máxima eficacia. La noche antes hay que extender tantas pleitas como esta que os traigo, a to lo largo de la muralla de Jairán y tantas filas como podamos hacer, hasta ocupar la falda del Cerro de Layham. Cada metro de pleita ha de llevar un palitroque con un trapo enrrollao en la punta empapao en brea. - ¿Me siguen?-
Pausa.
Ea pues, a  to ello, hemos de preparar todos nuestros caballos con serones a los que ahí, debemos  ponerle los mismos palitroques de las pleitas. La noche del combate, unos pocos de soldados encenderán los palitroques de las filas, lo mas rapidamentente posible. Pareceran soldados apostados para sitiar la fortaleza por el norte. Para dar veracidad unos cuantos arqueros entre lineas, que lancen flechas como si no fuera un mañana. A to ello si soltamos nuestros caballos con los serones encendios, esos moros impíos se creerán que es por allí por donde atacaremos con toas nuestras fuerzas.
-¿Me siguen ahora?… Ea pues. Los genoveses entran en la bahía haciendo tanto ruido como puedan con sus galeras y  así tenemos a los moros corriendo de norte a sur a tó lo ancho de su alcazaba.
Otra Pausa
Miradas de atención solicitaban algún comentario al respecto.

   -Cuchen que agora llega lo gueno: los moros corriendo pa tos los laos, los de arriba lanzando piedras al mar y los de abajo girando los trambuquetes pa el Jairan... Entonces es cuando este orangután enlatao - dirigiéndose al de la armadura- y media docena de los soldados mas fornios, echan abajo la puerta de San Juan, por donde entraremos tos enteros, alejaos de arqueros y aceites, ósea les pillamos con la bragas bajás.. Ea, ¿que me comentan vuasercedes?
Alfonso VII se llevó la mano a la barbilla y preguntó,- Y por que das por echo que caerán en el engaño?
-Porque es cierto que estos moros desconfían hasta de la mare que los parió y se dividirán para asegurar posiciones.
- Muy bien Paquillo, tiene sentido. Solo que no sé si has pensado dos cosas: una, ¿cómo vamos a tejer tanta pleita en dos días para simular un ejercito? Y la otra, ¿cómo nos aseguramos que al día siguiente de colocarla no va a ser descubierta por la guardia que vigila las inmediaciones de la muralla? Custionaba ecuánime el catalán.
-¿Habeis pensado también que los genoveses están a un día de aquí? y si los retenemos fuera de la bahía levantaran sospechas- Apuntó el gallego.
-Cuchad, que no he terminao: Si nos ponemos hoy mismo a cortar to el esparto que podamos  y nos pongamos tos a tejer, pasao mañana por la noche se están colocando las tiras y claro está, que hay que enterrarlas pa que no se vean y a las antorchas, se echa la propia hierba  de al lao por lo alto, pero que vamos, que se supone que como en to sitio donde los haya, no nos ponemos justo debajo de los muros, que se supone que estamos algo retiraillos y cuanto mas retiraos, pues menos ven. Y pa lo de los barcos hay que hacer llegar un mensaje  al almirante italiano con uno de esos pajarracos suyos-
-¿Y que cree vuestra merced que debe poner en el mensaje? Advirtió el Emperador.
-Ea, cencillo. Que deben llegar al Cabo de Gata como es de esperar, para no alertar a los vigías apostaos en el levante y caida la noche, que viren hacia Alborán, así ganaremos el día que nos hace falta y parecerá que se han esfumao, ganando así en desconcierto y no es de imaginar dicha maniobra ya que los barcos herejes están tos en Málaga para apoyar el sitio a Córdoba y los nuestros vienen pa atacar, pues no tiene sentido que bajen hasta la isla, que debe estar pelá de to. ¿Me siguen?

   Tres días mas tarde amanecía, un lunes 21 de octubre del año de nuestro señor de 1147 bajo el júbilo de las tropas cristianas tras la toma de al- Maryya a manos del propio Emperador Alfonso VII y el Conde de Barcelona Don Ramón Berenguer IV,  junto con las fuerzas encomendadas a la protección del Apóstol Santiago y las tropas navarras de última hora dirigidas por García Ramirez.  
En la cima del cerro de Layham, la figura de Samuel observaba con detalle cada uno de las extrañas y desconocidas maniobras llevadas a cabo durante la noche –interesante–. De un solo vistazo contó el número de almas que se iba a llevar consigo y con la solemnidad de un príncipe, desapareció cerro abajo cuando el cielo se teñía de naranja, ante la inminente puesta en escena de un sol, que presumía ser el protagonista de la bóveda celeste que los cubriría durante las próximas trece horas.

   Un año más tarde, Paquillo Mañas salía de la Alcazaba por la puerta Meridional. Bajaba por el lado interior de la muralla junto con Grabiel, compañero de armas que aún sin armadura le doblaba el cuerpo. Pasaron junto a la Puerta de la Carnicería cuando se detuvieron en seco. Una revuelta junto a la entrada de una tetera mozárabe paralizó a aquella mole de carne y hueso. Grabiel sin armadura era como un niño recién destetado, asustadizo e indeciso. Paquillo lo agarró fuertemente del brazo.
-Tranquilo camarada. Solo es una riña entre hideputas. No va con nosotros- Gabriel respiraba profundamente ante las palabras tranquilizadoreas de Paquilo. 
-Hoy es día de fiesta, ¿me sigues?-
Si.
-Pues lleguemos de una vez a la Mezquita Mayor que estoy deseando echarle el ojo a una buena moza- Dibujó con las manos el contorno de una guitarra de arriba a abajo en el aire.

Legaron tarde, la misa ya había comenzado. Salieron una hora y media mas tarde. En la puerta se toparon con el Cónsul genovés nombrado por el Emperador tras el asedio. Un gesto de este con la cabeza sirvió de saludo cortés pero apático. Paquillo lo miró a la cara y sin devolver saludo alguno falto de hipocresía lo ignoró. Se dirigió en dirección  a la Calle Real de la Almedina con la intención de recorrer cada una de las tascas que se sucedía a ambos lados de la calle.
-Vamos grandullón, hoy vas a probar la autentica cerveza de gruit que aún se fabrica- Decía con júbilo Paquillo mientras Grabiel asentía. –Probémosla pues–
Las encimas del alcohol ya estaba haciendo su trabajo en sus cuerpos y venidos arriba Gabriel se atrevió a preguntar:
-¿Porqué yo?-
-¿Porque yo, de qué?-
-Pues eso, ¿que porqué yo encabecé el asalto-
-Porque eres fiel, eres fuerte y sobre todo eres grande, muy grande- Alzó Paquillo los brazos levantándose.
-Entiendo-
Pausa
-¿Y si hubiera sido pequeño?
-¿Y si hubieras sio pequeño, de qué?
-Pues eso, pequeño
-No me jodas, ¿cómo de pequeño?
-¿Un Enano? ,por ejemplo.
-Ea pues, te hubiera estao dando patás en to el culo, hasta que entrases por la acequia que baja del aljibe y ya te hubieras buscao la vida para abrir la puta puerta... ¿Me sigues?